Me pasa todos los veranos.
Que me acuerdo de cosas. Ayer me acordé mucho y en repetidas ocasiones de la última chica que me dijo: Te quiero. Y del momento concreto en el que me lo dijo. Y a veces me parecía, en la semblanza, que su olor nos rodeaba y fue toda una experiencia: recuerdo multi sensorial. Estuve muy tentado de mandarle un whatsapp pero pensé que sería solo cosa mía y que ella lo ignoraría multi sensorialmente. Hubiera sido guay escribir: Te estoy oliendo ahora mismo. Pelín arriesgado. Pero intenso. Intensito a muerte. Un mensaje que lo mismo te corona que igual te hunde, ella se espanta, la asustas y dice, qué coño quiere ahora de mí el loco sinestésico este. Quizá redactado de otra forma entra mejor. Probemos: He pasado por una calle y me ha venido tu olor. Pero ya empieza a ser más mentira porque ayer no salí en todo el día. Calle poca. Lo real es siempre menos compuesto, más brutote. Fui a por tabaco, eso sí... Y, poco más. Segundo intento: Hoy he pensado en ti varias veces a lo largo del día, y al acostarme, me vino un olor parecido al de tu piel. Eso suena bastante mejor, pero vete a saber dónde está, con quién y haciendo qué. A saber qué piel estará oliendo. Qué cosas curiosas nos hace el cerebro, ¿no? El multi recuerdo. La fuerza del olor. Leí en algún sitio que era el más intenso de los sentidos y que la memoria olfativa tenía mucha prevalencia sobre los otros recuerdos. Lo creí a pies juntillas. El olor está poco estudiado, opino... Sus poderes. Pienso que la deriva de pensamientos debe influir de algún modo en los demás, provocar efluvios reconozco que es fantasioso y suena muy poco científico, pero me lo imagino así, una fuerza sin forma en plan ondas o rayos, y sincronías que no sé explicar con pensamientos compartidos, filtrados como por ósmosis, simultáneamente, y no sé... Sé que es muy probable que esas intuiciones sean solo el consuelo del solitario que quiere sentirse pensado, sentirse rememorado, no lo sé. Es como el tema de Dios. Es parecido, al menos. Aunque no voy a entrar en Dios por ahora. Es solo el primero párrafo. El tema es, más bien, los te quiero. El olor de los te quiero. Los Te quiero se olvidan menos y los pongo en mayúsculas porque en mi caso, no me los dicen mucho. No me queda otra que recordarlos. Rumiarlos bien. Masticarlos tres veces. Escribir en el blog sobre ello. En fin. Aprovecharlos. Hasta hacer caldo con los huesos de lo poco bonito que me dicen. No lo mereceré, digo yo. No me dicen mucho de nada de lo bonito, me regalan cero el oido. Ojo con eso, que me regalan cero el oído. Mal. Protesto. Me parece fatal. Tampoco peloteo que lo odio pero un poquito de dulzura. Aún de la que es medio falsuna, ok. Pero su poco de.... Merezco más parabienes sinceros, joder, y no es por lloriquear, pero la triste verdad es que no me dicen casi ná bonico. Ná de ná. Me muero de ganas de lloriquear en el blog, también os lo digo. Que tan pronto me lo prohibo que me lo permito un poquito. Así está la cosa.
Me pasa todos los veranos.
