domingo, 25 de agosto de 2019

No temerle a tus miedos

Ya hoy estoy más tranquilo. Aburrido incluso. He dormido diez horas. Llueve a cántaros. Rayos y centellas. No aquí. Donde estábamos anteayer y qué curioso, el tiempo lo cambia todo. Escapamos de la tormenta. De puta madre, ostias. Nos fuimos con sol. Menos mal. Llevar y traer sol, qué importante. Qué alegria. El último tramo del lunes nos pillaron cuatro gotas. Que luego fueron ocho y dieciseis y treinta y dos, y de pronto, se lió de la ostia, y empezó a caer a eso de las seis. A las siete no quedaba nada. Y al parar nos pusimos dos mangas al instante. Estábamos con tiritonas al amanecer el martes. Para un sureño irredento como el que os da la chapa aquí puntualmente pues es un must lo del sol. Así te lo digo.El sol lo es todo. Las cuatro gotas ya son muchas. Con sol todo mejor. Sudo como un cochino pero mejor. Al volante me lo sudo. Se me vuelve el culo un manantial. Conducir es un coñazo y tal, es verdad pero con sol y sin aire acondicionado, pues ya ves. Duro. Durillo de pelar. A mí el aire acondicionado pues como que no. Lo odio. Reconozco que es una manía. Ya. Mis cosas. Pero no. No lo pongo. Nunca. No. Y bueno, ahí voy. Soy de golpetazo de ventanilla. De que te vaya dando el aire en la cara. Pum. Pum. Pum. Que te atonta después de mucho rato. Es verdad. Aquí no es que haga buen día hoy. Nublado amable encima de mi cabeza ahora mismo. El tiempo lo cambia todo. Tengo los últimos días borrosos, está todo como en sueños, como en sombras. Lo reciente. Contento, pero desorientado. Estoy muy contento en realidad, quizá sea eso lo que me desorienta. No estoy acostumbrado a la alegria sencilla y corriente. En fin, que la chapa la doy igual de depre que a lo medio ilusionado como ahora, pero bueno, lo mismo de leer es más fluido, vaya usted a saber. O no. Pero estoy con ganas. De todo. De fluir. De leer. De tocar. De escribir. De andar. De sembrar. De quitar mala hierba, incluso. Eso es bueno. Hoy he estado cogiendo almendras del suelo. Hay un montón. He llenado dos botes de cristal. De aceitunas gordales y han sido diez minutos. Hay muchas más en el árbol. Hay dos árboles, de hecho. Llevo muchos años pasando de recoger las almendras. Este año, no. Las caperuzas que tienen las usaré de abono. Las iba pillando también. He hecho un buen montón. He hecho cosas. Aburrido del todo estoy, ya te digo. Y me siento también como un poco perdido. Sin saber muy bien qué hacer o para donde tirar. Por eso me salgo al jardín y hago cosas útiles. Almendras, por ejemplo. Es algo. Estoy en una nube pero será que está nublado. Como al despertar de un sueño. Y acordarte mal. Pero tener la sensación de haberlo vivido.Y que era medio bueno. Pero un sueño al fin y al cabo. Ando atontado todavía. Queriendo eso bueno que no consigo recordar. Saborearlo otra vez. Pero claro, no es que sea como que, es que me he despertado hace un rato y aún estoy gilipollas. Ni me he lavado la cara. Y han sido días de tralla, muchos seguidos, cinco bolos en cuatro días, necesitas más de 24 horas para levantar cabeza. Y ni por esas. El cielo aquí está raro pero no rompe. La lluvia no me gusta en ningún caso. Me ahorro regar pero no. No. Conducir con lluvia es la muerte. Lo peor. Le temo. Le temo a un montón de cosas. Nos guía el miedo. El otro día pensaba en eso. Nos guía el miedo y otra cosa que no recuerdo. Pero fue como. Ah, claro. Joder, está claro. Nos limita y nos guía el miedo y.... ¿La experiencia? No era la experiencia, era un concepto mucho más guapo. Bueno, da igual. Ya me acordaré... El miedo es común a todos los animales. Oyen un ruido y se alejan. Es normal que nos influya. Hay que discernir bien los ruidos. A qué prestamos el oido. Y afinarlo. El miedo es el faro. Si lo ves desde la luz y no desde la oscuridad es mucho más útil para entenderlo. Hay que administrarlo bien. El miedo no existe, que decía mi padre. Llevarlo más allá. Sin que suene a negación. No temerle a tus miedos. Ponerlo a prueba, y sí, planteárselo seriamente. Lo que sí, lo que no.... Sobre todo, por qué. A qué. Cuándo. Con quién. A la lluvia le temo. Y le temo con motivo. La lluvia ahoga. La lluvia estropea. La lluvia rompe. La lluvia, desde luego y siempre, moja. Pero es que es muy puta. La lluvia es muy puta. La lluvia ciega. La lluvia aturde. La lluvia dispara. La lluvia destruye. La lluvia resbala. Le temo a conducir con lluvia. Lo que más. En la niebla, me cago también en su puta madre. Pero me pasa menos, claro. Odio la lluvia, en serio. Por más que sea aparentemente aminorar y ya. Pero le temo a conducir con lluvia lo que más. Y sobre todo con la lluvia doble.

