miércoles, 5 de julio de 2017

mientras quede arena en el desierto

Mientras haya hormigas que secretamente nos coman el terreno o termitas que devoren el aglomerado de los muebles o los marcos de las puertas, mientras haya rendijas en las que va a ganar el agua... mientras viva la guerrilla... Mientras haya monte y cuevas... Se va a abrir paso el agua o el puñal y eso es de lo poco de lo que no cabe ninguna duda.
En el desierto también hay tormentas pero son de arena. Mientras quede un grano, hay pie al predicamento. Un grano que escuche. Mientras quede arena.
Se entiende el predicamento. Ante el paisaje desolado. Ante la desdicha. Le da sentido. Lo completa.
Todo lo demás importa poco.

Leí o escuché y creo haberlo comentado aquí que no es completa sin derrota la utopía. Que su fin es la derrota. Como la vanguardia. Como los que sujetan en primera línea un ataque por aire. Los pensamientos derrotistas bombardean de ese modo. Ganan terreno como el agua o como la desconfianza. Se filtra. Mientras creemos ir bien. Como se pierde uno en los bosques. Malas referencias. Todos los árboles se parece. Se cae la hoja como amarillea la ilusión. Del mismo modo que se gastan las ganas o se encienden aún de dia las farolas. Y cuando te das cuenta la lágrimilla asoma. Pues así. Pero es mirarlo de otro: llorar es necesario. Es imprescindible perder. No solo aconsejable. NO solo prescriptivo. No solo por el dinero. No por la verdad. NO por el reconocimiento. Mientras quede aliento. Mientras nos apeste. A vida y bebida tragada y engullida. A ajo. A cebolla. A joderse. A aguantarse. Ajo. Agua. Aguardiente. Ardores. Ardentía. Ardices. Todo eso va en el pack y es necesario. Que se descomponga la utopía en el hígado.
El hígado es de lo más primordial.
Todo lo demás importa poco.


Leí o escuche hace poco en televisión: se gana o se aprende. Como si no se perdiera. Como si no se perdiera siempre.Suena bien la frase, es cierto. Pero de tan falaz, pues se me quedó. Y le di alguna que otra vuelta... Vueltas. Lo poco que doy. Pues no. No siempre se aprende. Desde luego nunca se gana. Siempre se pierde. Cada día perdemos un día. Eso es lo único seguro. Si no hay marcador, no hay ganador. Las victorias morales tendría que estar prohibidas. Los goles psicologicos como la canción de Fernando Alfaro.  La ganadora moral termina por desmoralizarse de no ser la primera y ya está. Ser objetivo en eso. Es más fácil si existe un tanteo. Posibilidad de numerizar la derrota. Ponerle un número. Hemos perdido de tres. De dos. Por la mínima. Hemos perdido por la mínima. Parece que no. Pero anima. Ganar. Perder. Es todo tan relativo, no? Sentirse ganador sin serlo es tan ingenuo. Naif. Dulce incluso. Y lo contrario, tan triste. Sentirse perdedor sin haber perdido. Y sentirse perdido sin haber perdido. Esa es la peor receta. La hamburguesa completa con todos los extras de la autocompasión. La autocompasión es mejor no pedirla nunca aunque esté destacada en carta o nos la recomiende el camarero. No, no como de eso. Tengo intolerancia a la autocompasión. A la victoria intima. Al logro personal. No como logro personal. Me sienta mal.
Es importante más que el plato, su digestión. De todo. De los traspies. De los saltos. De la fe. De las montañas. O las placas tectónicas o de todo aquello que nos mueva, no conmueva o nos conmine a hacer lo que sea. Y tomar sales de fruta para digerir lo imposible.
Digerir es importante.
Todo lo demás importa poco.

Y ya.