Que me da un bajonazo que no me veas. Súper bajón. El clásico bajón de verano, todos sabéis de lo que hablo. De tensión. De ganas. De todo. Bajón clásico de Vacaciones Santillana. Bajón de clase de recuperación. La bajona del primer día de campamento sin amigos. Ese rollo. Viene de serie. Nos pasa a todos. Es tan puntual como las imágenes de playas y tetas a finales de mayo o principios de junio. Y es como cuando acababa el colegio. El bajón post exámenes. El bajón vacaciones en el pueblo. En fin, lo típico. Me pasa siempre. Y uno medio que se hace el cuerpo. Jode que me veo todo jodido. Pero es como que viene siendo constumbre pues no te asustas. Año tras año llega el verano y me siento jodido, y me lo planteo todo de arriba a abajo. Postura vital. Y el trabajo. Y me veo estancado total. Hay que fluir, caris. Lloriquear mola pero hay cosas mejores. Lloriquear en mi blog está permitido porque es mi fiesta. No te he mandado una invitación. Es mi fiesta y lloriqueo si quiero. Pero hay cosas mejores que quejarse al azar como culpar a otros o maldecir en general a todos. Fluyendo, eso sí. Siempre fluyendo entre los y las hijas de puta que nos cruzamos. Con fluencia. Una bajona fluída. Y hay que, es muy importante esto ojo, practicar el desapego, que sois como un centro Reto, recogiendo todo los desechos emocionales que os encontráis. Desapego con lo provenzal. Con lo de conglomerado, Con todo lo antiguo sin valor o lo anticuado que nunca lo tuvo. Hay que ser más práctica, chiqui. De los te quieros es mejor no ponerse a hacer distinciones y desprenderse de todos cuánto antes. Apurarlos como el caramelillo del flan, lo máximo posible y con mano izquierda, pero para tirar de seguido la cucharilla al fregadero. Hablo de todos los te quieros. De los que hemos dicho o nos han dado y los que no, los que nos fiaron o los que guardamos para siempre y terminan por pudrirse a los tres meses, aún secados en papel con mimo como una flor entre dos páginas, todos se pierden y antes de eso, deben ir al fuego o por la borda con cierta frecuencia sana. Limpieza de entre estaciones. Limpieza general del alma. Como el que limpia el caché. O borra el historial. Por más que no ocupen espacio y les tengamos cariño. Aplanchetados como los pétalos en un libro, el recuerdo de aquel Te quiero fundacional a pie de playa, el primero que escuchamos y que va, por eso, en mayúscula o el último que, como es mi caso, del que duran los efectos como si fuera droga, los veintiocho días que duran en sangre los te quieros, o el que fue especial, el más sentío o el más intenso, el más ingenuo que no es siempre el primero, o el que es en defensa propia, el que se suelta como una bomba y será el final o el que se musita a sabiendas que no será recibido de buen grado por lo que compromete, o el esputado en el momento justo, como un flechazo o como un dardo que da en el centro, como una copa doble o un cartón completo en el bingo, como nuestra canción favorita, como una ración extra de patatas fritas de regalo... Como cuando empezásteis a hacerlo abiertamento sin condón. A sentir de verdad, vaya.
Me pasa todos los veranos.
El te quiero dura lo que una ensaladilla rusa en el frigorífico. El te quiero es un avance en una máquina tragaperras. Avance. Avance. Igual es como dos avances. El te quiero es un sigue jugando. Tiene vida de mariposa. Naturaleza coleoptera. Se corta tan fácil como la mayonesa casera y cuando liga, liga de lujo pero cuando no, la cosa se complica, se asignan roles de batalla y uno ya es el aceite o es el otro el huevo, que ha de imponerse siempre y quedar por encima, y se jode, así de simple, se jode y ya está, pues mejor tirarlo a la basura y empezar de nuevo. Como una patata mal cocida. Es lo que pasa. Putos roles de pareja romántica. No se libra nadie. Se corta. Es la educación. Una mierda de educación, por cierto. Pasa a cada minuto. Puto Disney. Y mira que estamos curados de espanto. Que algo hemos leído del tema. Y que lo hemos hablado. El género y tal. Que nos interesa, vaya. Que nos sentimos concernidos, como me dijiste el primer día que te conocí. No sé a santo de qué. Concernida. Y pensé: tiene un vocabulario que me la follaría ahora mismo.... Concernidísimo. vaya. Pero que nos pasa. Salta el chip. El gen. La tradición. Las mierdas. Que si posesivo, que si desconfiado. Tú sabes. La basurilla. El comentario con el que la cagas ya plenamente. En plan violenteo. Todo de pastel, pero bueno, tú sabes. Hacerte el machito. Tope chungo. Lo sé, caris, lo sé. La apreciación fuera de tono. El chiste tonto de guerra de sexos. En fin, esa mierda nos rodea, compis. Está