Esa ficción de presencia que me atormenta es digna de estudio. En el fondo parece tan calculado como cualquiera de los otros pasos, y es un modo de dejar abierta la herida, o quizá no, y yo pienso mucho, ya sabéis, demasiado. O sea, que me meto los dedos en la herida para saber si está curada o me rasco las costras, en fin, mis cosas. Y así. Son mis cosas. Mis costras. Mis heridas. Mis tiempos. Mis dudas. Mis recuerdos. Mis idas y venidas. Todo mío pero teñido de una presencia que lo cambia todo. Su presencia. Ella. Eso. Eso que me condiciona de un modo que no entiendo... Y en cierto modo, me enerva. Porque era yo. Era mi amor. Era mi lucha. Era mi trabajo. Sí. Un trabajo. Una labor. De amar. Unas tareas para amar. Y ahora, nada. Tengo que hacer un millón de cosas, y no puedo estar pensando en esto. Esto es lo más estúpido que me ha pasado. Espero con ansía el siguiente estadio de la manía y el coraje. Porque tenerlo, lo tengo. No se cumplieron las reglas. Para eso están, ¿no? Para ignorarlas, ¿no? Pues no. Yo las cumplí. El caso es que me parece un ultraje. Un boicot la buena intención. A la manera buena de hacer las cosas. Mis cosas. Mis costras. Y la presencia. Como la sal en el mar. Con el mismo efecto pero al revés, en lugar de curar, abriendo más los agujeros de la memoria. Una memoria herida. Dolor por todas partes. La presencia.
Y sé que la guerra no ha acabado y me horripilo a mí mismo escribiendo aquí esto, esto es lo más estúpido que me ha pasado en años.
Seguiremos luchando contra su fantasma.
No es real. Es lo que nos queda.
Nada con ella lo fue. Quizá por eso tenga ahora más sentido. O quizá, no.
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