martes, 6 de marzo de 2018

mi tonta lista de cosas pendientes

Pues una cosa que hago desde siempre pero últimamente más que nunca, es una lista con todo lo que tengo pendiente y meto una P mayúscula dentro de un círculito, generalmente en la esquina superior izquierda de mi cuaderno en blanco que hace las veces de agenda, y repito la operación cada mes o cada semana, lo remarco mucho, la P y el redondel, hasta que la tinta hace un surco y la P significa PENDIENTE, obvio, y en este proceso gasto mucho bolígrafo en este proceso para aliviarme de la tensión que me genera y también, para que se note que es muy importante

Hace unos día estaba tomando un café en una terraza del centro a deshoras. Me gusta pedir cafés cuando no es la hora del café, y que me miren un poco raro y me digan, sí, ahora mismo. Y estaba en lo mío, fumando distraído y haciendo tiempo, cuando se acercó a la mesa una mujer a pedir unas monedas. O eso me figuraba yo. Vendía poemas, me dijo. En hojas pequeñas de bloc cuadrículadas y arrancadas. Originales. Por la voluntad. Consentí después del lógico estupor y empecé a rebuscarme en el bolsillo tras mostrarse infructuoso mi deliberado golpe de cabeza para apartar la mirada antes de que me hablase directamente y después de varias intentonas de negarle con la cabeza, pues nada, me clavó la estudiadísima mirada de pena y no me quedó otra que aflojarle algo de calderilla.

Pero no quiero el poema, le dije. No te preocupes, ya es tuyo, respondió. No tienes que gastarte uno, argumenté ya con el euro en la mano, queriendo zanjar el asunto. Mejor para ella, pensé y con toda la razón del mundo. Lo sigo pensando, ya me había convencido de darle dinero, no hacía falta la hojita. que se ahorrase el poema. Había funcionado como estrategia. Suficente, pensé. Mejor guardarlo para el próximo incauto que pillase desprevenido. En serio, está bien así, repetí como distraido sin hacer notar mi desinterés ante su súbita oferta de lírica ambulante. Es tuyo, insistió. Este es triste pero puede tener una parte alegre también, me soltó mientras me extendía un papelito con las trazas rotas de haberlo arrancado del cuaderno y con diez o doce versos en total. Pues gracias, acabé diciendo. Y se fue. A seguir con la tarea. Poemas puerta a puerta. Poemas mesa a mesa. Poemas peatón interceptado a peatón interceptado.

Me sentí un idiota con mi poema recién comprado. Pensé después en lo digno que es vender poemas por la calle frente a pedir limosna. O vender pañuelos de papel, por poner un ejemplo. O calendarios. O estampitas de la virgen. Vender en la calle es como hacerlo a puerta fría pero sin puerta siquiera. Es frio puro. Es venderle al frio. Y me vino a la cabeza la idea de la limosna poética. Y le di un par de vueltas a la idea y a lo que quedaba de café y azúcar en la taza. Limosnas en rimas. Limosnero en verso, etc etc y lo leí, claro. El poema que había comprado. No era una rima de esas que arrebata, ni se vislumbraba un genio a la altura de la visión comercial, desde luego pero tenía algo que me llamó la atención. No recuerdo exactamente la construcción de la frase pero en alguno de sus términos ponía algo así, como la agustia por lo no hecho,o el miedo, o algo así pero lo que me llamó la atención es que la expresión lo no hecho iba entrecomillada. Y no sé en este punto si era textualmente lo no hecho o lo no conseguido o lo no algo... Era lo no algo.... Y estaba entre comillas. Algo que no sé ahora mismo si es muy correcto desde un punto de vista ortográfico, pero entendí o creí entender el alcance de las comillas. Todo tenemos entre comillas lo que no hemos hecho. Las comillas eran el espacio irreal de los que debería ser. O de lo que debería haber sido. Quizá la frase estaba construida así. Lo que debería hacer pasado. Lo que debería haber sido. Ese condicional perfecto que todos podemos llegar a entender, con o sin comillas. Era exactamente eso.

No vale un euro entender que todos tenemos esas lagunas. invertiría mucho más en allanar mis puntiagudas confusiones. Que nos falla el condicional perfecto siempre o casi siempre. Que eso nos deja un boquete. Que duele. Que dura. Que tenemos problemas para conseguir los anhelos. Que gestionar el pretérito pluscuamperfecto o el participio pasado es jodido, que se nos enquista dentro y nos hace pupa. Que se infecta con desesperanza. Que nada de esto se ve, es un proceso lento y tedioso. Y nos jode. Nos figuramos cosas horribles. Nos ahogamos en vasos de agua que vemos medio vacíos, además. Nos pesa lo no hecho. Y la perspectiva se vuelve lúgubre. Con injustas hipótesis de infelices desenlaces. Con miedo a nimiedades. Con temores que paralizan. Con imaginaciones de lo que el condicional simple nos había hecho creer que ocurriría. Y no. No ocurre. Y sí. Sí que duele. Lo que no pasa.... Lo que no haces... Pues duele como sí pasase o lo hicieses.... Duele así. Es peor. En ausencia. Por omisión como se decía en misa del pecado. Pues igual. Omisión de lo que queríamos, de lo que pensábamos, de lo íntimamente esperábamos que sucediera por más que era difícil de esperar... Los anhelos íntimos, es un tema a tocar en futuras entradas de blog.

