Me despierto esta mañana con un tic tac de bomba.
Un rítmico patrón de tintineo que a las seis de la mañana me ha desvelado sin remedio. Pensé que era el ordenador, que se había quedado encendido, pero no. Antes de darme la vuelta con el edredón y volver a zambullirme en la almohada, hice el amago de apagar el aparato. No venía de ahí el sonido. Me acerqué al receptor de la tdt. Al levantarme, pisé mis gafas que estaban en el suelo al borde de la cama dentro de la zapatilla de casa que mi pie izquierdo buscó por inercia para evitar el frio suelo. Lo que viene siendo despertar con mala pata. No se han roto. Solo están dobladas cuarenta y cinco grados.
Me había parecido que era el pequeño cacharro de la tele digital y tenía encima un bote de cristal, que puse en la estantería. El pertinaz redoble me impedía conciliar el sueño. Suelo poner la radio de fondo. No la tenía en esta ocasión. O música, pero tampoco. Solo el eco de la gotera que parecía rebotar en algún sitio. Clin, clin, clin, clin... Imposible dormir así.
Me fumo un cigarro.
Clin, clin...
Las seis y diecisiete.
Vaya buena hora para el primer cigarro del día.
Me pongo las gafas, todavía tumbado. Cuarenta grados. Con dificultad me alcanza a cada ojo. Las dejo flotando de una oreja solo y medio rectas. Al menos las lentes están dentro de la circunferencia de la cavidad ocular. Planifico mentalmente la ineludible visita a la óptica. Opto por ir a primera hora. No me gustan las ópticas. No tengo un cenicero a mano y la ceniza va directa al suelo. Hay que barrer de todas formas, es una de mis excusas más recurrentes en esos casos. El tic tac cambia de ritmo. Cliin, cliin, cliin. Hablo de variaciones muy poco perceptibles. Intensidad, un modo distinto... Levemente distinto. Es como si fuera un reloj. Las manecillas del insomnio. Me vienen versos a la cabeza. No son ni las seis y media. Versos infumables. Cliin, cliin, cliin. Parecen más largos pero los pitidos duran menos de un segundo. Trato de contar los segundos sin realmente hacerlo. Como el que trata de determinar la intensidad de la lluvia por el impacto del agua. Sigo fumando. En la óptica habrá mucha gente comprando regalos navideños, pienso. Odios los regalos navideños, la gente que los compra, las tiendas llenas y todo lo que significa eso en la practica y en la teoría. Me da un poco de vergüenza lo de ir y que me arreglen las gafas gratis. Que me las enderecen. No te cobran nada. Por meterle un tornillo o recolocar una patilla. Siempre me ha sorprendido eso. No digo que tengan que cobrar mucho. Quizá un euro. Es como mantenimiento gratis, ¿no? Me parece bien, eh, a ver, que no se malinterprete. En cualquier caso me da un poco de apuro llegar con las gafas cuarenta y cinco grados de torcidas y decir, arregládmelas gratis, muchas gracias, adiós muy buenas, Feliz año nuevo. Las ópticas son así, que le vamos a hacer, mientras pienso en el trayecto con el coche y la zona más próxima para aparcar sin pagar zona azul y definitivamente la colilla también va a el suelo.
Las dos horas siguientes están difusas en mi cabeza.
De repente eran las siete y media de la mañana.
Y el pitido seguía.
Me he levantado del todo, he ido al baño, con las gafas puestas, me he dado un susto al verme la cara en el espejo y me he echado un resto de café de ayer sin recalentar ni nada. Me he venido al ordenador, con la estufa al lado y la manta y le he dado a la pestaña Crear nueva entrada.
Ya no había ruido.
Al intentar encender la televisión, el ruido cesó.
El tic tac similar al de la bomba procedía de dentro de la televisión. Es antigua. No es una pantalla plana ni nada de eso. Es como de color gris, aluminio, de finales de los noventa. Marca Grunkel. En fin, al darle al botón de encendido y apagado la gotera cesaba. Y al darle de nuevo para encender, volvió el clin, clin. Como que arranca con un clin la imagen, ¿me explico? ¿antes de salir del tubo? Bueno, digo lo de tubo por decir, no tengo la menor idea de cómo funciona un televisor, pero sé que el mío ha muerto. Y sus suspiros infinitos parecen el pitido de las máquinas de los hospitales que indican el rítmo cardiaco. clin, clin, clin. No se ha quedado estacando en un clin infinito de muerte total pero la cosa pinta chunga.
