jueves, 7 de febrero de 2013
Admirando tramposos desde el siglo XVI
Hoy he pensado que bajo la superficial pátina de indignación momentánea con los casos de corrupción, a largo plazo creo que se produce un proceso de identificación con el trincón y la cosa va derivando, lentamente, hacia el camino de la admiración soterrada o en un plano más retorcido, una inconfesable envidia.
Quiero decir, que Bárcenas que es el caso de trincón o supuesto trincón que nos ocupa, pues de aquí a unos años recibirá palmaditas en la espalda y le dirán. Veintidós, veintidóas, veintidós, como la broma que puso de moda el dúo Sacapuntas hace medio millón de años.
Pienso en EL Dioni.
Vale que no era dinero público y que se trataba de un mindundi, lo que produce un más intenso proceso de identificación con gente como nosotros, de acuerdo, pero que al final nos hace gracia el ladrón listo que se lo ha llevado calentito. Se le aplaude la osadía, que es lo sorprendente. Nos hace gracia o nos causa admiración el listillo tramposo. Estoy pensando si también pasó con el que asaltó el tren de Glasgow, quiero decir, que no sea una denominación de origen puramente ibérica.
Pero lo que hoy he pensado es que son cientos de años. Varios cientos. Y eso no lo cambia una primavera tumultuosa en las plazas. Es una cuestión de fondo. Y es una cosa de siglos, con raíces en la picaresca, en las penurias del Siglo de oro, que no es un tema de Democracia o de la Monarquía reciente o la ley de financiación de partidos o de la Constitución de 1978, es una tradición centenaria la de admirar a los manos largas. No creo que cambie. Así de pronto, desde luego, no. Tampoco creo que nadie lo reconozca expresamente. Es decir: Admiro al Dioni, olé sus cojones. Pues lo puedes oír en la barra de un bar, pero nadie se lo diría a un encuestador. ¿Me explico? Que nunca reconoceríamos nuestra indulgencia moral con los pícaros modernos que se dedican a evadir impuestos y llegan hasta Suiza con sus chanchulleos. Ahora, en pleno hervidero de pruebas delatoras o posibles pruebas inculpatorias, pues en esa frase indignación al ritmo de lo publicado en la prensa, pues no se ve ni se piensa, en ese aplauso a lo largo del tiempo, ese secreto reconocimiento al que se levanta millones de euros por la patilla. Olé sus cojones. Si es un político o si el cuñado del Rey, pues no se le ríen las gracias como a El Dioni, que acaba hasta grabando un disco y un temita de baile para las discotecas pero que, en resumen, detrás de la explosiva indignación, hay un voz de diablillo en el hombro de todos los españoles que le dice: Pero, si tú hubieras hecho lo mismo, ¿o no? Yo atiendo a la voz del angelito que me ha dictado esto para escribirlo aquí.
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