lunes, 27 de junio de 2016

Perder es bonito

Perder es bonito. Como lo son por su tersura algunas cicatrices. No es una belleza de las que apetece, más bien al contrario, pero nos subyuga a nuestro pesar porque es única. Es un polo magnético del que preferiríamos huir pero que no atrae inexorablemente. Porque perder es algo más que la pérdida cotidiana, el traspiés tonto o resbalón en la zanja que nos sorprende con inesperada irrupción del suelo como antagonista. Es más que eso. Más que caerse. Más que equivocarse. Más que perder. Más que un abandono. Más que el suelo. Es lo que subtace... Valen mucho ejemplos. Son bonitos. Una bonita derrota, digamos. Cuando está finamente rematada. Sentirse derrotado no es nada agradable, porque todo va íntimamente unido, es lo malo. Lo que sientes. Lo que ocurre. Darte cpmtra el techo. Engordar dentro de una botella. El gato en el frasco. El elefante en la habitación.  Perder de antemano. Salir con todo perdido. Eso no nos vale. Son victorias morales y desmoralizantes derrotas pero es necesario creerse ganador o no esperar perder. No esperar nada. Perder de verdad. Creerse ganador. Tiene que ver con la utopia. Para completarse tiene que fracasar. Es el necesario final. Tiene que ocurrir así.

Hay que perder. Ya lo he dicho aquí otras veces, y más de una vez. Perder favorece. Perderse conviene a veces. Hacerse duro. Forjado ante la adversidad. Prevenido de desastres. Avizor ante la desgracia. Preparado de algun modo. De una pasta especial ante la derrota constante. Aprender de ello y actuar en consecuencia. Caminar sendas distintas a la que abre la huella en la follaje. Huella en el follaje, de eso va todo esto. Que no se pierda el rastro. Espeso follaje nos rodea, amigos. Las pérdidas. Los rastros. La pérdida de fe que es la peor. Son las ideas a las que les damos vuelta las que nos acaban por conformar a nosotros. Perder está bien si no te olvidas de que no ocurrirá siempre. Ese es el concepto. Perderlo todo, perder a lo grande, perder de forma desproporcionada, perder por vicio, perder por desgana, perder con todo lo que tenías. Y volver al punto de salida. Reforzar el dogma. Buscarse las esquirlas. Volver a levantarse. Encajar el golpe. Respirar a pesar del flato. Sentirse una puta mierda. Y después solo una mierda. Y después olvidarlo por completo. Porque es de lo que va todo esto. Lo que no esperas. Lo que no sabes. Lo que no parece que vaya a ocurrir. Eso nos destroza. Sobre todo, perder lo que no esperabas. Joder, eso es lo peor. Coño que sí. Pérdidas grandes y desgarradoras, son siempre por sorpresa, quizá intuidas en algunos casos pero siempre no esperadas. Eso es lo bonito también, no se pueden preever esas cosas. Por más que me lo propongo, todo se vuelve mucho más chungo de lo que te lo imaginas. Mucho peor. En otros aspectos la mejora es constante e impercetible. Como el crecimiento de los árboles. Y ok. Puede ser positivo verlo de ese modo. Creer en las rachas. En el lento e inhiesto orgullo del ciprés. Peinarte. Comprar ropa nueva. Confiar en lo que haces. Mirarlo todo con optimismo. Desde el ciclo economico, hasta las incipientes canas de las sienes. Echarte cremas. Ir al monte. Senderismo. Cuidarte los dientes. Leer clásicos de novelas de aventuras. Salir a correr por las mañanas. Conocer mujeres divorciadas. Puedes adelgazar. Salir a bailar. Novelas de aventuras. Adelgazar, en esta sociedad vacía, parece la única forma digna de envejecer. Perder peso pero no demasiado para no parecer enfermo. Lo enfermizo causa rechazo. Con lo moderno que es todo y lo mal que nos comunicamos. En especial, en las derrotas cuando necesitamos arrullo y arropo. Cuando nos duele. Y callamos porque somos orgullosos. Cipreses lentos. Y solo se salva eso, el orgullo. Ahí. De punta como una polla. Y ni arrullo ni arroyo. ni arrullamiento que valga. Cuando duele, duele. Cuando pierdes, pierdes. Cuando te haces viejo, eres más viejo aún de lo que te sientes. Es así. Esa batalla sí que sabemos que está perdida de antemano y aún así a veces....

