miércoles, 12 de septiembre de 2012

La nula protección del futuro

Que los niños son el futuro me parece, además de una cursilada, una verdad innegable.
En mi infancia no se andaban con chiquitas.
En televisión existían los dos rombos.
Los dos rombos.
Hoy son tan impensables que voy a buscar una foto y un enlace para explicarlo.

Aquí, la foto:














Aquí, la explicación:
http://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%B3digo_de_regulaci%C3%B3n_de_contenidos_por_rombos



Años ha. Por aquellos entonceres me parecía bastante psicótico y hoy lo echo de menos, un poco de psicosis en positivo para la muchachada. He cambiado totalmente de opinión. Tengo mis buenos motivos. Los rombos significaban y significan y significarán siempre lo mismo: censura y rémora del franquismo. Punto. Nunca lo defenderé, ni a los códigos censores ni a la censura, ni al pensamiento derivado de cualquier tipo de dictadura. Esta última frase me la podía haber ahorrado. Hay cosas que no hay ni que decir.

Pero es que, lo de ahora es peor. Y, ¿ahora qué? Es peor, no hay rombos, ni uno ni dos, ni censura, ni nada. Solo un supuesto horario de protección a la infancia.
Que sin el más mínimo respeto ni pudor se incumple cuando conviene y si hay que pagar una sanción (no lo tengo claro que haya multas al respecto) pues se paga y punto, porque por ingresos publicitarios, conviene y sale a cuenta.

No propongo, claro que no, regresar a la censura o a los dos rombos. No. No me parece un buen método. A veces uno piensa que se crean normas o leyes para tener la coartada o el amparo moral que permite no cumplirlas de forma cotidiana.

Lo que hoy vivimos, la nula protección del futuro, se cristaliza en comportamientos y actitudes de una generación de españoles que no tiene referentes. Y no hablo de moralidad. Lo mío es comunicación. Y si me alcanza el discurso, me refiero a ciertos valores estéticos. De saber estar. De elegancia. De compostura. Son formas. Y están siendo enterradas por un chabacanismo que tiene una carga de profundidad mucho más honda de lo que podemos imaginarnos.

Vuelvo a mi experiencia personal. Cuando era pequeño o incluso siendo ya adolescente, la calificación de las películas era tenida muy en cuenta tanto por nuestros padres, como por los propios taquilleros, a la hora de ir al cine.
Tolerada para mayores de 18. Para mayores de 16. O para todos los públicos.

Hemos permitido y nos meto a todos en el saco que los contenidos que nos ofrecen actualmente sean para todos los públicos en una falsa representación de democratización que en lugar de servirnos como elemento actualizador de nuestra conciencia crítica, nos convierte a todos en peores personas. No es el camino de la censura el que hay que volver a andar, sino despejar de matorrales y mala hierba la siempre poco transitada vereda del sentido común.
Y sobre todo, cortarle las alas a los que hacen negocio a costa de nuestro futuro, nuestros niños.
Cada vez peores, siento decirlo, nuestros niños.

Aunque entrar en ejemplo concretos lo veo perder el tiempo, porque hay millones de ejemplos tanto en televisión como en la cartelera, esta entrada del blog está motivada por el estreno de Ted. La película del osito. Escribí en twitter sobre ello. ¿Cuántos padres y madres mal informados habrán llevado a sus hijos a ver la película del osito que habla y se habrán encontrado a un oso de peluche que fuma marihuana sin parar y se mete cocaína de forma ostensible? De acuerdo, no está tolerada para menores de 16 años. Pero, ¿dónde lo pone? ¿Dónde se remarca esa limitación de edad? Debería de recalcarse en la publicidad con el mismo aviso de los medicamentos. Esta película contiene imágenes explícitas de sexo y drogas. En caso de duda, consulte con su taquillero.

Parece que a nadie le importa.
Y hablo de cine.
En televisión es más sangrante y más diario la desverguenza con la que se ofrecen miserias, en horario infantil. Y no consiste en esquivar determinadas palabras malsonantes, o no hacer alusión al alcohol o lo que sea. Está de fondo. Es la forma de pensar. Los valores que trasmiten en la tarde, que antes estaba consagrada a Barrio Sésamo. Antes eran Epi y Blas los que nos enseñaban a compartir y el Conde Drácula a contar. Y ahora... ¿Qué nos enseñan? Miserías, basura, rencor... Que desde una perspectiva de entretenimiento puro y duro, pues de acuerdo, es un producto dinámico, divertido y hedonista, pero a la larga, es un coste para la sociedad que no nos podemos permitir. El que unos hablen de otros, la forma en la que lo hacen. El destripe continúo de intimidades, el poco valor que se concede a la vida privada. En fin. No hace falta dar nombres.

La nula protección del futuro costará mucho más de lo que podamos pagar en generaciones.
Y simplemente habría que apelar al sentido común, antes que a la ley.
Si los rombos generaban cabeza cuadradas, la ausencia de ellos nos dará cabeza vacías.
Puestos a elegir, yo lo tengo claro.

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