por todas partes y en especial en los mensajes publicitarios. Es el estiércol mental que nos hace ser una mierda de sociedad. Y avanzar cero en cuestiones de género. Y pasa en las parejas....Es una mierda. Príncipes y princesas que se enredan en chácharas tontas, discusiones de mierda. Está pasando. En fin que con todo eso, pues dura lo que un par de chapuzones. El te quiero es una zambullida. El te quiero es un salto de trampolín. Es una canción de verano. Una de las chungas. El te quiero es una barbacoa o un rayo de sol. Es un aleteo. Se acaba con el frío, se hiela. Dura como los pensamientos o como las lilas. Todo empieza en los recuerdos. La infancia, ya sabes. No debería ser así, pero es como los olores, no podemos evitarlos. Ella era nata. Ella era jazmín. Ella era lila. Ella era galán de noche. Ella era tierra. Ella era esa humedad de coño sutil suya tan característica y sabrosa. Ella era vainilla. Ella era mousk de Margaret Arden. Ella era bálsamo del tigre en sus sienes. Ella era hierba mojada. Ella era calcetin húmedo. Ella era azúfre. Ella era coliflor hervida a veces. Hablo de distintas ellas. Aunque nadie huele siempre igual. Ni siquiera en nuestra memoria. Que pudre a su antojo. Nuestro trastero de olores guarda sorpresas que ni recuerdas, como todos los trasteros por otra parte. Por eso habría que empezar siempre de nuevo. Constante retorno al punto cero, tendríamos que llevar el cuaderno limpio de anotaciones, que vienen a ser las manías, y sin ellas, con nuestra moleskine como corazón y en su cuadrícula desnuda y con nuestra voluntad, con buena letra, con la íntacta armadura, con el corazón puro y limpio de insectos, memorias y fragancias, pues dedicarnos a amar lo mejor que nos salga. Pero no. A todo el mundo le gusta sentirse especial. A todo el mundo le gusta hablar de sus polvos de una forma más o menos críptica. A todo el mundo le gusta contar batallitas. Todos escriben un diario. O un blog. A todo el mundo le gusta ser la flor de otro. A todos nos gusta que nos riegen. Ser la preferida del jardín. Se corta. Como la mayonesa. Ser el mejor olor de otro. Y que te ponga en un vaso con agua. O no se corta. Ser el olor preferido de una nariz grande y bonita. Cada uno con sus manías. Tengo predilección por las grandes napias, picudas y poco discretas. No me corto. Se lo digo a ellas. Me gusta mucho tu nariz de bruja. Romper hielo. Ser una flor y que te huelan, que disfruten oliéndote y no te corten. Devolverte al prado como en la pesca sin muerte, dejarte crecer. Que no te corten. Nadie te corte. Ni el rollo ni las alas. Ser una flor y que te respeten como eres. Con todas tus neuras. Y tus abejas revoloteando y tu néctar y toda la historia. Y mira, que me las busco yo con neuras, ¿sabes? Y que te quieran... Así, sin condiciones... Como flor que muere y no se corta. Así sí crece el tallo, pero igual con el tiempo la flor se pocha. Esa partida está perdida, amiguis. No es difícil decir si depende de nosotros o no. Que nos quieran, quizá sí. Pero no del todo. No hay una tabla de correspondencias. No hay una correlación. De esas memorias. Del tiempo. ¿Es la naturaleza? Pues no lo sé. El cuaderno que todos llevamos con su cúmulo de borrones y tachaduras como cabezas de ajo crudas en el almirez pues, no ayuda. No ayuda, cuquis. Sentirse mayonesa. Sentirse con ella en el almirez. Darle fuerte. Ser mayonesa. Como el hit. Ella me bate como mahonesa, creo que decía la letra. Como haciendo mayonesa. Que quiere decir en el fondo, ella me bate bien porque hemos ligado bien y ahora somos salsa, somos uno.... Es cosa del alma. Somos amor. Es poesía. Es una canción de verano. Es un te quiero inasible y volátil. Somos una canción de pachanga. Cuando todo cuadra y nos va de lujo llegamos a eso. No es Bach ni una sinfonía. Somos tan horribles como una canción de discoteca tonta. Somos una letra de regeatón. Un girón de tiempo. Un descosido por el que se escapa vida. Y se huele el sexo. Un polvo rápido del que no te acuerdas y que te pone el corazón en taquicardia. Parece que fue casi nada y anda que no cuenta. Qué bajo instinto. Somos esa humedad que queda en el almirez. El agua del ajo machacado. Somos ajos machacados. Una letra fea. Un gesto innato. A ella le gusta la gasolina. Y duraremos lo mismo que su onda expansiva o su arco lírico. Un boom. Seremos un corito, esas voces de las que todo el mundo se harte. Seremos la gasolina. Seremos dale. Seremos mayonesa. Seremos Miami. Seremos Puerto Rico que me lo confirmo. Seremos luz. Sangre, Verdad. Fuego. Seremos el fulgor. Y cuando te quieras dar cuenta estamos ya metidos en octubre.
