miércoles, 6 de agosto de 2014

Somos un tarareo

Hacer conciertos se supone que es el paso siguiente a tener un grupo y ensayar. Para mí, casi desde que recuerdo, los conciertos han sido el motivo para ensayar y poder decir de forma cierta, que sí, que tenía un grupo. Casi siempre tenía antes la fecha que el grupo. Lo que para muchos puede parecer una temeridad, para mí es lo habitual, o lo fue desde que dejé a mi primera banda, nos disolvimos en realidad, dejé de tocar con ellos, quiero decir, porque era un grupo democrático, con los amigos, puesto en marcha sin pensar ni siquiera en los directos, que luego resultaron ser la gran baza, por cierto. Hacer conciertos es un paso, eso está claro. Me cuesta entender a los grupos que ensayan y ensayan pero no tocan. Creo que no es real. Tienes que tocar con una fecha oliéndote el culo, para notar esa presión, que será parecida a la del día del concierto, la presión es necesaria, es útil. Es la única forma, en mi caso. No siempre te apetece sentir presión, de hecho, es algo que no apetece si lo piensas. Nadie quiere estar presionado, entrar en esa vorágine, no es una cosa fácil. Parece una tontería, poner de acuerdo a cuatro músicos, tener una fecha, que todos cobren o se sientan pagados de algún modo, que paguen... Realmente, es una odisea. Pero, ¿no ha sido así siempre? Y si tienes un grupo, ¿crees que quiero oírte quejarte por lo difícil o casi imposible que es todo? Pues claro que no. Claro que no. Si ya lloras antes de colgarte la guitarra... No hay que llorar. Esto es una pasión, es un verdadero disfrute, es un chute de adrenalina, es una noche que después recuerdas, que vives como algo especial... Y para el resto de las personas, es simplemente, un notas en un escenario con sus cosillas y sus movidillas. Es importante pensar en eso, creo yo. Porque a veces nos sentimos el eje del mundo, y solo le ponemos música a un momento. Que no es poco, pero tampoco es que sea gran cosa. Es el hilo musical. Es el fondo. No es lo que importa, la gente está a otra cosas. Nosotros estamos de fondo, dando banda sonora. Es mejor pensarlo así, verlo así. Quitarle importancia. No es más que una fecha, un concierto. Es bueno tener otro. En la agenda. Por lo que pueda pasar. Ha sido una norma que siempre he intentado cumplir. Antes de subirte, tener otra fecha. Para no terminar de bajarte. Y por si tropiezas que es un riesgo que uno corre siempre. Personalmente lo hago para esto. Para tocar. Las canciones. El grupo. Los ensayos. Son para eso. Para ese rato que siempre se hace corto e infinito. A veces, muchas veces, demasiadas veces, es un trago lo de subirse. Por lo que contaba al principio. Tener antes la fecha que los músicos con los que voy a tocar. No sé si será por los años o por la suerte, pero cada vez sonamos más rápido a lo que debemos. El sonido termina por ser un deber. Por más amor a la distorsión y a la baja fidelidad que tengamos. He conocido el sonido con el tiempo. Antes ni siquiera lo tenía en cuenta. No me importaba lo más mínimo. Me gustaba que mis canciones fueran crujientes. Que se partiesen como hojas secas. Que fueran como galletas mojadas en leche. Pero siempre pedía los técnicos que no le diesen mucho volumen a mi guitarra. Si lo piensas dos minutos, no es una gran idea. Nunca me propuse ser guitarrista. Mi primer concierto con guitarra colgada tendría los treinta años recién cumplidos, o a punto de hacerlo. Jamás me había propuesto lo de tocar la guitarra en público, ni siquiera le llamaba componer a lo que hacía por puro aburrimiento copiando posiciones de dedos y básicamente con quintas, de arriba a abajo del mástil y por puro aburrimiento. Lo repito. Es importante. Puro aburrimiento, lo de la guitarra. Cantante, sin embargo, quise serlo siempre. Porque