No es lo mismo el dolor que la derrota y es ahí por donde quiero ir. NO sé hacia donde pero es el camino. Un camino plagado de derrotas que no duela. Es bonito el dolor decía un cura franciscano de la iglesia de mi barrio y a mí me parecía, siendo un zagal pre púber, que aquella homilia tenia un toque sado que no terminaba de encajarme. El dolor es bonito. Dios me dio ese dolor. Me lo dió para sentirme vivo. Algo así venía a decir el cura. Lo que Dios me da... Pero claro, ni siquiera entonces creía yo mucho en Dios ni en que existiera realmente. Tenía poco claro el dogma. La fe siempre la he tenido muy mal administrada pero lo que quería decir el cura es que la derrota es buena y el dolor es pertinente si es lo que nos aqueja o lo que nos ocurre porque es así como lo que quiere Dios. Y chin púm. Si se pierde, conviene. Si pasa, será por algo. Pues menuda filosofía... Que es un remiendo al dicho de si sucede, conviene. Un refrán que no he terminado de entender nunca pero lo hacemos igualmente nuestro y mira, si se pierde, conviene. Y se pierde siempre. Se pierde siempre. Lo contrario de la banca, que siempre gana. Precisamente lo contrario. Es encontrar el neuroreceptor para calibrarlo de otra forma y que nos resbale un poquito lo que pase. Que no nos hunda. Que no nos afecte mucho. Lo justo. La afectación justa. Qué difícil es eso, no?
Se pierde siempre.
Se pierde siempre.
Se pierde siempre.
Por eso es bonito porque lo que es bonito es seguir aquí.
Seguir.
Seguir.
Seguir,
Seguir siempre. No plantearse ni siquiera si seguir o no seguir. Seguir sin pensar. Es una trampa de ideas, dígamos. Seguir. Es lo que cuenta. Estar. Haberlo intentado. Parece cháchara de entrenador derrotado. Creo que me gustan las tertulias deportivas por esa necesidad de ustificar la derrota, de apostillarla y explicarla y encararla, y decir que todo va a ir bien, que todo va a cambiar, que con un poco de suerte, que con todo el corazón, todo el empeño, todo el empuje... Necesitamos todo eso para las buenas derrotas. Haberse ido a tiempo pero no haberlo hecho. No considerar la rendición. Es una cuestión de tiempo. Tiene que ver con los métodos. Es como el método científico frente a los estudios de campo. No te rindes en el laboratorio. Amplias el ratio. No te llueve en el laboratorio. La realidad es otra cosa. Está bien para tenerlo en cuenta. La realidad no es lo que imaginamos. La realidad no es lo que vemos desde nuestra ventana. Una realidad sucia en mi caso porque limpio cero los cristales. Una realidad opaca en muchos momentos y sobrexpuesta en tantos otros. Es duro perder y que se vea. Cuando pierdes diez de doce, joder, no es lo apropiado, te jode... Pierdes los papeles. No aciertas. No es como creías. Hace falta cintura. No volverse una suicida de la idea. Y morir con ella. Se compra uno un cuaderno nuevo y en la primera hoja escribe: Lo que he aprendido de esto es. Y pones dos puntos. Letra grande. Dos puntos bien grandes. Autocrítica es el eufemismo que se oye en el telediario. Se pierde siempre. Así empezaría mi autocritica. Se pierde siempre, hay que hacerlo mejor cada día. Es obligatorio perder mejor. Aspirar a la derrota perfecta.

Y  no lloriquear.
En general, no lloriquear nunca.

Derrotas perfectas.
Pérdidas bonitas.

Es aspiración legítima.
Es sana expectativa.

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