viernes, 13 de diciembre de 2013

Botas, botos y botines

Amigos, estoy desolado. Por nada en particular y por haberme saltado mi cita con todos ustedes un día aunque esto no sea un diario pero me había propuesto supurar por esta herida abierta con la misma frecuencia del latido. Pero no es un diario. Es una estupidez llevar razón. Y decir: te lo dije. El combo de la muerte es: Te lo dije, llevaba razón. Y a mí me pasa a menudo. Es una condena. La intuición es molesta a veces, sobre todo cuando falla. En lugar de andarme por las ramas, me debería volcarme en escribir poniendo en práctica mis conocimientos, sean los que sean y dando por hecho que existen y se pueden hilar, y un poco de experiencia, un poco de poro, un poco de sudor, un poco de suciedad... Cuando veo series... Paso un poco de las series. Desconfío de los que ven series. Si pone "Seriéfilo" o lgo así en su bio de twitter no es de fiar. Las series se pusieron de moda hace cinco años. Antes, ¿qué hacías? ¿Ver Harry Potter? En fin. Las series existen desde mucho antes, de acuerdo, pero no con ese afán completista de hacerse todas las temporadas y meterse tutes severos de media docena de capítulos. Opino yo. Ensayar la palabrería no me funciona siempre ni con todos los temas. Escribir es un tema recurso. Se vuelve una y otra vez a lo de escribir. Y nunca me lo he planteado como un reloj. Quiero decir. Como un mecanismo. Nunca he escrito mecanismos. No sé si sabría hacerlo. No sé ni si sé divagar y mira que en el blog, lo intento siempre. Lo intento demasiado. O eso me parece a veces. No es que lo leo mucha gente. Pero abierta, sea herida o no lo sea, está. Abierto. Un diario abierto. No es un diario. Un libro abierto. Pues tampoco. No me suelo explicar clarito precisamente. O sí. Vete a saber, qué o quién está al otro lado y qué o quién ve entre líneas. No me representa mi pseudo diario. No me representa. Es posible que hoy me compre unos botines. Una cosa sencilla. Nada trendy. De una fábrica de Elche. Rodri. Botines Rodri. Desde aquí los recomiendo. Son estilosos. Son calentitos. Son baratos. Y son producto español. Botines Rodri. Me gusta el nombre de la empresa. Creo que es Elche. Espero no equivocarme. Si no, es cerca, por la zona... Tampoco está claro. Es marca de zapateria de barrio. Iba a decir zapateria de viejos, como los bares de viejos. A ver qué tal me quedan. Siempre me siento el payaso Charlie cuando me prueba un 45 / 46 pero es mi número. Luego se adaptan a mi pie con forma de chuleta y cede el botín y coge forma. Pero cuando está sacado de la caja, lleva por defecto una horma más frankesteniana. Odio comprar zapatos. Odio comprar ropa. A veces me inspiro y acierto. Las menos de las veces. Casi siempre me arrepimiento. Me queda peor que en el probador. O no me pega. O nunca me convence como para ponerlo. O son compras impulsivas, que también me pasa. La ropa me da bastante igual. Prefiero que sea de segunda mano o regalada. Me gusta que me regalen ropa. Incluso cuando me comprar cosas que jamás me compraría y que me pongo poco, me gusta tenerlas. Como curiosidades. Como souvenires. Y es una forma de ejemplificar en tela cómo te ven los demás. Pues eso. Que lo mismo estreno botines el sábado. Estrenar en fin de semana siempre es mejor, luego parezco un poco Raphael con los botines, según el día. Siempre me han gustado las botas. Cuando estaba en el instituto quería mis botas. Rockers pero moderadas, con punta, estilo botín pero en bota con corte más americano. Y tendría 16 o 17 y en las zapaterías no existía mi concepto. Lo parecido eran botas de motero, rollo Harley Davidson, de punta redondeada, con tachuelas o brillos. Vaya que no, que no eran lo mío. Y bueno. Con la perrera de comprarme las botas, pues me líe la manta a la cabeza y me compre unos botos de Valverde del Camino. Unos botos de Valverde del Camino, auténticos. No imitación. En negro. Y quedaban raros con la caña por