domingo, 6 de enero de 2013

Lo del niño muerto en la Cabalgata de Málaga

Antes de nada es de razón dar el pésame a padres, familiares y amigos.
Dicho esto y alejándonos de la singular desgracia personal, cabe cuestionarse cómo es posible que esto ocurra. Siento decir que tengo la respuesta.

No asisto a Cabalgatas. Me parecen aburridas, tediosas y violentas.
Tuve una novia, en mis años mozos o no tanto, que tenía la tradición familiar de ir todos juntos a por caramelos.
Se llevaban bolsas y tenían técnica. Sabían cogerlos. A mí me fastidiaba, por la suegra claro. Pero también porque la lluvia de meteoritos dulces que nos impactaba al paso de la carroza, era realmente un peligro. Para mí particularmente que mido casi dos metros, y era como si me tirasen piedras pequeñas. Aquel cuento de los pajes y los Reyes, algunos pajes con muy mala leche, era una plaga, como del Antiguo Testamento, maldición bíblica total. Pero mi suegra, mi novia y su hermano o hermana, según la Cabalgata estaba uno u otra y a veces, los dos, lo gozaban. Los gozaban. Flipaban de lo lindo, agachándose al asfalto a por los que no enganchaban al vuelo y disputándole las golosinas a niños y madres, con deportividad pero también con coraje. No bromeaban con lo de las Cabalgatas. Iban en serio.
A mí siempre me pareció una barbarie.
Además de los dos metros, peso más de cien kilos, ahora he adelgazado un poco pero bueno, quiero decir que, con un simple codazo o meneando la cadera hacia cualquiera de los dos lados, podría hacerme hueco y cargarme a cualquier niño pesado, madre ansiosa de caramelo o abuela peleona con bolsa. Lógicamente y a causa de mi pusilánime condición nunca entre en disputa violenta, más bien al contrario, ajeno a la marabunta, me quedaba lo más quieto posible, tratando de evitar impactos de caramelo en la cabeza lanzados desde el desfile, pajes muy cabrones ya decía y evitando a su vez los empujones de los que se alargan en estirada o se agachan a por ellos. Al quedarme quieto, recibía por todos sitios. Esta última frase se puede aplicar a muchos campos de la vida.
Finalmente me alejaba con la excusa de fumar un cigarrillo, mi suegra me echaba una mirada de reprobación y yo las esperaba en la esquina tranquilamente a que llegaran con las bolsas llenas de caramelos y la cara de satisfacción por haber cumplido con su objetivo.
Los caramelos no se los comían, o comían uno. En general mi suegra y sus hijas eran coquetas y vigilaban los azúcares, así que era como un tipo absurdo de caza sin muerte. En el recibidor de su casa había una bandejita con caramelillos durante todo el año con el botín obtenido en cada Cabalgata.
Después había que hacer la tradicional merienda en casa con el Roscón, pero esa es otra historia.

A lo que voy.
Que la gente es muy salvaje en las Cabalgatas.
Que los padres les enseñan a sus hijos, muy pequeños y muy moldeables, que lo suyo es arrastrarse por el suelo para conseguir caramelos como si fueran piedras preciosas.
Que la gente es muy salvaje en España.
Que hay que pelear por cada caramelo como si en ello nos fuera la vida, y mira, en Málaga, se fue una.
Que por lo gratis, hay que dar codazos.
Que se puede perder las formas si hay obsequios en juego.
Que es una batalla.
Que no hay educación.
Que se pierde la compostura, sobre todo los padres.
Que son caramelos de publicidad, quiero decir, que son promocionales.
Que los regalan las marcas.
Que ni siquiera son chucherías, goma de mascar, chicles, regaliz... Son el caramelo de toda la vida.
Que no hay que pelearse por ellos, que hay de sobra, que los podían dar en bolsitas...
Que se puede hacer de un modo más organizado, más cabal...
Que no es un juego.
Que en las congregaciones multitudinarias pueden ocurrir desgracias.
Que lo mismo te pilla una avalancha, que se escapa un pequeñuelo cegado con un envoltorio que brilla.
Que el civismo no se anula los días de fiesta.
Que algunos conciudadanos asustan en este tipo de situaciones.
Que la gente es muy cateta.
Que la gente es muy salvaje.
Que no hay que pelear por los caramelos en el aire como si fuera un rebote debajo de la canasta.
Que no merece la pena.
Que son unos brutos.
Que somos un país con muchos aspectos a mejorar y el civismo es una de las grandes asignaturas pendientes.


Y dicho esto, me excuso por usar un gancho tan trágico y personal, para un tema tan amplio y general.

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