Me pasa todos los veranos.
El calor. A todos nos pasa. El de fuera y el de dentro. Fulgores a ful. Candelas a mil. Que explota la cosa y ni me doy cuenta. Implosiones y bombardeos. Que se me atragantan los días y los fulgores. Que me aparece amor donde menos lo espero y lo disfruto pero como bajo la influencia de una sedación, dicho de otro modo, que ni me entero. Ni me cosco. Ni plín. Besos como después de que te duerma el labio el dentista. Después de un pinchazo, un bocado. Llevamos tantos. Pinchazos, digo. Bocados, cada día menos. Lo disfruto sea como sea pero prefería otra cosa, otro aire... Es todo como tristón. Como mal. Como si me estuviera recuperando de algo malo. Con esa febril memoria que no permanece. Y bien, o sea, sí, está bien, me alegro de que pase algo pero lo vivo mal ese aire convaleciente. Pero me pasa siempre. Y siempre hay un pero. Uno o varios. Un pero grande, por lo menos. El perón. El peronazo. El perísimo. Varios casi siempre. Claro. Combinados. No aguanta. Con sus peros. Con sus complicaciones. Con su poco dinero. Con sus complicaciones de horarios para coincidir o hacer cosas juntos. No aguanta. Y se jode. O se gasta. Simplemente, acaba. Con su estribillo machacón del que todos se cansan. Se jode la ensaladilla rusa. Con sus pimientos rojos. Se pone amarilla, capa amarilla superficial. Con sus aceitunas. Sin hueso. Un amarillo de enfermo. Un mal amarillo. No aguanta. Se jode el fulgor. Con tres días de nevera se le jode el fulgor a cualquiera. Porque el tiempo nos pone a todos esa misma capa amarillenta que se manifiesta en muchas variantes pero que a todos nos colorea para mal y se pierde todo; textura, consistencia. sabor... No puede durar para siempre la ensaladilla rusa. Duro pero cierto. Es así. Ni nosotros tampoco, ya lo siento. Nada dura para siempre. Es un hecho. Lo siento. Nos pasa todo el tiempo. No solo en verano. Pero a mí me da la neura existencialista y de lo volatil del tiempo en verano, porque creo que porque follo demasiado poco y porque me veo cada año con menos fuerzas para menear culo y cintura conforme sumamos primaveras. Se va jodiendo el invento, ¿sabes? Se va. Se acaba. Se le ve la loza al plato, el final del libro, la palabra fin, el olvido... De ahí las prisas. Ves el fondo del vaso. Bebes de otra forma. Unos se atragantan, como yo. Otros paladean. Siempre voy con prisas para todo. Hasta para paladear. Prisas para qué, me pregunto a veces. Se nos ponen malas las cosas en la nevera, a mí me pasa y me hace sentir miserable, y medio burgués. Lo veo como una metáfora de la destrucción del tiempo pero también podría pasarle un paño a los estantes y mantener a raya el moho invisible. Lo culpo de toda putrefacción prematura. Y la nevera es de lo que está más limpio de la casa. Pero sí. Se ponen malas las cosas. En general, todo lo del universo tiende a ponerse malo y en particular, lo que guardo en mi frigorífico no frost. Haga lo que haga. lo fresco se me pone malo o dos o tres días. Para no frost, el veranito que llevo. Anda que no, primo. Tengo que estar al loro. Intenté un mes vivir sin nevera, fue un reto apasionante. Duré tres semanas creo. La dinámica del mundo moderno necesita el frio. Es interesante eso, porque quizá los te quiero también lo necesiten, una cámara frigorífica en nuestro corazón para aguantar lo máximo posible sin pocharse. Necesita frio. Como