Mis vecinos en verano. Estoy acostumbrado al silencio dela urbanización. Me irrita particularmente escuchar las voces de los niños. Las ventanas abiertas. Los golpes de los platos. Si es que no escuchamos las barbacoas... Cuando hay barbacoas alrededor, es necesario el modo búnker. Se suda. Se sufre. Mola el silencio de los inviernos, que es desolador a veces. Mola el silencio en general. Yo pongo radio en la cocina y la tele en el salón, que no es que el silencio reine. Me gusta que haya ruido. Los vecinos no entienden que se les oye mucho. Pero porque no viven aquí todo el año. Yo puedo tocar a cualquier hora. Como lo de la Woolf un cuarto para tu ruido. Para tu dolor. Para gritar y llorar a gusto. Para desgarrarse. Un matadero. De emociones, se entiende. El call center de la desesperación propia. Mis emociones en verano. Gritan tanto o más que mis vecinos. Se agudiza mi soledad. Y el patio que es una guerra. Ahora se oyen martillazos. Hay que ver. Se pillan unos días y no paran de hacer cosas. Pongo la música. A todo trapo.
La acústica es complicada. Por alguna ventana se cuela toda la vida. Se oyen limpiadores hidráulicos. Son como aviones. Pasan coches. De vez en cuando se escapa un claxón. Tengo la televisión puesta. Se oye pero no se pueden seguir las conversaciones. Los padres gritan. Los padres regañan. Los niños lloran. O se quejan. Trato de no escucharles. Es importante que no escuches. Entrenarse en eso. En no prestar atención. Dejar los ojos en el vacío. No mirar nada. No reaccionar. Quedarse petrificado. Pensando en tus cosas. Pensando mucho en ello. No atender a los vecinos. No atender a los niños. No atender a los padres. A sus quejas. A los juegos. A la pelota que bota. A la zambullida que retumba. Es que, joder vale, es la época. Es ahora. Es lo que pega. Es normal.
El silencio de la urbanización tiene la culpa de todo. Antes me daba miedo. Es normal todo. Los miedos, sobre todo. Aunque sean tontos. A oir ruidos. Lo habré contado mil veces. Fue de los primeros días. Durmiendo aquí. Había bultos de todo tipo. Cajas y muebles varados. Como si los hubieran salvado de una inundación. Una profunda carga telúrica. Un olor muy concreto. Dormía y no había muchas bombillas. Explotan. Eso sigue pasando.Es por el frío me dijeron. No lo tengo claro. Pero siempre estaba esa oscuridad. Una oscuridad familiar, por otra parte. Una cosa tranquila pero por momentos, escalofriante. La vida misma. Y pasaba que se me hacían largas las noches. Por un motivo o por otro, la cabeza no paraba en ese silencio helado. La cabeza de madrugada. Al galope. Imparable y son las tres. Sin casi poder hacer otra cosa. Imposible leer o atender a una película. Música de fondo, eso sí. No había televisión. No había voces. Esa oscuridad. Ese silencio. Todos los enseres de mis familiares fallecidos. En habitaciones. Sin orden. Conforme se iba descargando. Con la siniestra lógica de las mudanzas. Con la lógica siniestra de la muerte.
Me asustaba todo eso, supongo. Ya no. Me reconforta. Con el que se acostumbra a un fantasma y termina por charlar animadamente con las presencias. Y escucharlas. No había voces, eso sí. La mía grabándome mientras cantaba con la cámara del trabajo. El caso es que nació un gatito. Y lloraba. Y eran las cinco de la mañana y parecía el llanto de un bebé. Humano, quiero decir. Me acojoné de verdad. Y pensé, has fumado demasiado, tio.
Gran verdad, la diga cuando la diga.
El caso es que ya todo está bien. Y es importante eso. Confrontar el miedo inicial a estar solo o a oir voces. A enfrentar el pasado, sea como sea. Es importante. El silencio y enfrentarlo, sea cual sea el motivo. Y cantar. Desafinar con todo. Sea cual sea el motivo. Es importante que no te escuchen. Que no escuches. Que no te juzgues tú mismo y te parezca poco. Siempre es poco. Todo es casi nada. Las cosas se acaban demasiado pronto. A veces no se les puede ni llamar cosa. Pero es así. Así es como pasa. Y está bien que pase. Que vaya pasando.
Un sitio donde nadie te escuche
Un sitio donde nadie te lea
Un sitio donde nadie te vea
Para bailar.
O cantar.
O las dos cosas.
Un sitio donde nadie te vea cómo lo intentas.
Pues eso mismo.
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