Lluvia doble

Cuando el agua viene del suelo y va para arriba, en este caso hablo del asfalto gastado y resbaladizo, que estando concurrido en los carriles y encharcadito entero, pues es un río en cinco dimensiones y viene de todos sitios, un ataque de agua que te salpica o en ocasiones te cubre de forma constante y anula visión el chorro o la espuma según el grado de goterones pero ir, va hacia arriba y va con todo, pero para ser doble, ya luego, está la otra: la lluvia convencional, la de siempre, la normal, la que cae de arriba, del cielo. Cuando se juntan y cae fuerte, y sube fuerte pues se forma la lluvia doble. Que es una puta mierda. Y de mis mayores miedos, mire usted. En asfalto gastado o carreteras que embolsan agua, con curvas o rasantes, es una puta mierda muy seria. Me acojona muy en serio. No es broma. Me encorvo al volante y se me encoje el escroto. Estás al borde del aquaplanning constante. Y chocar con el del otro carril. La peña le pisa. Llueve o truene.  Si es en un valle, que hay muchos por el norte, si te pilla en la bajada te cagas cada vez que pones el pie en el freno. Doble lluvia o lluvia doble, como yo la llamo. Te cae agua de todas direcciones. A los coches les rodea un aura de gotas que en función del peso o del tamaño del vehículo es una nube o una tormenta en sí misma. Los camiones llevan un cielo propio derramándose. Y cuando es un camión o un bus y va rápido, parece que te jarrea el cristal a posta. Esta mierda me agobia. Y me agobia especialmente en las salidas de las ciudades, que el asfalto está ya dulce y la peña se lo sabe y se pone a noventa y salpican de la ostia a los que no nos sabemos la dirección de las curvas y respetamos los límites. En general, respetando los límites poco malo te pasará. Pero en algunos sitios, la velocidad permitida es muy distinta de la real, de la habitual, de la de los paisanos que se han criado lloviendo. A mí me jode. Salir o cruzar Madrid por ejemplo con lluvia doble y a doble carril, en curva y con agua que viene de todas las direcciones. Un infierno de agua para mí. Pero peor es la niebla. Joder, la niebla. Me cago en la ostia con la niebla. En todas sus versiones, aunque está la más temida: La ola blanca.

Ola blanca


Pues eso, que en las carreteras del norte que están en pronunciados valles (de lágrimas) pues cuando llueve o sea cuando hay lágrimas a tope en los susodichos valles, pues a veces, pasa que las nubes pasan bajas, muy bajas y van lentas, muy lentas y hay bancos de niebla con espesor severo. Como una ola, que cantaba la malograda tonadillera. Un bonito momento en lo estético pero que me da una fuerte cagalera en todo lo demás. Me acojona. La ola blanca. La gran ola blanca. Como si me trasmutara en el capitán Haddock o como se escriba, al volante de mi Vito de doce años a por la ballena. Porque no te queda otra que meterte y que sea lo que ella quiera, es una lucha de tú a tú y es la ola blanca la que manda. Y cuando avanzas hacia ella. Uf. Es como en el mar. Como la espuma del agua. Acojona. A mí me acojona. Será la falta de costumbre. No lo sé. Pero es como que vamos a volcar. Que nos hunde. Como una ola de esas que se ve que va a partir un barco en dos. O que lo va a engullir. Que es exactamente lo que hace con mi utilitario la ola blanca. Se lo come. Y cuando he ido con la furgoneta es igual. Te metes en la ola blanca y no ves más allá de cinco metros. Me he encontrado con un par de ellas al subir a Galicia. Son una cosa jodida las olas blancas. Le temo más que a la lluvia doble. A veces se juntan. Pero pasa poco. Son neblinas menos densas si cae tan fuerte como para que sea lluvia doble. La niebla a veces viene de serie. Hay zonas donde siempre hay. Entre los dos primeros túneles cuando pasas Zamora, al entrar a Orense, en los primeros pueblos, la ostia, en esos valles están siempre con olas blancas de varios metros. Pacen como ballenas con hambre. Intentaba pasar a las doce, cuando levantaba el día. Aunque haga buen tiempo. Hay igual. Es la ostia. La primera vez puse los cuatro intermitentes y me bajé a sesenta. En el carril lento. Hice el ridículo. Con más miedo que verguenza. Me adelantaban los camiones y me pitaban. Iba lentísimo. Lo peor que puedes hacer, claro. Lo que hice yo. Porque el riesgo es que te den por detrás, como con casi todo en la vida por otra parte.
Ojo a que te den. Ojo. Pero sobre todo, por detrás.
Ojo atrás siempre. Lo de atrás siempre tiene que ir en orden: siempre.
Siempre volvemos. Es el pasado. Ojo con eso. Ojo, en serio. Ojito.


