domingo, 10 de abril de 2016

El Lester Diamond de otros

Hay días de palabra fácil, en los que la idea se posa en la letra y una lleva a otra, con poco aleteo es una frase y sin darse cuenta, coge aire, sube alto, se divisa a lo lejos y es un párrafo que algo te cuenta o un par de ellos con una despejada vista. Hay días de palabras como gallinas que alborotan mucho pero por más que corran no levantan un palmo del suelo y también días de avestruz para no asomar ni la cabeza. Que aquí pasa poco o nada importa porque es casa, en el blog digo, y se puede estar a ras de la nada sin recomello. Se puede no volar sin que suponga demérito. Dedicarse solo a sonorizar el vacío y experimentar el eco. Escucharse en la nada. El infructuoso aleteo. El ruido que hace cada intento. La nada daba un severo miedo en una película mítica que impactó a toda nuestra generación. La nada.
No venia a hablar de ella. No venía a nada, es cierto. Solo por probar a ver si sale, si se me ocurre algo pero tengo poco ánimo y poca idea. No es problema, sin ellos me defiendo de cotidiano. Uno tiene a veces la sensación de que no cuenta lo mollar y lo que de verdad interesa. centrándose en detallar lo ordinario que además se hace tedioso. No contar ni ovejas. No usar el insomnio. Y está, es cierto, la tentación de dejarse impregnar de palabra andante, de un discurrir de comas y salta a otra línea. Solo saltar y coger aire. Solo aire. La nada. El aire. No es ni mucho menos poético, porque te come la ansiedad, la liberas y ya está. No sé hasta qué punto hay vocación estética. O experiencia. No sé si importa. Intuyo que no.

Hay dias de palabra difícil y vivencia honda. En el que se vadean las crecidas o se achica el pensamiento con un cubo contra el mar. Hay días para ser San Agustín y otros, para no ser santo de la devoción de nadie. Hay días que son espera. Y días que no nos pertenecen. Que regalamos. Que nos compran. Que alquilamos y que nos venden. A precio amigo. A precio descuento de domingo. A dos por uno. A precio especial por pronta caducidad.

Me acuerdo mucho de ella.
Me había prometido no escribirlo aquí y dejarlo de una vez porque realmente es bastante vergonzoso. Reconocerlo. Y escribirlo. Incluso sentirlo. Es penoso. Un poco. Tanto tiempo.
El otro día tuve un sueño. Aparecía ella. Nunca me acuerdo de los sueños. Tengo el cerebro en uso en su parte blanda no solo en vigilia y se filtra noche y días las imágenes oníricas. No era nada agradable. Estábamos en una heladería. En un paseo maritimo. Parecía una ciudad conocida. Y estabamos acompañados ambos. Se acercaba y me daba un bofetón que me pillaba desprevenido. Caía al suelo y alguna patada sin mucho acierto que conseguí esquivar haciendo la croqueta. Pero no llego a ser pesadilla, hubo algo gozoso en su rabia. Algo especial. Me gusta que me pegues, que decía la letra de Los Punsetes. Pues eso. Me pegas y al menos me haces caso en los segundos que dura el lanzamiento del golpe. El breve lapsus de bofetada vuelve a unirnos. Me pegó en sueños. No se me ocurren cosas más tristes. Es chungo. Convendremos que sí. Y fue la madrugada del viernes, que para variar, salí a tomar unos combinados y le di algo de rienda suelta al agua de fuego que no suelo hacerlo, me sentó muy bien por cierto. Sin embargo, el sueño más divertido que violento a decir verdad, me levantó como noqueado. Como mal descansado. Como víctima de un invisible zarandeo emocional.
Ya lo puedo vestir como quiera que me acuerdo mucho de ella. Mucho y mal.
Tampoco tanto, pero sí muy mal. Para nada o para casi nada.

Trato de encontrar una explicación más o menos racional cada vez que me viene a la cabeza. La explicación del suceso de pensamientos que me lleva a pensar en ella, un parecido, un recuerdo, una expresión, una palabra, un abrigo, un peinado, puede ser cualquier cosa... Y como me pasa a veces, esa suerte de serendipia que piensas en alguien por la mañana y te lo cruzas por la tarde, pues siento que de algún modo tengo que aparecer en sus pensamientos. Aunque no creo que sea para bien.
Una vez me dijo: Yo también me acuerdo mucho, pero creo que no del mismo modo.
Ese tipo de crueldad es muy sutil y era muy suya. No sé cómo será ahora.
Me intriga menos de lo que puede parecer a la luz de estas líneas.

Y ya pienso en otras y me viene a la cabeza si ellas pensarán como yo pienso.
Como Sharon Stone en Casino, con un chulo de mierda siempre apareciendo como una nube inoportuna que desencadena la tormenta. No me acuerdo como se llamaba el personaje pero el papel lo hacía James Woods y estaba de categoría. Me gustó mucho esa película. La he visto mil veces. Me la debería poner otra vez ahora. Voy a buscar una foto de James Woods en Casino para ilustrar lo que llevo de entrada. Ahora vuelvo, un segundo.



 Lester. Lester Diamond. Gran personaje. Todo tenemos un Lester Diamond a nuestras espaldas como la pobre Ginger. Alguien con el que no hay negociación posible. Que es todo o nada. Que es siempre todo. Que nos gana. Que no podemos resistirnos. Que nos viene a la cabeza con frecuencia. Que siempre es bienvenido o añorado. Que es una basura humana por lo demás y que mil veces si no dos mil ha abusado de la confianza o del amor o del mero cariño para memorables liadas que no pueden ser justificadas fácilmente. Nuestro Mr. Diamond personal que es un fantoche para el resto pero en nuestro corto imaginario es el caballero andante, el chulo que nos conquistó con 20 años... El maldito. El odiado. El querido por siempre. La causa perdida. Me he acordado de la canción de Beck, Lost cause. Muy bonita. Las causas perdidas que nos acompañan para siempre. Y que vuelven, cada cierto tiempo y sin motivo aparente, a nuestras cabezas. El Lester, mi Lester. No sé si era ella mi Lester. No sé si yo habré sido el Lester Diamond de otros. Eso lo pienso a veces. Si no han visto Casino pues no deberían andar por aqui perdiendo el tiempo en mi blog. Scorsese lo merece y los personajes también. No quiero spoliear. Uno da por hecho que todo el mundo ha visto Casino. O así debería ser.

Tiene algo del fatos y tal.
No sé, volveré sobre ello, creo.
Hoy gasté mi lengua ya.

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