dentro del pantalón. Por entonces quería pantalones de pata de elefante o un poco acampanados, y no existían tampoco. Pero iba con mis vaqueros negros, no especialmente ajustados y los botos, casi hasta la rodilla, por debajo de la pernera y más feliz que un gitano en un boda. Oyendo el rechinar de los tacones de los botos. Les puse chinchetas, luego se las quite. Era un exceso. Y en segundo de BUP me sentía más rockero que nadie con mis botos rocieros negros. En fin. Después de la selectividad, me agencié unas Gazelle y ya empezó el rollo indie y los botos no volvieron hasta mucho años después. Los conservo en el armario. Cuando perdí mis primeros botines Rodri, los recuperé alguna noche. Me destrozan las plantas. Es criminal. Espero encontrar mis segundos botines Rodri hoy. Odio probarme zapatos. O zapatillas, o botas, o botines, o botos. Odio en general los probadores Estoy desolado entre otras cosas por eso y por el clásico bajón del fin de semana dedicado a las tareas del hogar. Es un círculo vicioso. Entresemana no tengo tiempo para hacer cosas de la casa y las dejo para el fin de semana, que me deprime hacerlo en mi "tiempo libre" y lo entrecomillo porque ni tengo tiempo nunca o casi nunca, ni soy libre. Los límites están en tu mente, lo he leído hoy en twitter. No es que sea la frase más original del mundo, pero me he sentido muy identificado. Una mente llena de límites la mía, he pensado. Las limitaciones que uno se marca, a veces de forma inconsciente y otras veces, por las espirales en las que nos metemos sin darnos ni cuenta, lo de las tareas de casa por ejemplo. Los fines de semana solo quiero descansar y dormir. Dormir hasta tarde. No es que entresemana madruge muchísimo, me levanto de 8 a 9 y 9 y media algún que otro día, o sea que no es el madrugón de las 7 pero no sé. En fin de semana, tranquilamente a las 12 y media. Por eso lo mismo no me da tiempo a ir a la zapatería, en lo que desayuno y pongo una lavadora. Alerta lista de madre. Hoy me ha venido a la cabeza meterme en el gimnasio. Odio los gimnasios. Odio el olor a gimnasio. Los gimnasios o muchos de ahora con wellness y chorros y todo eso, piscinas y demás, pues huelen a cloro. Y tiene un pase. No creo que sea nada saludable pero es mejor que el olor a sudor en suspensión de los gimnasios de barrio de antaño. Puedo ir. No suele costarme. Me cuesta más fijar la hora. En la época en la que iba con regularidad, iba con un compañero de trabajo. De las 19 en adelante. Y no era un queme. Un poco de cinta. Un poco de bicicleta. Charlábamos. De nada del trabajo. Lo del trabajo se quedaba en la cinta o en donde fuera. Por ahí desfogaba. Solía salir quemadísimo. Y me servía. Es como lo típico que dicen pero es cierto, me servía. Y la hora encajaba. Y nos lo tomábamos con calma, al menos yo. Luego unos largos en la piscina. Un poco de baño de burbujas, chorros, ducha y a las 21 y media, eras otra persona con otros objetivos vítales. A mi la primera cerveza después de todo el proceso, me seguía sabiendo a cloro. Pero me colocaba muchísimo una caña. Sobre todo los días que corría en serio media hora. Y adelgaze como sin darme cuenta. Y hacía mis pocas de pesas. Los brazos se pusieron un poco más fuertes. Conforme lo escribo me da pereza el simple hecho de imaginarme con chándal. Es encontrar la ruta y que te encaje pero ahora me vendía bien. Todo. Adelgazar. Coger un poco de músculo. Sentirme más fresquito y menos decrépito. También como elemento que me complete la agenda entresemana. Para intercambiar fases y relajar un poco la mente. Ir poco a poco quitando límites. En un segundo de emoción me he llegado a imaginar cachas en seis meses para el verano que viene. Mira. No me lo creo ni yo. Tampoco tengo tanto interés, realmente. Pero bueno, me subiría un poco la autoestima que falta me hace. Y tambalea, como la canción de la Mala. Tambalea.


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