pone en las cajas de algunos productos. Necesita frio. El amor actual necesita de mucha frialdad y es triste pero es verdad. Mantenerse firme. Que van y vienen pero sobre todo, se van. Se van yendo. Lo poco que dura el fuego... Lo mucho que quema un recuerdo. Lo poco que nos queda al día siguiente. Lo mucho que disfrutamos al pensar en ello. El making of de lo que no llegamos a hacer pero lo vivimos en nuestra imaginación con todo lujo de detalles. Los polvos que nunca olvidaremos. Los polvillos para olvidar. Las polvaredas que levanta el desamor cuando se alejan de nosotros y nos abandonan. Los polvos que nos quedan. Con suerte, este mismo verano.
Nos pasa todos los veranos.
Nos pasa a todos. NO voy a singularizar. Pasa y ya está. Que cuando nos damos cuenta es Santiago y la Virgen, y de pronto, San Miguel. Nos come. Es canibal el estio. El tedio. Los mosquitos. Nos comen. Muchas metáforas. Está ahí, justo ahí. La melancolía, la soledad. El verano es muy cabrón, oiga. Vamos a decirlo. El verano es un hijo de la gran puta. De siempre. Te llevabas a donde no querías estar. Al pueblecito sin vida o a la segunda residencia sin alma. Es una cuestión interior. Del alma, amiguis. Nos comen los días sin nada que hacer y nos comemos nuestra propia vida cuando tenemos un fin de semana que medio cuadra irse a la playa. El verano te devora. Es verdad. Te gasta la piel. Te cansa. Como la playa. Como la arena. Cansa de verdad. Nos dejamos el pan fuera y las hormigas organizan una invasión por varios flancos para llevarse hasta la última miga, y aún conservado en frío, como el amor en los tiempos de Tinder, a los pocos días, el melón se queda blando y la sandía se amorata, se pican las cerezas y las cebollas se vuelven pergamino, los ajos se secan y arrugan, como nosotros.... Los limones disimulan. Como yo. En la nevera los limones disimulan su dolor. Se atrincheran en su frío contra el paso del tiempo. Son como yo. Más quisiera. Pobre. Iluso. Estoy ternico todavía. El limón está hecho de otra pasta. Se endurece. Se aferran a su corteza. Son amarillos ya de antes, no como la ensaladilla rusa, llevan de serie lo agrio de la melancolia. Se ennegrecen en el peor de los casos. Pero guardan las formas. Se contienen. Se aprietan. Se engurruñen. Soy tu limón en la nevera. Oh yeah. Suena bien: Soy tu limón de la nevera. Lo que nunca quieres. Lo que siempre queda.... Oh, sí. Podría ser una frase para una canción. Soy tu limón en la nevera, Lo que nunca quieres, lo que siempre queda, soy los sobres de ketchup y mahonesa que te sobraron del pedido de hamburguesa, los que nunca usas, lo que siempre.... Bueno, es una mierda de letra pero....lallalalala...... Soy tu limón en la nevera, soy los sobres de ketchup y mahonesa, soy el bote de conservas detrás de la mostaza francesa, soy el.... Se acaba rápido el imaginario de nevera vacía... No da para estrofa... Le daré una vuelta. En verano me pongo a hacer canciones como un loco. Es mi forma de luchar contra el tedio. Tarareo frente al tedio. Obsesión de mi la re. De do re mi. A ver. Recapitulemos; Los enemigos son el paso del tiempo, que todo lo amarillea, el tedio de los veranos que es más cruento que el de otras estaciones, por lo de sudar y los calores y el agobio y todo eso, y sobre todo, el enemigo principal es el desamor en sus múltiles formas y la más letal, el completo olvido.