En un año que llevo viviendo aquí se han roto cuatro televisiones.
Quizá tres. Cuando llegamos había una que nunca llevo a encenderse, creo, y si contabilizamos esa, serían cuatro. En cualquier caso, son muchas televisiones rotas.
Cuando se rompe una televisión, así de repente, sin previo aviso... Genera una frustración específica que creo que no tiene que ver o más bien que no es homologable con que se te estropee el secador, la tostadora o la minipimer. Es como quedarse desenganchado del mundo. Se parece más a no tener internet. La frustración de que la conexión se vaya. Vaya y vuelva. Sin motivo. En fin. Ese tipo de frustración es a la que me refiero.
Sin televisión, estoy mejor en todos los sentidos.
Esta frase suena a tópico buenrollista y podría escribir una larga entrada, más larga que esta, explicando los beneficios que tiene en todos los aspectos no tener televisor.
El otro día se me ocurrió una teoría absurdo sobre si será la televisión y la exposición a sus rayos lo que generará cáncer. Oye, cuidado. Que lo mismo tiene su sentido. En países del tercer mundo hay mucha menos incidencia de cáncer, ¿por qué? ¿Qué tienen ellos menos? ¿Televisiones? No lo sé, lo mismo tienen las mismas televisiones por hogar, y demás. Es solo una teoría. Pero como ruta para buscar está bien.
La televisión, aparte de causar cáncer hipotéticamente que podría ser una cosa bien mala, no es nociva en todos los aspectos. Está la gran clave, que para mí es el aspecto sociabilizador. Y la ceremonia. El sofá. Llegar a casa. Punto de descanso. Punto de esparcimiento. La gran clave. El gran error.
Cuando no tenía tele o en los lapsus de tiempo en los que se rompía una, estaba con la radio conectada veinticuatro horas. Con la tele funcionando, igual tengo conectada la radio siempre o casi siempre. En la ducha. En la cocina. Me gusta. Informativos. Tertulias. Música. Escucho varias emisoras a la vez. Cambio en los bloques de publicidad. En fin, que me muevo con soltura por el dial. Pero por ejemplo si estaba con una chica, con mi novia de entonces, la radio no era suficiente. A veces era mágico. Porque ponías Radio Melodías de los Viejos Recuerdos y aparecían unas canciones muy inesperadas, por decirlo así. Pero con la radio no está el espacio de la mesa camilla, del sofá, del sentarse frente a algo. Es distinto. Y no tienes esa conciliación: no es la palabra, ok, conciliación, no... Pero es un poco lo que quiero trasmitir... Que te reconcilias contigo.... ¿Sabes? Que llegas a casa y como que te defines en tu ser al sentarte en el sofá con las pantuflas. Y que esa definición del ser íntimo como sujeto receptivo de publicidad en la sociedad postmoderna capitalista no es un perfil por que sí, no es casual, no es una extensión evolutiva de la especie, hay intereses creados acerca de encontrar el núcleo del ser personal en el sofá con pantuflas. Es desnudar al ciudadano. Tenerlo en pijama. Tenerlo en pijama vendiéndole cosas sin que se de cuenta.
Y por eso es bueno que una televisión se me rompa de vez en cuando.
Aunque, cuatro en un año, ¿no son muchas?
Sin duda, sí. Cabe decir que todas son viejas, antiguas, recicladas del piso de la playa de nosequién que medio me la presta o me la regala o se deshace de ella porque es un armatoste. La segunda que se rompió tenían los laterales como en imitación madera. ¿Sabes lo que te quiero decir? Que no hablamos de reventar plasmas precisamente.
Me siento exculpado, claro, pero tiene que ver algo más.
No es solo tiempo.
Por más que los cuatro eran del Pleistoceno, no se joden cuatro tubos catódicos en un año porque sí. Tiene que haber algo más.
En el blog creo que ya he hablado alguna más de mi nefasta suerte con las bombillas. Me explotan que da gusto. Esto de darle al interruptor y que haga pum. Una bombilla menos. En mi antigua casa se rompía una bombilla a la semana. Un ritmo que te da ganas de comprar velas.
Mi ritmo de rompeteles, en mi familia me llaman así demostrando su agudeza y empatía descollante, me da ganas de volver a escuchar la radio y no encontrar mi ser en pantuflas en el sofá.
