martes, 28 de enero de 2014

Las verrugas

Es muy probable que si tuviera cinco o diez años menos, lo de las verrugas me habría dado para un relato. En realidad no hay mucho más que contar. No sería más de un poema, en realidad, pero para rimarlo tendría que tener dos décadas menos, como mínimo. No llega ni a metáfora, eso es lo cierto. Lo de las verrugas... Muchas formas de ser cruel, al elegir las palabras o al optar definitivamente por la concisión. A mi parecer la concisión es particularmente cruel. Lo bestia es corto. Lo salvaje es directo. Lo importante se cuenta en una frase. Es una mala noticia casi siempre. Los libros buenos tienen una buena colección de sorpresivas desgracias. Es necesario ese choque con la realidad más hormigonada, más recia, más intraspasable. Son malas noticias casi siempre. Es muy probable que si tuviera cinco o diez años menos, lo que llamaba malas noticias, ahora ni siquiera dignas de contar. Se van torciendo las líneas y aunque me gustan las metáforas, me alejo de las verrugas. He batido mi propio récord. Dos a la vez. Ubicaciones comprometidas. No lees mi blog. Las verrugas son de los dos. No lees mi blog ni lo has leído nunca pero siempre me decías que estaba muy bien. El teclado está mancado de ceniza. Es como si la punta de este cigarrillo encendido se hubiera desplomado sobre la parte más sensible de mi alma. Es muy probable que con veinte años menos, los poemas lo resumieran todo. Es muy posible que considere que no ha servido absolutamente de nada todo este tiempo invertido en el escribir, el escribir, llámalo así. Tú. Escribías también. Acaso no lo hace todo el mundo. Pocos lo confiesan. Incluso en internet y el mar de blogs pocos escriben de ese modo al que estoy refiriéndome con lo de el escribir.
Las verrugas. El escribir.
Antes he pensado que lo único que he aprendido en este tiempo de escritos a puñados siempre fallidos, lo único salvable es haber perdido el injustificado entusiasmo, que es, al fin y al cabo, lo que conlleva envejecer o el paso del tiempo o el morir. El escribir. El morir. Los ríos que llevan al mar, en las coplas a la muerte, que es lo que son casi siempre todas las coplas porque en el amor va la consecuencia, el final. En el amor va el final y en mi final, hay verrugas, dos. Dos verrugas. La muerte. No una, dos. Dos verrugas. Una en el cuello y otra en la ingle. Ingle por no decir casi escroto. La muerte. La frontera del muslo y el escroto: la verruga dos. Dos, nada menos. El escribir. No ayuda el escribir de ello. La primera se nota poco. Por la barba. Pero ahí está y me asusta al afeitarme. Para colmo de males últimamente me afeito a menudo. Llega el temporal mientras escribo esto, hace frío fuera y se escucha como el viento tira cosas. El tiempo no acompaña. No lo hace nunca. Se lleva o se va llevando poco a poco ese injusticado entusiasmo con cosas poco importantes como por ejemplo el escribir.
Las verrugas. Son poco importantes.
La primera de mi vida fue en el pubis. Me traumatizó la proximidad al sexo. Y que me impedía rascarme el vello con cierta naturalidad por miedo a romper esa bolsita circular de color carne o naranja suave. Lo pasé mal porque me sorprendía a veces, me la encontraba allí y bueno, no sé, quizá le de más importancia de la que realmente tiene. Por otro lado son muy contagiosas. Si las tocaba, y luego me rascaba la cara, tenía la posibilidad de contagiarme a mí mismo, es decir, es como si uno tuviera que huir de si mismo, lo que por otro lado, siempre ha sido mi especialidad.
En la televisión acaba de salir una pitonisa, creo que de origen rumano, que ha dicho que el señor tiempo es el marido de la señora vida y nunca lo tenemos, el tiempo nos tiene a nosotros, ha dicho algo así. El señor tiempo pasa rápidamente. El señor tiempo. Lo ha repetido varias veces, era su discursito de introducción en el programa de echar las cartas. El echar las cartas. El escribir. Las verrugas. La muerte. El señor tiempo.
Las verrugas. No he hablado de la segunda.
Un buen día la verruga del pubis simplemente desapareció. Me la notaba con frecuencia. Temía arrancármela, temía contagiarme a mí mismo, en especial en la cara. No quería por nada del mundo una verruga en la cara, en la mejilla por ejemplo o aún peor, en la nariz o en la frente. No me imagino nada peor. Reconozco que mi hipocondría cutánea es quizá excesiva. Desde la adolescencia tenía el temor de que me explotase la cara de un día para otro. Tengo una buena piel según me han dicho, porque entiendo de pieles lo justo y la verdad es que nunca he tenido que preocuparme realmente por las espinillas. De vez en cuando aparecía un grano del tamaño de una lenteja, sin venir a cuento y en plan molestando, en lugares no discretos y en momentos de alma frágil. Eso de alma frágil lo acaba de decir la pitonisa y lo he incorporado. Debería poner música.