Fotos del pasado

Ayer borré como trescientas o cuatrocientas fotos de instagram y fue como adelgazar diez kilos o rejuvenecer cinco años. Lo digo cien por cien en serio. Cero rollo. Qué tonteria. Pero ya. De verdad que fue guapo. Aunque suene a chorradica. Esto se alimenta de eso. Tontadillas. Surtido de ellas. Pero de verdad. Qué ligereza. Cuánta morralla tenía en la cuenta, por cierto. Cuánta mierda subimos a redes. De blogs, ni hablemos. Qué sensación más buena. Y tiene explicación. O eso creo. No es egotrip porque sí. Se lo recomiendo a todo el mundo. Borra fotos. Borra. Olvida. Sienta fenomenal. Es gloria. Avanza. Quema la senda, borra el rastro. Mira hacia adelante.
La explicación o lo más parecido a ella. Allá voy con ella. Es que cuando sacamos el último disco, que aprovecho para meter la cuña que se llama "Mirar las vistas" y es muy cortito, que son solo nueve nuevas canciones y lo podéis poner en el spotify o en el bandcamp, pues eso, que lo tenéis ahí, a la derecha, fácil, fácil, pues eso, que cuando sacamos el disco el 29 de octubre del año pasado, o sea 2018, pues el instagram de motu propio pues me propuso convertirme en perfil de grupo. Pasar de perfil personal a perfil músico. Me sentí honrado y todo. De que el algoritmo me hiciera casito. No sé a qué vino. Lo hice. No sé por qué y me moló.  Fue guay. Y en lugar de mi nombre pues le puse el de la banda. Enrique Octavo. Con guioncillo al final porque estaba pillado el otro. Y claro. A continuación, dejaba de tener sentido cualquier retratadura con filtro y sin argumento musical. Las fotos de mis plantas o de mi gato, por no decir las de comida. Sin sentido total. Tenía muchos flashazos a ollas de spaghetti, Mira tú. Y bueno, no sé por qué cuento esto. No es nada interesante. O sí. Puede ser. Que la dimensión social y su representación en redes pues pese. Tenga un peso. Que se arrastra. Que se lleva. Que pesa y que es jodido y nos jode la espalda, metafóricamente. La espalda es la autoestima. O la proyección. O lo que sea. Llámalo equis. Pero que nos jode. Y que se lleva. Las fotos. Las caras que pusimos. Los filtros que pusimos encima de las caras que pusimos. Pues a tomar por culo. Las poses. Las caras viejas. Líbrate de ellas. De esas feas fotos del pasado. De todos los pasados. A tomar por culo. A mí me ha sentado de la ostia. De verdad. He perdido peso. Estoy gordoncho. La verdad. Se va bajando. La cosa. Pero estoy gordoncho. Esa es la verdad.
A lo que iba. Aparte de la propuesta de instagram de cambiar el carácter del perfil, pues también es verdad que tenía sentido hacerme OTRO instagram, éramos pocos y parió la abuela, pues por otro motivo. Que no todo eran movidas del grupo. Y me etiquetaban. Y era en plan. Pues no. No pega. Ha parido la abuela porque una cosa más a la que echarle cuentas. Pero bueno. El instagram se quedó del grupo y a volar. Me lo facilitaba. Ya no tenía que poner fotos del gato o de otras cosas. Carteles. Directos. Vídeos cortos. Musiquita. A volar. Cuando hacia cosas que no tenian que ver con el grupo pues el perfil con mi nombre y listo. Ahora sí me etiquetaban con razón de ser. Como por ejemplo, un dos tres responda otra vez: El programa de radio. Era yo el locutor. Nada que ver con el grupo. Así que dije: Ok, hazte otro y te haces todos los putos selfies del mundo. No vaya a ser que te quedes con gana de hacerte un selfie. Hijo de mi vida. Pues eso. Tengo la cuenta para los selfies. Y la otra. En la de los selfies pensé en seguir a nadie. Cero seguidos. Por pasar de la servidumbre del me gusta que revierte en una mínima porción de autocensura que se nos va de las manos. Y sobre todo que se nos va la vida. Pensando tontadas. Escribiéndolas incluso como hago yo aquí. Pero en serio. Qué mierda es esa de la pongo o no la pongo. Parecerá esto o parecerá lo otro. Son muchos selfies o no está mal subir tres autofotos al día. Dónde está el puto límite. Y no me refiero a la paciencia de tus seguidores o el decálogo a seguir para ganarlos en social media. Hablo del puto sentido de todo esto, Dónde está o cuál era.
Tengo algunas conclusiones, no muchas, pero tengo.
Voy con ellas, pero en otro punto.

