martes, 20 de enero de 2015

Los artículos los llevamos ya escritos en la cabeza

Y buscamos las voces que los cuentan, las fotos que los retratan o los papeles que los sustentan. Lo que me intriga es si se trata de una máxima, de un dogma casi cognitivo, de la naturaleza, físico quiero decir, estrictamente cerebral o me aterra que tenga más que ver con una deformación forzosa del oficio a causa de una banalización de los tiempos, de todos los tiempos, los tiempos de trabajo, de recavar información, de cavar y cavar para llegar a los orígenes, de esos tiempos, minutados a la baja de un tiempo a esta parte y los generales, los tiempos a los que aludía Dylan o Yoldi en su último artículo, que suenan a tiempos viejos, gastados, multifacéticos, poliédricos... Quiero decir. Es culpa nuestra porque transigimos o porque nos dejamos o es que el trabajo periodístico lo pide, lo de hoy, lo que hoy es el trabajo periodístico, ese camelo del multimedia que siempre me ha parecido un chiste de mal gusto, el dedo en el que se fija el que no sabe mirar a la luna, el que no sabe mirar a secas, las historias no cambian con letras, con imágenes o con ondas, la historia y sus garantes parecen abocados a un cambio marcado por una estricta austeridad económica en los medios y si eso no afecta al producto es que nunca lo hizo, quiero decir, tampoco para bien cuando éramos más. Cuando comenzó el exterminio de compañeros por el 2008 recuerdo que me decía un perro viejo de la redacción: ¿Mañana saldrá el periódico? Pues no le importa a nadie. Es decir, si sale. Si sigue saliendo, todo está bien. Pero no. No, perro viejo. No está bien. Estamos jodidos. El último lustro se ha cobtado a muchos informadores que probablemente ya estaban aconstumbrados a estas vagas prácticas de apuntalar el cuadro al marco y que luzcan más los barnices dorados o la imitación madera, que no se vea el fondo, un mundo de cuadros, de posiciones prehechas, un conjunto de clichés, tengo ganas de hablar de ello, da para investigación, los tics, no las tics, no... Los tics. En titulares, en enfoques. Ese punto de vista habitual que nos lleva a reconocer la realidad a primer golpe de vista pasando las páginas de un periódico en lo que se enfría el café. Esos moldes. Analizarlos a fondo y ver cuántas veces al año se repite un mismo titular, un mismo tipo de titular, ese tipo de titular que se camufla a la perfección entre la maleza de la actualidad y no canta, tampoco hiere, no sorprende y no motiva a nadie a seguir leyendo, a casi nadie. Da para mirarlo con calma. El trabajo periodístico no tiene nada que ver con el periodismo. Hace tiempo que quiero escribir esto en el blog. Lo voy a repetir: El trabajo periodístico nada tiene que ver con el periodismo. Y no pongo periodismo en mayúsculas pues porque me he refrenado, y he cambiado el orden de la perifrasis por darle su aquel. Es que el tema me enciende: el trabajo periodístico es una basura, llenar páginas, cada vez menos páginas pero me alegro, porque se ha derrochado papel y tinta a mansalva para algo que no se sostenía, que eran clichés, que nadie leía, que parecía que iba al peso. Periodismo, joder. Lo que nadie quiere que cuenten, coño. Eso mismo. No lo otro, No telaciones públicas. Y es a lo que tendemos a una hiper publicidad de las relaciones. Ya lo escribi en el blog hace tiempo, si los periódicos se hacían eco de las noticias o de lo que pasaba en twitter, estaban cavando su fosa. Es obvio. Si hablas de lo que pasa en otro sitio, pues vayamos al otro sitio a enterarnos, ¿no? ¿Para qué queremos al intermediario? Y eso ha pasado. No es dárselas de adivino. Era perder lectores. Porque a mi abuelo no le interesa lo que incendia o deja de incendiar twitter, que en gloria esté mi santo abuelo, pero me refiero que a una generación, a toda una generación les han robado el carácter de sus contenidos con morralla que viene del ámbito de las relaciones públicas, rollo Orwell. Periodismo, joder. Y suele ocurrir que la realidad es tozuda y retorcida. Que un titular es siempre o casi siempre irreal, no por su condición de breve frase directa sino por su distinción como aserto. No suele serlo y es solo parte de la realidad, como pasa con todo, porque será por partes y será por realidades. Cuando algo no tiene más que una cara, es que solo le beneficia a una parte. Y empecé a escribir esto en parte por el artículo de Yoldi, en el que, someramente, y no como explayando pero si dejando el rastro, Yoldi cuenta sus vacaciones y alude a Dylan en todo un párrafo para hablar de los bastardos del antiguo borbón y de las diligencias del Supremo. El artículo lo llevaba escrito en la maleta como la foto de los pinguinos la llevaba en la memoria de la cámara. Que no viene al caso centrarse en ese ejemplo porque realmente no lo es, no es ejemplo ni siquiera de todo lo anterior que he dicho pero bueno, necesitaba desahogarme un poco. Del no dejes que la realidad te arruine un buen titular, hemos pasado a no dejes nada de realidad en tu titular. No nos engañemos, las redes no cambian nada. No cambió nada el telégrafo. No lo que era una noticia y lo que no, ¿o sí? Que no nos digan que ese dedo, que su dedo, es la luna. Que no nos vendan la luna. Que no quieran que compremos una llegada a la luna que lo único que consigue es suministrar una señal única de materia informativa, un único relato de la realidad. Un trabajo periodístico guionizado por las agendas informativas, y muy bien hecho, que para eso están ahí los compañeros, por cierto, a los únicos que conozco que les va bien y prosperan a los que se metieron en esa rama, más de relaciones públicas, que no sé por qué, es una expresión que ha caído un poco en desuso. Pero son eso. Y son de los poco que les ha llegado el sueldo para meterse en pisos. Desde luego han sufrido menos el genocidio de las redacciones. Agenda informativa es oxímoron. Agenda informativa, oxímoron clarísimo. La misma falacia con la que se nos cuela el trabajo periodístico, también cada día más cerca de ser oxímoron, en lugar de periodismo. Periodismo, joder. Lo que alguien no quiere que cuentes. Si todos quieren contarlo, es menester desconfiar. Así me lo enseñaron los perros viejos, hoy apaleados.
Pero lo que realmente quería decir es que está mal: que los artículos tienen que vivir, si es que salen adelante, en el papel y cuando digo papel, digo también el folio en blanco del procesador de textos, que tienen que nacer de ese vacío y crecer hasta el número de caracteres requerido y crecer así y ahí, no en otro sitio y menos en el marco, en el cliché, en lo esperado o en nuestra cabeza, tenerlo todo ya escrito y preguntar  de forma capciosa lo que necesitamos entrecomillar para que no nos lo cambien demasiado cuando lo enviemos. Pues no. Eso es lo que no hay que hacer, Eso quería decir.

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