lunes, 5 de septiembre de 2011

La perversión de la infraestructura

Alrededor del mandatario, está una caterva de especialistas: el que le sujeta el brazo cuando señala, el que le atusa el flequillo o el bigote, el que le susurra palabras bonitas para que las repita, el que le abre y despeja de papeles tirados y hojas secas el camino, el que va dejándole pétalos de rosas a su paso o pide la ovación o el corto aplauso para enfatizar una máxima o el que asesora en materia de dar pasos al frente, mover las manos en el aire, dar cabeceos, golpes de vista o las variantes expresivas que mejor convengan, múltiples variantes, y todos los citados, volumen de plantilla adaptable al tamaño y densidad del territorio mandado, son una estructura invisible pero necesaria y efectivaa cuando el busto parlante del cargo público en cuestión se asoma a la ventana de nuestros salones e inocula su mensaje. Detrás de cada mensaje hay una cuidada infraestructura que no se toca porque no es de uno o de otros, sino de los que mandan y cuando los que mandan se juntan, en cócteles, recepciones, actos, aniversarios u homenajes, pasan igualmente por medio de sus especialistas la factura del catering, de la puesta en escena, del dvd de recuerdo, a los que les toca pagar siempre que son todos los que pagan impuestos, debería incluirme pero es tan simbólica mi contribución que ni lo hago.
La perversión de la infraestructura acarrea sobre todo un coste moral que no entra en la minuta. Es la guerra y, como en el amor, se permiten tácitamente las tretas de cuadrillas de obreros especialistas para mantener el estatus adquirido. Cambia sin embargo el entorno a un ritmo endiablado y resulta que la comunicación se vuelve multidireccional y la invisibilidad en la que trabajan los equipos de los mandatarios es cada vez menor. En lugar de aceptar ese cambio a mejor en los flujos comunicativos de la sociedad, de implementarlos incluso, se vuelve a producir una perversión de la infraestructura, cambiando las reglas del juego y modificando una carta magna que ampara a un Estado, para perpetuar un estatus que no se corresponde con el de la realidad. Y el coste moral, al que aún no llegué, que es la ausencia de perspectiva, el valor de la opinión propia se olvida, están obligados a hacer piña o los tuyos o los míos, o conmigo o contra mí. No es una cuestión de ponerle a todo un techo de gasto, sino de aplicar el sentido común y hacer uso de la buena fe. La buena fe. ¿Qué es la buena fe? Puede que algún beneficiario de los especialistas de los mandatarios o el mandatario en sí mismo se lo pregunte: ¿qué es la buena fe? ¿Lo contrario de la mala? ¿La tuya? ¿La mía? ¿Fe en qué exactamente? Entiendo que lo vean todo en cuestiones de márgenes y acuerdos condicionados por una capacidad de negociación. Mi margen. Mi acuerdo. Mi fuerza. Mi decisión. Los números no necesitan fe, ni buena ni mala. Eso podrían argumentar, en caso de que se lo planteasen siquiera. La cuestión pública se reduce a una toma de posición previa sobre temas que generen polémica y volvemos al mismo punto, los míos contra los tuyos, los perroflautas contra los jóvenes del Papá. Un atraso, propio de países sin las vías que trajeron el desarrollo, sin las guías ni el andamio que levantó la estructura, sin memoria. Y un país de unos contra otros, como será en muchos más, claro, y como nos obliga a visualizarlo el reparto actual del Congreso, sin espacio para las minorías, sin alternativas desde distintas ideologías, sin piedad. Izquierda o derecha. Laicismo o incieso.
Mientras tanto se desgeolocaliza una empresa que ha costado tantos sudores de muchos españolitos de a pie, y las oficinas pasan de Madrid a Londres y no nos damos ni cuenta de que para Telefónica, el país que la vió nacer es a día de hoy más bien una molestia que un orgullo. Y no es una referencia nada estratégica. Y es nuestra, deberíamos recordarlo y al menos, enfatizar una vez más la perversión de la infraestructura. En este caso, una perversión de infraestructuras que tiene responsables y nombre como el de César o apellido como el de Alierta, como principal auspiciador de este cambio de casa comercial, allene nuestras fronteras nada menos que en el pérfida Albión, que es una jugarreta en una empresa que además, se ha quitado un importante tanto por ciento de plantilla nacional este año, pervitiendo una vez más su condición de referente en el territorio por más que sea una multinacional y las leyes del mercado estén como están. No por tratarse de empresas, transnacionales o familiares, cambia mi percepción moral del asunto. La búsqueda de beneficios no está disociada de una serie de buenas practicas, que a medida que la sociedad esté mejor comunicada y más interrelacionada, serán exigibles por todos los usuarios, por todos los futuros clientes. Es un cambio profundo, que no se soluciona con un community manager. Definitivamente, no. En la política, ¿habrá algo más abominable que un mandatario que usa recursos públicos para su propio beneficio? ¿Que acepta y transige una perversión de la infraestructura para beneficiar a los suyos o a los que les marcan la pauta a los suyos?
¿Es posible que en este país se planteen siquiera cualquier tipo de restricciones a presupuestos en Educación, Salud o servicios sociales y también, en investigación y desarrollo, claro que sí y que aún existan nosecuántas cadenas de televisión públicas todas ellas deficitarias y a veces, hasta con dos cadenas por comunidad autónoma? Que las vendan. Que las subasten. Y que se anime del todo el panorama audiovisual tras el fiasco de la TDT. Es una competencia desleal para el sector privado. Es una verdadera perversión de la infraestructura pública, especialmente, en el caso de los informativos. Y es flagrante. Y aquí nadie dice nada.
En cualquier caso, el avance de la otra parte es imparable.
En términos de concienciación, en términos de respuesta, en términos de madurez y preparación la ciudadanía está respondiendo de forma inesperada y en bloque, lo que no es ni bueno ni malo, sino inevitable y molesto para los mandatarios y sus especialistas especializados, por más que de un lado y desde el otro, intenten monitorizar estos movimientos sociales que nacen del hartazgo y de la saturación ante la variada oferta de cotidiana injusticia que se olvida de las dos principales herramientas para gobernar, el sentido común y la buena fe.
Y sin fe, no hay país. Así que no nos descuidamos, a ver si nos quedamos sin lo que nos queda de España por fuerza del descreimiento.
Y sin sentido común, pues se acostumbra uno al despropósito y a esa frase que tanto me molesta de "...pero si son todos iguales, todos roban igual". En los próximos meses, en la campaña y en todo lo que viene, sería de agradecer que los implicados no ejercieran esa doble vara de medir con el techo de gasto y los que se gastan ellos hasta llegar al techo, o a la cima. Sin nosotros no tienen ni suelo, que no se nos olvide, aunque parezca poco, el individual poder de decisión y el papel de emisor de mensajes es cada día es más importante y es una forma de participar en cambiar e incluso, mejorar lo que tenemos y lo que tendrán los que vengan, que no son culpables de nada.

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