viernes, 29 de agosto de 2014

refugio de invierno

Resulta que la casa de vacaciones de mis padres era mi refugio ocasional en invierno, donde la temporada baja posibilitaba los encuentros fugaces sexuales principalmente en el tramo final de la relación y recuerdo que hacía mal tiempo, que no había gente, claro, como sí la hay en verano, bueno esto no es ninguna novedad, el vacío tenía algo de intimidad y un mucho de aburrimiento, que persiste a pesar de la super población en la época estival. Los olores, sobre todo los olores al entrar, el suelo que es donde más miro, el sonido del ascensor: Puertas cerradas, el momento de entrar en el asecensor, de rodearnos con los brazos, la intimidad, casi un secreto, sin decirselo a la parte racional, a la parte razonable donde quiera que esté, que no estaba y ahora diría que ni existe, el primero, el segundo, a veces un escarceo bajo la ropa, plim, puertas abiertas, tercera planta, casi sin vecinos, desde luego sin veraneantes, las calle vacías... Ella llorando en la terraza el primer día de 2011, ¿o era 2010? Mucho tiempo con ese uso y negándome a ir en otro momento del año, siempre nos llega la penitencia, de negarnos a aceptar lo que realmente está ocurriendo, lo que lleva ocurriendo años o lo que dejo de ocurrir cuando simplemente era necesario. Los olores, lo más molesto. De la última vez, no hace un año aún y me lo repito para darme ánimos, no es un año, no es tanto, aunque sepa perfectamente que nos separan universos, a Dios gracias, para ella especialmente y bueno, no es tanto, doce meses, o eso me dijo porque a mí se me ha hecho eterno y volver a esos sitios, pues precisamente el sitio, uno de los últimos, donde siempre íbamos, a por pan y quizá Coca Cola o cerveza, y que estaba lleno de souvenirs, hechos de conchas, una vez quise comprarme algo, les hice fotos, fue la última vez, un crucifijo de conchas, una virgen en un caracola con una bombilla multicolor dentro y postales antiguas y novelas de euro del oeste y un montón de souvenirs como anclados en el tiempo, las tazas, del estilo Fajalauza, quisiste llevarte algo, un estropajero o una aceitera, algo así, a un euro, no sé, te dije que no era una gran idea, no sé el nombre del sitio, en la puerta solo pone: prensa, y bueno, lo temía, ir a por tabaco este año, tener que hacer el mismo paseillo que en invierno y que a veces, más de uno, hice solo, con ella en el sofá o en la cocina, pues le temía, ya digo... Bueno, pues se ha quemado. La tienda se ha quemado. A finales de mayo o junio. Un cortocircuito, según me contaron. Las manchas negras llegan hasta el sexto. Algunos pisos, de la segunda y sobre todo, de la primera planta, han tenido que ser reformados y en las terrazas estaban todos los muebles, acorralados en una esquina... Me alegré. No está bien, lo sé, que se hubiera quemado. Una metáfora. No tuve que volver a ver a las vírgenes sobre caracolas con bombillas de colores, y me alegro. Así de mal estoy, que me alegran los incendios. Un punto pirómano tiene esto, no lo niego. Una memoria a lo bonzo. Menos de año, es lo que yo digo. No es tanto. Y que se quemen, me alegra, lo de ver calcinados por otros mis recuerdos, por accidente. Por cortocircuitos. Las virgenes en conchas multicolores reducidas a cenizas, me gusta. No es de estar muy bien, me hago cargo. Si no haces tú las cosas, al final se hacen solas. Ocurren simplemente, como los cortocircuitos. Con el mismo mecanismo y similar sorpresa. Algo que por otro lado, parece bienvenido, te libra de tomar decisiones, algo que personalmente me agota y prefiero no hacerlo, no hacerlo siempre, para evitar duelos o dudas o simplemente, no sé, tener que recapacitar al respecto, prefiero que no, las llamas, yo lo hago mucho, creo que he dado cuenta de ello aquí, en la chimenea, papeles, recuerdos, fotos, todo lo quemable, porque a veces la ropa, pues no sé, creo que el humo de ropa va a ser un desastre y me sirve de exorcismo, o eso me figuro porque servir lo que es servir, pues en fin, ya se ve que poco.

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