MAF

MAF es como llamaba mi amigo Roberto de Vigo a los veinte años a un cierto tipo de miedo que creo que nos acompaña siempre: Miedo Al Fracaso. Eme. A. Efe.
Así lo decía: MAF.
Acrónimo inventado por él allá por el 98 o 99 y que no recuerdo exactamente en qué situaciones o a que movidas o en que conversaciones lo aplicaba pero me lo decía con frecuencia. Era recurrente. Por eso lo recuerdo. Siempre lo he tenido. El miedo al fracaso. Entre otros muchos. Ya va la lista creciendo: Fotos del pasado, lluvia doble, la ola blanca y el miedo al fracaso. Yo y cualquiera supongo. Que se lo tiene o se lo debe tener. Con veinte años y en el colegio mayor que fue donde nos conocimos Roberto y yo pues imagínate. Mucho más. MAF a tope. MAF a todo tipo de EMES y todo tipo de EFES. Y por otro lado, la insconciencia de chavalito que crees que lo sabes todo cuando aún vas enterándote de la mitad. Y mal. O poco. Y es verdad que nos rige el miedo. Que como animales que somos pues reaccionamos. El miedo manda. Es una mierda. O no. Cambia los ruidos del bosque por otros estímulos que son los que nos hacen estar al acecho y subir las orejas pero todo viene a ser lo mismo. Depende también de a lo que llames fracaso. El miedo sí sabemos mejor lo que es. Se nombre como se nombre. Miedo a lo que no conocemos. Miedo a lo extraño. Miedo a lo que asusta ya de por sí. El miedo es el lobo. El miedo es el malo del cuento. Mi padre me decía: El miedo no existe. Yo no lo he entendido nunca. Sigo sin entenderlo. Me lo decía con cinco o seis años. No quería apagar la luz. La oscuridad existía sin duda. Mi padre me decía: Sí, está oscuro. Es verdad. Lo que no existe es tu miedo. No existe el miedo. Es lo que tú piensas. No temas de tu miedo. Eso no me lo dijo pero es hasta donde he llegado yo treintaymuchos años después.
No temas a tu miedo.
El miedo no existe, eso lo sé desde niño aunque nunca lo haya entendido.
Hace unos meses hablando con Dani zanjaba la cuestión con una frase que escribí por ahí, en el blog, creo. Contra el miedo, estadistica. Y es que es tal cual. Le tememos a cosas que nunca pasan. Es una mierda pero es cierto. No será el cien por cien de los casos, y esto tampoco es un estudio científico ni nada pero parece obvio que el plano de las preocupaciones es más imaginario que real. No pasa. El sufrimiento y la preocupación ocupa lugar. Son como las fotos viejas. Ocupan lugar en nuestro ánimo y en nuestro espíritu. A tomar por culo con ellas. A tomar por culo con las preocupaciones que no sean reales. Bueno, a ver. Real es todo. Cuando sueñas y sudas. Cuando tienes pesadillas. El sudor es real. El mal rato es real. Pero bueno, no nos perdamos más. A lo que íbamos.


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