viernes, 2 de septiembre de 2022

Abrirle la puerta al miedo

 Pues le hemos metido un meneo al sótano. Había que picar la mitad del espacio. Donde estaba la depuradora antigua y los tubos que variaban el agua de la piscina. Era el motivo por el que se inundaba aparentemente y casi con toda la certeza

 Es dificil aseverar nada hasta que no caiga una buena tormenta.  Hay tres o cuatro al año. No es tanto pero les temo. Están cerca. Se viene otoño mojado y ya estoy temblando. No estoy listo para otro inundación. El agua es poco previsible y siempre gana.

Le temo a las tormentas de octubre pero casi más a los aguaceros de final de verano. He fregado la cocina y estoy haciendo un descanso. Tengo a Canelita al lado y está  ansioso y yo también lo estoy. Se ha acabado una parte pero quedan míl millones de movidas. Me agobia. Claro. Pero me voy poniendo. Ha sido un paso importante.  Picar el suelo. Ganarle un palmo y sacar cualquier tubería sospechosa. Ahora sólo nos puede joder la capilaridad.  Que no es poca cosa. Los martillos neumáticos han hecho su parte. A mano le pegué un buen bocado. He ganado un tercio de espacio útil. 

No tengo nada claro el siguiente paso.  Es un poco caos el panorama de ahora. Por más que se vea algo de horizonte al fin. Las maderas y los aislamientos que tenía preparados para las paredes se han amontonado en una esquina. A ver qué hago con eso. No está nada claro. Y al parecer, al moverlo todo apareció caca de rata.  Lo que me faltaba. Una puta rata en el sótano.  Es como tener que afrontar todos mis miedos más ancestrales. Joder qué mal.


Anteayer llego a la cocina a hacerme un café y hay una golondrina atrapada.  Joder qué susto cuando alza el vuelo al ir a por la cafetera. Me tiré al suelo como si hubiese caído una bomba. Abrí puerta y ventana en cuclillas para que escapase pero en vista que no, pues escapé yo como pude a hurtadillas y cerré la puerta de la cocina.


Y pensé: Es lo que hacemos con los miedos, cerrar la puerta y huir. Saber que están ahí. Como una golondrina atrapada en la cocina que no sabe salir. Es lo que hacemos y no es lo que hay que hacer, me dije. Hay que afrontar el miedo. Afrontarlo. Claro que si y mentalmente me lo repetí un par de veces para abrir la puerta y asomarme. La golondrina estaba posada en la freidora. Tiene más miedo ella que yo, eso pensé y me vino a la cabeza la absurda idea de humanizar nuestro miedo y pensar que nos teme tanto como nosotros a el. Que el miedo nos tiene miedo.


Todo esto lo pensaba agobiado en el salón y con la puerta de la cocina cerrada. Metí a Canelita a ver si hacia algo pero sólo bebió agua y creo que no se dio ni cuenta que había un pajarito atrapado. Después pensé que la golondrina podría estar herida y que, más allá de mi pavor a los picos y a las garras de ave en general, pues tenía el deber de curarla o auxiliar como fuera. Con un dorito que había sobre el plato, lo pille y lo hice trocitos y abrí la puerta. Le abrí la puerta al miedo. Acerque la mano hacia la golondrina que estaba atrincherado en una esquina y a ras de suelo, y le lance las mijitas de dorito que por cierto, acabo de barrer. Y no les hizo ni caso pero alzó el vuelo más cariñosamente y tras un par de despegues infructuosos, encontró el hueco entre dos rejas y salió volando.


El miedo voló ...

Abrir la puerta. Echarle pan.

El miedo también te tiene miedo.

Piensa en él. En que está asustado también,  como todos. Y afrontarlo y verás como se va volando.


Voy a seguir limpiando.

Uf lo odio