Las verrugas. Voy con la segunda.
Fue en el brazo. Parece que te lo estoy contando a ti y tú sabes perfectamente dónde estaba. Pero tú no lees mi blog. Casi nadie lo hace. Me gusta que sea así. Me permite por ejemplo hacer esto. Podría convertirlo en un diario y nadie ser daría cuenta. Cuando la pitonisa ha dicho lo del señor tiempo, he pensado en el vertedero de tiempo muerto que es este blog. Hoy puse la chimenea y aún creo que sale humo, me afecta eso. El señor tiempo. Pasa rápidamente el señor tiempo. Dice la pitonisa. Hay que estar hecho de una pasta especial, para lo de echar las cartas. Todo el mundo de algún modo se figura el ... futuro ... Odio esa palabta. Le he perdido el punto totalmente a lo que os estaba contando. La pitonisa tiene de muletilla: alma bonita. Habla como la mala de una película de James Bond, una mala que se hace la simpática.
No lee el blog, no la culpo.
Ella se hizo uno, me gustó mucho aunque ya no era lo mismo. Hace un tiempo pensé que nunca conseguimos que lleguen a buen puerto las indirectas con los que nos dejaron de querer o nos quisieron mal. Que mal llevo el escribir. La pitonisa con sus predicciones me tiene loco también y no me concentro. En realidad no hay casi nada que contar.
La segunda. En el brazo. Muy discreta, eso sí. Por detrás del codo, hacia arriba. Casi ni se veía, tenía que echar el brazo hacia atrás y el codo y ahí estaba, mi segunda verruga, bien grande. Yo la culpaba a ella y ella se sentía culpable. El brazo por detrás del codo no me lo rascaba tan a menudo como el codo pero bueno de vez en cuando y como picaba pues me tocaba y entonces aparecía de nuevo la neura del autocontagio. Yo la culpaba, a veces sin decir nada. Me preocupaba se lo enseñaba. Si me asomaba cualquier granito, se lo enseñaba y le preguntaba: ¿No será una verruga?
Si tuviera diez o veinte años menos, lo contaría o lo habría contado en un escaso poema o un anodino relato, donde estaba el primer foco, de donde empezó todo, la cepa. La primera verruga, la tuya. Es un lugar con peso específico. Que importa para la historia, pero como soy más viejo pues lo obvio y paso directamente al primer tratamiento, que eso también lo sabes porque lo viste.
Unas gotas. Un dosificador.
En menos de una semana, la verruga pasó a ser una pupa. La pitonisa le acierta el color de ojos a los que llaman. Es una vacilada seria. Cuando acierta, la gente se queda a cuadros. Lo de los telepitonisos es un tema del que siempre me he querido ocupar aquí, en el blog. No lo hago por pura superstición. El tratamiento de la verruga fue tan fácil, tan sencillo y rápido e indoloro, que me plantee toda mi forma de ser ante el mundo y van a dar las cuatro de la mañana y tengo que madrugar, con una cita a las diez para cortar pinos con una motosierra. Una movida. Y estoy aquí hablando de verrugas, o más bien hablando de mi incapacidad de hacer literatura, si es que he hecho algo que pueda llamarse así alguna vez en mi vida porque desde luego que intentarlo lo he intentado, pues de algo, de hacer algo en lo de el escribir sobre las verrugas. Lo de el escribir sobre las verrugas, difícil de defender desde cualquier punto de vista.
Ahora tengo dos. Escroto ingle y cuello. La del cuello es mutación. No es la clásica naranjita o color carne, creo que es negra pero está súper rodeada de pelo de barba. Es complicado. Me frustra que siempre que voy al dermatólogo, muerto de miedo, el tío me despacha en dos minutos y siempre me dice que no es grave, nada es grave y que me lo quema en dos minutos pero que si no quiero o que si me da miedo, que no me lo quema y que no pasa nada, que se pasa solo. La del cuello es mutación creo de la clásica verruga, de las tuyas, de las que me dejaste. En un poema eso lo habría escrito seguro. Las verrugas que me dejaste, ahí lo llevas. A punto de ponerlo de nombre de entrada. Alma bonita, alma bonita. Con eso les cuelga el teléfono a los que llaman a la pitonisa, alma bonita, alma bonita. El señor tiempo. Escroto ingle. Esa es de las tuyas. Naranjita, color carne. Lugar complicado. Me la encontré hace unos días. Me rasqué como habitual y al mirar, tras sentir unas molestias, la vi morada. Me asusté claro. No me imagino enseñándole al dermatólogo la ingle escroto. Aún conservo las gotas, pero me parece un poco aventurado echármelas sin que me las vuelva a aconsejar el especialista. También pensé en ponerle en twitter: Lo único que me dejaste, tus verrugas. No es nada elegante. Tuitear ese tipo de mensajes, aunque a veces me salga del alma, del alma bonita, alma bonita o del alma podrida, pues no lo veo lo suyo.
Son las cuatro y cinco.
Ya lo dejo.
Dos a la vez.
Bato récord.
Nunca lees el blog pero por si acaso.
Dos a la vez.
Me acuerdo mucho de ti.
Dos.
Escroto ingle.
Cuello.
Récord.
Mucho.


Besos.  

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