No sé dónde estará la hojita de papel. Lo guardo todo. Si pague un euro, con más motivo. Diría que ha sido mi mejor compra del año. Y toda esta anécdota es para recordar la importancia que le damos a lo que no hacemos. Debemos ser la única especie que hace eso. Darle importancia a lo que no llega a pasar o a lo que ni siquiera era esperable que ocurriera. Darle importancia al anhelo es un buen primer paso para tropezarnos con la depresión. Y buscar luego cura en la rima. Porque, creo si me permitís, que el mundo rima. La naturaleza rima. Y nosotros, con nuestros condicionales y nuestros pretéritos, intentamos marca el ritmo o la pauta. Pero no. Pasa cuando pasa. Y pasan cuando pasan. Y nosotros pasamos muchas veces también de hacer aquello que deberíamos. Son pasos. Ni más ni menos. Pasos y tropiezos. Pero son. No debería ser. No debería pasar. Simplemente, pasa o es.

Y, a lo que iba, mi lista de cosas pendientes es precisamente para evitar esto. Y es una tonteria. Es mi tonta lista de empeños vanos. No sé si sirve para quitarme la ansiedad o la incrementa. El motivo era ese. Para reducir ese zumbido de lo que no pasa como crees o espero. Para que sea igual a cero esa molesta sensación de lo no hecho o lo que se queda para siempre por hacer. Es una lista de gilipolleces, en realidad. Quiero decir, de cosas poco importantes. No es una lista del tipo tirarme en paracaidas antes de los 30 o viajar a la India y todo eso. Es mucho más sencillito y de andar por casa. Son cosas que tienen que ver con el grupo, buscar conciertos, escribir a sitios para promo.... Cosas tontas como contestar un email por puro formalismo o con un "Muchas gracias por contestar" aún habiéndonos dicho que no. Son como presas al discurrir del universo. Contestas y el azar infinito sigue su curso. No solo son respuestas que nunca llegan a darse. Hay mil ejemplos de cómo yo creo que obstaculizamos la normal desenvoltura de nuestra destino. Lo que iba a pasar, sí o sí. Vale para muchos ejemplos. Lo que nos prestan y no devolvemos. O cuando se trata devolver un libro de la biblioteca o una peli del videoclub, que la tienes desde hace una década. Son agujeros negros del destino, en mi opinión. Lo que tienes que devolver, a veces son palabras. A veces es un abrazo. O un guiño o un cariño. Son cosas pequeñas pero que importan. Ese tipo de mierdas. Que las arrastras años, vete a saber por qué. Y que, en realidad, tienen cero importancia. Pero joden. En mi lista de tareas pendientes no hay nada especialmente importante o urgente. Son cosas eternamente atrasadas, por distintos motivos, y a veces, lógicamente, por la dificultad de enfocarlas o porque no es fácil de materializar. O depende de otros. O en algún caso en concreto, es casi mejor que no pase. Que no se haga realidad. Que se quede pastando y rumiando hasta infinito en el mundo de las ideas. A veces es solo un paso del todo el camino, en ocasiones se trata del primer paso y en otras, del primer tropiezo. Los tropiezos no es conveniente saltarselos. Aunque parezca una paradoja, es mejor caerse cuando hay que caer. Un empujón porque a veces es el empujoncito lo que falla o falta. Para caer o para ponerse de pie. Por este tipo de pormenores digo que es tonta la lista de tareas pendientes.

Y hoy quería ponerme con ella. A tachar.

Es como.... Táchalo todo... Ve una a una. Y te la vas quitando de encima. Voy a perder tres kilos si me la cepillo. Vamos. Adelante. Cuando algo sale bien o simplemente lo acabo, lo tacho de la lista. De mi tonta lista. Es un momento feliz, el de tachar. Los borrones siempre parecen tristes pero en este caso, no. Son sonrisas. Es lo contrario de lo no hecho, es lo hecho y tachado, una cosa menos. Una cosa menos de mi tonta lista de tareas pendientes. Es un placer hacerlo. Y no es que siempre se resuelvan las cosas en el sentido en el que queríamos o esperábamos, es más, esto ocurre poco o nunca.  Es más bien al revés. Simplemente se resuelven. Dejan de incordiar o de ser molesto o de ocuparnos hueco por dentro. Se trata de eso, en realidad, de que cesen. Se resume todo en eso, es aligerar el espacio de las preocupaciones o lo que llevamos dentro para guardar desilusiones, dudas y equivocaciones. Soltar lastre, vaya.

Y no. No he hecho nada en toda la tarde. Ni siquiera escribir un poema.
Que es una buena forma de defenderse de lo no hecho.
Buscaré el que me compré, le haré una foto y lo trascribiré aquí para que lo leáis.

Y ya está.

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