Las fotos que hago con el teléfono tienen una neblina chunga. Pensé en pintar todos los días mientras durase el encierro. Pues no he hecho nada. Nada. Ni siquiera abrir las pinturas. Tenía pensado ponerlo todo en una habitación y apañarme un caballete con una silla pero no. Nada. El bodegón perfecto para foto de Instagram se quedó en la mesa con cosas encima. Una cebolla. Un cartón de leche. Ayer lo cambie de sitio. Ya no tenía ese aura guapa de lo recién comprado. Estaba haciéndome un calendario y se me ha gastado el bolígrafo. He tirado de las ceras y he estrenado el cuaderno. El de A5. Y he pensado en dibujar a Canelita. Que es el modelo que tengo aquí más a mano.
Si sigo haciendo y me gustan igual los pongo a la venta. Debe haber dueños de gatos de color naranja que vean a su bebé algún parecido con uno de los dibujos que tampoco sé parecen entre si. Todos nos parecemos en el fondo. No es que sea una idea de negocio como para abrir franquicia pero estoy convencido de ello: vender dibujos de gatos en la red es éxito.
Son ceras y papel malo. Es pedir propina. Pero me divierto mientras lo hago y me alivia si no le queda tinta a los planes. Gasto bolígrafo con tal de no ponerme con lo que tengo pendiente. Que no es tanto pero ahí está, en la agenda diaria, en la agenda semanal y en la agenda de proyectos. Tengo varias. Se me gastan los bolis en tres días. Muchos planes. Retrato de gatos incluido. Muchas cosas que apuntar y muchos apuntes a olvidar.
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