Menos tele, menos sofá. Es una ecuación sin fallo.
¿Casualidad?
Tarde o temprano quieres buscarte una nueva, tampoco hay que cederle todo el terreno a la conspiración, simplemente un día te apetece ver una película. Claro que con el portátil, eso está resuelto en parte. Pero al cabo de un tiempo sin ver la televisión echas de menos el ritmillo con el que hablan los presentadores, esa familiaridad con la que te tutean, con la que parece que estás como identificado y que si te enteras de un tiroteo en Iowa o un choque de trenes en Siberia, pues te de un poco lo mismo, pero como que parece que estás más conectado al mundo. Esa falsa ilusión de conectividad, mucho más conseguida que en el propio internet en el que todo es pura conexión. Esta última frase debería borrarla pero en fin, vosotros me entendéis. Al final, ¿qué pasa? Pues, eso. Que después de dos meses sin ver nada la tele, te quedas un rato delante de un informativo o de un programa y te parece muy falsuno. Muy de cartón piedra. Muy de refrito de imágenes. Muy barato. Muy casposo. Muy falseado. Que eso en la radio no pasa, o pasa mucho menos. Se puede falsear menos con colorín, porque es la radio. En la tele todo es brillo. Todo es vacío. Todo es adorno. Y si llevas tiempo sin verlo, te choca. Es como si vinieras de una isla desierta. Y dices, mira, qué marionetas. Qué graciosas. Pero parecen eso, marionetas. Y no hablo de entretenimiento, los informativos también. En radio el boletín es escueto. Directo y al pie. No hay falsos directo para crear sensación de notoriedad. A ese tipo de trucos me refiero. cuando ves dos horas al día de televisión, no se aprecia. Estas inmerso en el discurso. Te empapa. No te deja ver. Tampoco es que se esté muy pendiente. No es una actitud analítica la que se tiene ante la pantalla, ¿me explico? El ser íntimo en pantuflas. La desprotección del sofá. La vulnerabilidad que dan unos cojines.
Siempre lo he dicho: ¿cuánto rato aguantarías viendo la televisión de pie?
De pie y con los brazos cruzados.
Hoy, último día del año 2012, pienso en todos los minutos por no decir horas, por no decir días que habré consagrado a ver gilipolleces en esta televisión que se acaba de romper. Color gris. Aluminio. ¿Cuántos? Lo mismo son tres días completos del año. 72 horas. Quizá más.
Tres días de vida.
Que quita dos docenas de películas buenas, algún que otro programa de entretenimiento decente y alguna serie que haya seguido ocasionalmente y lo demás es morralla fina. Morralla fina. Y anuncios. Anuncios morralleros.
¿Cuántos minutos de mi vida regalados a los anunciantes de productos cosméticos que me interesan nada? Y aunque me interesaran...Minutos de regalo, ¿por qué? ¿Cuántos minutos de este año para los anuncios de perfumes de marcas caras? O así fueran baratas, pero peor siendo caros, claro. ¿Para qué los anuncios de pérdidas de orina? Para qué todavía. Hablamos de tiempo de vida. Pérdidas de orina. Tiempo de vida.
Llegados a este punto, puedo decirlo.
Se me ha roto la televisión. Gracias a Dios.
Es la cuarta en un año. Cifras de balón de oro.
Pero en el fondo no es tan mala noticia. Supongo que es la explicación de esta entrada del blog. Que me he dicho a mí mismo. Escribe una entrada de blog reflexionando sobre por qué no es tan malo que se te haya roto la televisión con un clin clin incesante que has estado oyendo dos horas de insomnio de seis a ocho. Peor mucho peor hubiera sido que se rompieran las gafas. Con o sin clin clin. Que espero que tengan arreglo. Y se enderecen. Gratis. En la óptica, ya tú sabes. Y por lo menos un par de meses, los primeros de 2013 me voy a limitar a la radio y a internet, que no es poca cosa. Y si algún programa se pone pesada la gente comentando por twitter y la curiosidad se vuelve insoportable, pues lo mismo me lo veo online. Pero nada más. Hasta que no cambie de opinión no voy a buscar un nuevo tubo catódico de saldo que joder. No más pérdidas de orina. Omitir publicidad.
Quería añadir algo más pero la verdad es que he perdido el hilo y son las ocho y media.
Me voy a la ducha.
Y después, a la óptica.
Deseadme suerte.
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