Pensado unas cosas y otras y ante el inexorable verano que nos deshidrata desde ya, me he acordado de un dato estúpido pero revelador en cierto modo de justamente el verano pasado y su devenir mío en este caso. No sabría decir por qué, pero cuando me bañaba hace doce meses en el mar, tardaba una eternidad en meterme. En muchas ocasiones, ni siquiera lo hacía. Era un baño de pantorrillas, triste como pocos, y un diálogo con el horizonte. Lo mismo me chorreaba un poquito por el pecho o los hombros como lo hacen las señoras mayores que parecen no confiar en su propia capacidad de flotación. Baño de pantorrilla. Friega de señora mayor en la orilla. A veces el proceso de que sí o de que no se prolongaba, media hora. Lo mismo exagero, es parte de las virtudes de la tierra, verlo todo más grande de lo que fue o lo que sea, el caso es que no mme bañaba. Y me he dicho, hay maneras de meterse en el agua. Las hay. Y influyen factores como la compañía, el lugar, la hora, lo que tu quieras. Pero cada persona se enfrenta en grupo o por separado a su manera con el agua fría. No es del todo una lucha en solitario, pero si es personal en cierto modo. Porque no es que siempre estuviera yo solo cuando me quedaba en la orilla que sí, que no, sino que si tardas tanto en decidir si te metes o te vuelves a la sombrilla, cualquiera se cansa de mirar como las olas no llegan a mojar ni las perneras del bañador.
Una actitud improductiva, si hablamos de días de playa.
En general, mar.
No siempre fue así. Años atrás utilizaba la técnica de todo recto. Sigue y no mires atras. Paso ligero. ¡Un, dos! !Un, dos¡ Adentro. No dejaba de andar, de hecho, aceleraba el paso al sentir el frío. Me iba directo. Mi cometido. Al agua. Un sprint incluso a tocar orilla con las plantas quemadas de tomar arena caliente. Un ya de ya. Arena caliente como la canción de Los Pekenikes. Una operación de a la de una, a la de dos. Sin pensarlo. De un tirón, sin horizonte ni dialogo. Enfocando una ola y diciedo, esa. ahora. vamos. de un salto. Y ya está. Vale igual para las piscinas de urbanización, sin olas. Mojado. Al final es la primera sensación la más dolorosa, una frase que suena a mentirijilla del dentista pero que es radicalmente cierto. El frio es psicologico, lo he dicho a menudo. Lo mantengo, el frio es psicologico. Aunque la psicologia de meterse progresivamente para ir aclimatando las pantorrillas es autolesiva, funesta, al menos en mi caso.
Pensando en términos de productividad que cantidad de nados pude perder eel verano pasado por el temor a un frío que no era tal sino que se crecía ante mi falta de iniciativa a sentirlo en la barriga, la nuca y en fin, en todo el tronco y parte de las extremidades, tras la primera zambullida. En sprint o casi. Es como lo hacen muchos niños, si te fijas, que van directos al agua y no esperan ni la ola que convenga, segun llegan, sin pensarlo. Casi sin dejar que les den crema. Productivos. Irreponsables, quizá, ellos o sus tutores en la protección con el sol pero ánimo de productividad. De rendir cada baño. En ultimo caso, los niños en la playa duplican su eficacia y lo mismo construyen castillos, que juegan partidos, que corre de dentro a fuera del agua, o simmplemente hacen lo que les viene en gana. No se lo piensan. No valoran. No van lento. Haciendo más largo el proceso del frío, el momento de impacto.
Maneras de meterse en el agua.
Es un parámetro observable y con componentemes cómunes en tramos de edades o características especiales de la población.
¿Está claro? Clarísimo, ¿no?
Este año vuelvo al método de cabeza sin pensármelo ya de ya. Con toque sprint pero sin forzar. Ni trote siquiera, una cosa discreta pero con determinación.
Esta claro. Productividad, en todos los campos, como si fuéramos niños en la playa y supiéramos que se acaba, el rato de playa, que estaremos un rato pero que después los papás se cansan y no podemos dejar de rendir en cada baño.
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