uno piensa que son los importantes y porque uno piensa o más bien, pensaba, que no tiene que aprender nada. Aprender nada. Mi principal aspiración en la vida. Desde siempre. Aprender nada. Lo de colgarme la guitarra fue un accidente. Venía rebotado. Casi obligado. Ya que en mi anterior banda los esbozos de canciones eran míos y los riffs también, el groove, el feeling y luego, sin más remedio, tenía que comerme punteos de ocho compases con cero originalidad y más ánimo exhibicionista que verdadera fuerza. En mi opinión la verdad es otra cosa. Y la fuerza tampoco es eso, o no era aquello, o no lo era para mí que ya es bastante y que era el que llevaba el esqueleto de los temas. Me quedo el esqueleto. Es más, serán solo esqueletos. Y así, hueso a hueso, pues me monté mi propia banda más a mi gusto y básicamente, sin punteos. Ninguno. O casi. Casi ninguno. Poquito es cualquier caso. Muchas veces pienso en el día que aprenda a puntear. La que voy a liar. Pero bueno, no iba a eso. Se me van a quedar cortos los ocho compases. Pero esta entrada era para otra cosa. No para amenazaros con mi futuros arabescos con la pentatónica. No sé si tiene mucho que ver con la música o con banda, pero este post era para deciros algo que le digo a mis chicos, a mis muchachos. Tengo una banda de rock. A veces hacemos acústicos pero somos una banda de rock. Hemos metido arreglos de cuerda en el disco. Hemos grabado un disco, se está mezclando. Espero que lo esté mezclando a buen ritmo. Si las canciones no nos acaban de gustar, igual será un ep. Lo mismo ni siquiera acaba por ser nada. Para eso era esta entrada. Para recordar lo que somos. Lo que digo a mis chicos, a mis muchachos. A mis soldados. A mi banda. A mi grupo. Lo que siempre les digo. No somos nada, amigos. Nada. No somos ni lo más mínimo. No somos nada para ellos. Y eso es exactamente lo que somos, nada. Somos segundos. Somos una excusa para llevar a la chica a bailar y acercarte a su oreja a hablarle. Somos el pretexto para arrimar cebolleta en la verbena. Que no es poca cosa. Somos un letra que se queda. Somos una melodía. Somos unos segundos. Somos unos pocos segundos en la vida de los demás. Somos un silbido. Somos un tarareo. Todo esto, ojo, en el mejor de los casos. A veces ni eso. Como la canción de la Bien Querida. A veces, casi siempre. solo un intento. Muchas veces ni eso. Se queda en simulacro. Un intento poco logrado. Apenas conseguido. Un presunto silbido. Un presunto momento de abstracción. Un presunto recuerdo o evocación. Un presunto pretexto para llevar chicas al baile. Un presunto pretexto para amar. Una coartada para el amor, eso me gusta. Presuntas coartadas. Mira tú. No somos nada, le repito a mis chavales. Que sean presuntos pero no presuntuosos. Que se conciencien. Que nos somos nada. Que importamos nada. Que somos diez segundos. Veinte a lo sumo. Que somos un estribillo. Que somos un coro. Que somos una frase que se repite. Que esos somos para los demás. Que no se crean que ellos tienen en cuenta que detrás de ese soniquete hay cuatro bocas, que comen, que viven, que aman... No, eso ellos no lo saben, ni les importa. Somos un poco de aire. Somos silbidos. Somos un tarareo. Y hay pocas cosas mejores que poder ser eso para los demás aunque solo sea por unos segundos y después se les olvide para siempre. Y eso es lo que quería contaros.

PD: Últimamente también digo que el grupo es mi novia. Pero bueno, eso es una tonteria mía y quiere decir que ahora todos los caprichillos y atenciones son para mi grupo de rock and roll, que también tiene sus cambios de humor y sus antojitos y me gusta decirlo, la verdad, lo de que el grupo es mi novia. Y por ahora,  me quiere y nos queremos. Eso es todo.

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