lunes, 17 de diciembre de 2012

Un mirlo muerto bajo el limonero

Hay un mirlo muerto bajo el limonero.
Hay dos limoneros, el más pequeño. Están mal podados, sin ningún corte y las ramas nuevas les crecen de la misma base del tronco y parecen arbustos de largas puntas más que pequeños árboles. Con espinas del tamaño de agujas de coser. Los plantó mi abuela, les tengo un cariño especial. Hasta hoy creo que nunca han dado un limón. Sé que son limoneros por el olor de las hojas.
El mirlo debe llevar unos días ahí. Lo ví ayer. Me gustaría que los gatos que corretean por aquí se lo comieran. O al menos lo cambiaran de sitio. Quizá es demasiado grande para sus bigotudas fauces o tiene demasiadas plumas el fiambre para los exquisitos paladares de mis felinos compañeros de parcela. Yo tengo un marrón tirando a negro oscuro. Muy oscuro. Tirando a siniestro. Parece que sin otro remedio voy a tener que ser yo el que se ocupe del cadáver del pájaro. Me da muy mala espina y bastante repelús, para qué negarlo. No he hecho estas cosas de niño, no he tenido contacto con los animales de niño y me cuesta. Me molesta no haberlo tenido. Es como un mini trauma lo de ni haber entendido etología básica de los bichos domésticos durante mi infancia. Todo sería más fácil en estos oscuros momentos en los que me topo con la muerte de forma inesperada en mi jardín. Un mirlo muerto me asusta. No voy a presumir de valiente y menos en lo que al ámbito de bichos muertos se refiere. A día de hoy, dejo pasar el tiempo. Sin tener nada claro lo que hacer. No veo muchas opciones. La primera y por ahora, provisional es una de mis tácticas más habituales, no hacer absolutamente nada. A veces funciona. He pensado en cubrirlo con un manto de hojas y dejar que los gusanos hagan su lento pero efectivo trabajo. Por otro lado no molesta, está en una esquina de la parcela que no es zona de paso o no diariamente al menos así que su presencia es relativamente notoria. Cuando pienso en ello me viene a la cabeza la imagen de las garras tensas como alambres del mirlo y largas, muy largas me parecieron, como si fueran las patas de un animal prehistórico. Los mirlos no tienen buen aspecto cuando mueren y quién sí, ¿no? Aunque casi diría que tuvo tiempo el mío de reclinarse bajo el limonero, no fue o no parece una caída a plomo, está, diría si no fuera un ave, en posición fetal. Parece en paz. La paz de un mirlo muerto es relativa en cualquier caso. Pero parece que no sufríó mucho que es lo que se dice como consuelo en estos casos. La imagen es menos agresiva que la de los gatos muertos que encontré hace unos meses. Es que llevo una rachita... Parecían una boa rota, las de las fiestas, pero de pelo blanco. Un trozo de una boa de pelo blanco... Tirados. Parecían pequeños pompones abandonados entre la hierba pero al acercarte tenían los ojos quietos y vacíos como canicas negras. Pobres. Y la boca o el hocico, más bien, entreabierto como si las cayera una baba o hubieran sido disecados a punto de maullar. Dos me encontré. Pero en días distintos. A comienzos de noviembre. No sé si les mató el frío. Las primeras heladas. Habían nacido a finales de verano. Les puse comida en alguna ocasión. Se pelearon con los otros gatos que andaban por la parcela. Hubo luchas territoriales. Solo escuché gruñidos y bufidos a medianoche. Aparecieron muertos entre la hierba en fin de semana. Uno, el sábado y otro el domingo de la semana siguiente. No creo que fuera un ajuste de cuentas entre gatos pero nunca se sabe. Quizá el mirlo también se pasó de listo y se llevó su merecido. A lo mejor convivo en un ambiente de mafia animal del que no soy consciente. Debo decir que la especie que más me come la moral en la casa son las hormigas de las que nunca he hablado y realmente me pueden.
Hoy me he preguntado si tantos encontronazos con la muerte en el ámbito doméstico no significarán algo. Un gato. Otro gato. Un mirlo. Por lo pronto enfrentar de manera directa la idea de la muerte, o más bien, la práctica de la muerte. O una muerte en la práctica. Son animales, sí. Es el campo, de acuerdo. Cosas que pasan. Muerte al fin y al cabo. Se trate de un gatito o de un mirlo. Es una muerte y tengo que ser yo el que intervenga. Agente del tránsito, por buscar una denominación concreta. Agente del tránsito sin más remedio y no me gusta, no solo no me gusta, es que me cuesta. Y ni siquiera puedo comentarlo porque me dicen o me dirían: Hombre, pues recógelo con la pala. Que viene a ser lo mismo que me digo yo a mí mismo, si estamos todos de acuerdo, pero ¿cuántos de vosotros habéis cogido a un mirlo muerto con una pala? Pues esa es la cosa. Es como si el limonero me estuviera suplicando. ¿Creéis que no lo oigo? Me suplica dos cosas: que lo pode y que haga algo con el mirlo muerto. Por supuesto que lo oigo.
Soy aprehensivo. Me cuesta incluso ponerme tiritas. Los animales muertos en general no me gustan. Soy sensible al lenguaje de los árboles sin podar. Recoger ese peso muerto con la pala me resulta tan siniestro como si fuera yo el que hubiera acabado con sus vidas y mientras los llevo, mirando para otro lado, en dirección al contenedor de basura, siento que estoy terminando el trabajito. Agente del tránsito. Sepulturero ocasional. El mirlo es mucho más grande de lo que parece y ni siquiera me he acercado mucho más de tres metros. Superé lo de los gatitos con aplomo. Eran peluches. Me hice el cuerpo de que iba a coger un peluche del suelo, un peluche que había que tirar a la basura. Uno de ellos feneció sobre un pantalón de chandal mío. Y el pantalón de chandal fue parte de su sepelio en el contenedor de basura. Estaba claro que después de ser el lecho de muerte de uno de los cachorros de gato (¿por cierto cómo se le llama a los cachorros de gato?), no iba a volver a ponerme ese pantalón de chandal nunca más en la vida. Todo fue junto en la pala. En el caso del mirlo en el limonero, es otra cosa. No puedo imaginarme a un peluche y voy a decirlo, ni siquiera me imagino a un mirlo, porque parece un cuervo. Es siniestro en sí mismo. No he querido buscar posibles interpretaciones al hecho de que muera un mirlo en tu casa para no dar rienda suelta a mi imaginación pero la desazón campa a sus anchas por mi jardín, esa es la única verdad. Y la verdadera razón por la que escribo esto es porque no sé si sería una mala idea del todo echarle tierra al mirlo y olvidarme del asunto en un par de años. Dejar que se descomponga es una idea ¿horrible?, es lo que en el fondo me pregunto al escribir esto y por supuesto, no espero que nadie que sepa del asunto de enterrar mirlos pueda contestarme en comentarios, esperar eso sería esperar demasiado, pero vete a saber, quién, cómo y sobre todo por qué alguien lee esto y llega hasta aquí, insondables son los caminos del blog, del señor y del cielo de los pájaros que parece estar más a ras de suelo de lo que nos imaginamos.
Y bueno, si alguien sabe de la poda de limoneros es también bienvenido en los comentarios.
No enfrentar la idea de la muerte es lo que subyace de fondo.

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