Tengo que reconocerlo. A mí mismo el primero, aunque me cuesta porque toda la vida he renegado de ello. Los doblajes cutres españoles me han dado siempre repeluco. Ardores, flato, vahídos, arcadas, escalofríos, mareos, subidas de tensión, sensación de paranoia, sudores helados... Pena, incluso.
Por varios motivos: la inclusión de chistes locales es el principal, lo veo una violación al creador, además de que te cuelan la gracieta de la época, la frase de moda de la tele, ¿existe algo más vulgar? Y sufro o sufría en mis carnes el concepto de autor violado y ultrajado por la voz de un mindundi o en el peor de los casos, por la impostada voz de un famosete chungo y una vez que en mi cabeza en el eco de la voz, se aparecía el careto del famosete chungo, ya no podía dar marcha atrás, estaba ahí, era él o ella, aunque casi siempre era él y resulta que se apoderaba del personaje y la impostada y dichosa voz simplemente me roía las entrañas jodiendome la película de principio a fin. Fin de la historia. Pero eso era antes, ya no. ¿Qué me pasa, doctor?
He intentado ser muy claro al respecto. Creo que son motivos suficientes para estar forever and ever en contra del cutre doblaje español con bromitas de temporada y alusiones patrias, a personajes famosos, frasecitas de moda o vaya usted a saber qué zarandajas. Y ahora, a la vejez viruelas y resulta que viendo películas estúpidas por internet, algo que hago con cierta frecuencia para anestesiarme el cerebro, noto que no es lo mismo leer los subtítulos y perderme el doblaje chungo. Y voy más allá. Es como si realmente lo que de verdad quisiera fuera el doblaje chungo, como si fuera lo que realmente me mete los sesos o formol. O quizá no, pero esa es la sensación y no me cabe duda de que es un notable retroceso en mis principios y quería compartirlo en mi humilde blog bajo un nuevo epígrafe de entradas: placer culpable. Me lo declaro totalmente y admito la nocturnidad y alevosía. Buenas noches.
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