lunes, 17 de noviembre de 2014

Buenas intenciones con castigo

Uno piensa en cómo se ha resuelto la problemática de la ley de la dependencia y se aterra al comprobar en la práctica ha sido peor el prometido remedio que la conocida y convivida enfermedad.  Ese tipo de soluciones que no tienen forma de ser aplicadas y se quedan en promesas, terminar por ser más desilusionantes, por más que sea loable el proponerlas o propugnar una concienciación social para convertir en realidad esa ilusión y el problema, los recursos económicos a medio poner o nunca vistos, ni se sabe, ni se espera, pues mata, ese vacío de repuesta tras la promesa mata. Contar el número total de dependientes a atender, nos permite obtener el siniestro dato de los que se mueren cada año y a los que no llegaron los euros que se pensaron. Para nuevos partidos y ante nuevos retos, la bisoñez o esa distancia entre ilusión o realidad, las posibilidades de un cambio real vienen precedidas de grandes máximas y propuestas radicales. Aquella frase: Ninguna buena intención queda sin castigo. El castigo es un número concreto de personas, sin duda ninguna, las más necesitadas de la sociedad y ahora, un sector roto y unos familiares descorazonados, tienen que enfrentar la misma realidad tan mísera y triste como previamente de ser legislada, lo que tiene otro perverso aparejo, el de las leyes no realizables, las leyes no cumplibles, los compromisos no reales, y siempre bajo ese manto de beatitud, que ha dejado de ser tema de debate, con la presidencia de un partido de derechas parece ridiculo ocuparse de las necesidades de los moribundos. La moribundia no es objeto de atención preferente en lo neoliberal, más allá de la caridad o los ámbitos morales y tiene una consecuencia directa en la movilización ciudadana que se ha ido trasladando al tejido político, y uno teme que las buenas intenciones que ahora son fuertes, se vuelva una maldición para los presuntamente atendidos, que se sienten, es inveitable, carne de voto, de foto y de roto por el que se van los euros que no llegan y se prometen en meses como los que nos esperan de campaña y consigna y lema y locura de buenas intenciones y ventajas fiscales. Los que presumen de bajar impuestos no tienen la menor intención de aliviar los impuestos dolores de los terminales, habrá algo más de buen cristiano que atender a los necesitados y enfermos, pero eso no parece estar entre las prioridades de los mejores católicos antiguos que están al frente de secratarías y ministerios. Y el desapego o la desatención tienen difícil disculpa pero es que lo que ya no es de recibo, es hacer caja y cobrarles más caras las medicaciones. Uno piensa que la estrategia no puede ser más aviesa ni tener otro fin que recaudar hasta la muerte, pronta por otro lado, a los más débiles con toda la premeditación de contar con los números de contribuyentes moribundos que cesan de sus atribuciones de un curso a otro. Es vergonzoso sobre todo cuando tenermos un gobierno que habla de objetivos morales y desde cualquier orden, credo, grupo o sector político no se puede defender que una medida es irrealizable tras haberla hecho ley y  no solo no proteger a los que necesitan una atención preferente sino saquearlos con costes a contribuyentes moribundos literalmente porque en metáforas lo somos todos. Y en medio de la vorágine, la solución con órdagos o negando la mayor nos devuelve al vértigo de las buenas intenciones. Uno piensa que reina o debe hacerlo el sentido común y las propuestas o las preferencias no deben ser discutidas pero no es cierto, frente al buenismo se recurre a Bruselas, se multa a los que rebuscan en la basura, que tendrá un sentido por los gancheros, que tendrá un mercado del desperdicio porque el incremento de la diferencia hace que determinados contenedores se llenen de lo que algunos no pueden pagar,  Un castigo evidente a los pobres, los desproveídos con multa, con oprobio y tarifa, no es algo que se pueda llevar a cabo sin toda una puesta en escena de atención a la necesidad y el foco se olvida, ya no se escucha nada de dependencia, ya no hay casos en televisión, no hay conexiones en directo a los pisos atendidos o a las amas de casa que se hacen cargo no de uno sino de un par de familiares enfermos y es la contrapartida de bajar el listón de la dignidad, rebajar la exigencia del propio sentido común, aislarse frente a ello, que siempre hubo crónicos, que siempre han existido, como si no fuera una ley, como si lo llevase el viento lo votado, como si la única razón de ley sea el número que no suma sino resta, y no están en cuestión los costes de los gestores, uno piensa que es lo primero de lo que se recorta cuando hablamos de economía doméstica, si se puede tachar un gasto de la lista y asumir uno mismo la tarea a menor coste, es lo primero y se protege la privacidad o la opacidad de pormenores en viajes de fin de semana de diputados y senadores y ni siquiera se cuestiona que se presupuesten a costa de todos y ese ejercicio diplomático oscuro que casi siempre responderá a intereses de partido, nos cuesta los euros que no pueden tener los que son cambiados en grado de dependencia, los que tienen días contados y a pesar de ello, se les ningunea porque no son parte del programa de los actuales gobernantes, porque ya no vende, o porque no forma parte del ideario neoliberal, ni visten en pantalla, ese amago de muerte y porque todos estamos en el fango y eso une, y se vende la burra de otra forma, con los achaques que todos tienen en las cuentas corrientes cada vez menos corrientes y más vulgares, una insensibilidad que se inocula con una mezcla de mensajes no comprometidos con lo que se hizo ley en la anterior legislatura como si cambiase la realidad como se cambian las placas con los nombres de los despachos y ajenos a un sufrimiento real, a una fractura en familias, en personas, nombre y apellidos, en una lista, en una serie de promesas, en una necesidad extrema... Hay mayor castigo que incumplir un plazo pactado, que no llegue el dinero prometido y ya gastado, que se agrave la situación de alguien que está realmente mal... Los politicos se anestesian de las palabras, renovando discursos y gestos en función de sus objetivos, y ya no hacen visitas ni se implican en las problemáticas creadas por una ley a medias y el cierre de centros o los convenios con empresas del ramo, se olvida y se entierra una reconocida necesidad y oiga, aquí no ha pasado nada. Uno piensa que podemos volver a vernos en similares contradicciones, que Podemos, ahora con mayúscula, promueve ideas que igual tengan los tobillos de barro y no anden y se hagan ley y se vuelvan con el tiempo o en sucesivas legislaturas irrealizables y los años no copan ni un lustre, apenas se cumplen para una generación y mucho menos en la venidera y es todo un desperdicio el reconocimiento además, aunque importe menos, el debate social que se genera aplastado finalmente por una presunta lógica que impone no se sabe bien quién, el super tacañón dueño de la caja que es el que manda y siempre manda por encima de intenciones, buenas o malas.

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