lunes, 22 de agosto de 2011

Diez mil equivocaciones

A veces me gustaría escribir aquí cuentos o historías cortas sobre mi vida, la real o la inventada por mí o por otros que también se vive aunque de otro modo, pero no en plan diario sino en ese tono literario más pausado y contenido que se identifica rápidamente y deja un regusto de lenguaje macerado en el paladar mientras se salta de frase en frase. En lugar de eso, de provocar un momentáneo paladeo de construcciones verbales o superponer varios niveles de sentidos por medio de figura literarias, me dedico a escribir según me da el punto gilipolleces sin sentido y casi siempre con urgencia. ¿Para qué? Eso me lo planteaba antes mucho más a menudo, cuando escribía con ese ánimo de dejar een el ciberespacio mini piezas con cierta validez por sí mismas y con las erratas intactas.
¿Para qué? Por momentos uno vive con la ilusión de que sus opiniones importan, no en mayor o menor medida que las del resto pero sí con la firme convicción de que los pensamientos que a lo mejor no expresamos en el café al hilo de una conversación mantenida en voz alta o las conversaciones que no tenemos con amigos por miedo a que consideren el tema aburrido, pues es bueno, por algún aspecto que desconozco, simplemente acumularlas.

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