Imaginemos por un momento que la industria de contenidos tuviera el mismo poder que la industria del correo postal. O más bien al revés, que los señores carteros fueran tan poderosos como los señores directivos de las compañías de entretenimiento.
Comparemos las cartas del correo tradicional, con sus sellos, sus sobres y sus cuartillas plegadas en su interior, con los actuales correos electrónicos, con sus documentos adjuntos, sus múltiples destinatarios y sus sencillos campos vacíos a rellenar en asunto y mensaje.
Imaginemos que se prohibe el correo electrónico porque es gratis.
Los correos electrónicos serían la réplica pirata del correo tradicional de toda la vida.
Los carteros y los empleados de las oficinas de correos se manifestarían en contra de las páginas de internet que ofrecen un correo gratuito, rápido y seguro porque esos nuevos modos de comunicación le están quitando el pan de sus hijos.
Vayamos más allá e imaginemos al lobby filátelico presionando a los gobiernos de medio mundo porque desde que existe el correo electrónico, el ilegal correo electrónico que les roba cientos de millones al día, ya nadie se dedica a comprar sellos.
La industria del sello está muriendo, muriendo para siempre.
Los carteros y sus hijos y mujeres son las principales víctimas.
Y nos machacaran con eso.
¿Se lo imaginan?
No es tan diferente a lo que ocurre hoy en día.
No es culpa de los que mandaban cartas que ahora los correos electrónicos resuelvan esa distancia de kilómetros en segundos. Ya se superó el telégrafo.
Aunque el mercado de los envíos, por las facturas, las comunicaciones del banco, de la luz, del agua... Tiene un mercado para siempre.
¿Le pasa eso a la música? ¿Tiene su cuota inalterable? ¿Lucha por mantenerla? ¿En la dirección correcta? Muchas preguntas y casi como siempre ninguna respuesta.
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