A mi me gusta que me chorree el melon. En la playa. En verano. De postre. Cala de melón. Jugoso. Fresquito. Al punto. Se deshace en la boca y si está en su punto, chorrea.
Y me gusta comer debajo de la sombrilla, en una sillita, mi melón y que me chorreé.
Desde siempre.
Me decían, de niño, coge una servilleta, ¡chiquillo!
Si ahora me voy a bañar, contestaba yo. Porque no iba a decir que me gustaba que me chorrease.
Entonces, no. Ahora lo digo.
A boca llena.
De acuerdo. No es como para presumir pero, y, ¿qué?
Soy libre de comerme el postre como me dé la gana, en la playa, claro. En el chiringuito no me gustaría que me chorrease por la camiseta, porque claro, la tendría puesta. En el chiringuito, digo. Bajo la sombrilla, hay una cierta intimidad que te permite comer como quieras.
Además, ahora viene lo importante, tengo el mar al lado para limpiarme el melón de una zambullida a los pocos minutos de habérmelo comido.
Dicho queda.
Y me gusta que el blog chorree también.
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