Me pasa todos los veranos.
Que me pongo. Que me esfuerzo. Que planeo, que pienso, que proyecto, que me busco ligues poco serios pero lo bastante como para irme un fin de semana que luego, cuando llega el momento de buscar hostalillo o lo que sea, pues no tengo nunca nada a mano, no sé como lo hago, no me aguantan desde primavera y nada, ni playa, ni amante, ni hostal, ni nada... El desamor se ceba conmigo en verano. En invierno lo sufro. El frio es el frio. Mi gatito viene y busca calor. Se acurruca en mis piernas. En verano mi gato quiere dormir fuera. Lo entiendo. Lo sufro aunque lo entienda. De vez en cuando lo pillo por banda y me tiro media hora abrazándolo y pienso: Todo este amor lo pagaré contigo y solo le hago carantoñas y abrazos. Que lo acaricie le gusta, eso lo lleva bien. Los abrazos no le gustan a Canelita. Que es mi gato. Ayer por cierto escuché que el niño del vecino le llama Rubio. Me hizo gracia y me sorprendió. No le hago fotos porque creo que no le gustan. Y porque es libre. Por eso, me modero. Pero es como... Tengo que librarme de ese amor. Quitarme este amora de encima. Eso me pasa tambien solo en verano, tengo que librarme de este amor, joder. Que te quema el amor. Que es como andar por la plaza descalzo. Un amor que te quema las plantas. Que suena a que hierves por echar un polvo y también es eso, pero lo decía como algo más prosaico. Más étereo. El peso de no poder amar a nadie, ¿cómo lo soportamos todos los solitarios y solitarias? Con gatos. Con perros. Con peces. no porque no se pueden abrazar y pájaros tampoco. Lo abrazable. Me pasa todos los veranos que las existencias de lo abrazable me disminuyen, me van quedando escasas en mayo y en julio ya no hay nada. Nada. Joder, nada. Que es muy fuerte. En primavera siempre tengo mucho éxito con las chicas. Aparecen. No las busco ni nada. Salen. Ocurren. Será que yo mismo me lo creo y por eso, pasa. Por fe. Dogma primaveral. Bienvenida a las flores, bienvenida al amor. Bienvenidas chicas nuevas. Pero se me derriten antes de llegar a agosto. O sea, ruina. O sea, mal muy mal.
A mí me pasa todos los veranos.
Que nunca son como espero. Siempre mucho peores, claro. Cada vez pienso más que tiene que ver con el punto de referencia... Referencias, en general. Es decir, que esperas algo. Tienes una componenda mental. Y llevas un cuaderno apretado de errores. O sea, esperar pues esperas mal. Has tomado las notas mal. Mala extracción de datos, pues mal todo lo siguiente en consecuencia. Y lo que tienes en tu escapulario no sirve. Volvemos al tema de Dios pero vuelvo a esquivarlo que es mucha tela. Váyamos a lo que guardamos. Nuestra memoria. Nuestro cuaderno. Nuestro dolor. Nuestro rencor. Nuestro puto blog lleno de textos de mierda, largos e insufribles. Nuestro yo de hoy. Nuestro yo de ayer, o incluso el de mañana. Nuestras fotos de desnudos.... Todo eso. Está en el cofre de tesoros. Los mejores momentos. Las mayores salivaciones. Los golpes de corazón. Tu vídeo resumen de los mejores momentos, como en los realities. Con una música llevadera y simpaticota. Y sonrisas a cámara lenta. Golpe de mirada. Y correrías. Y siempre el amor, en los grandes éxitos: las veces que te han dicho te quiero. Todos mis te quiero caben en medio minuto. Un montaje emotivo, con una fina y elegante cámara lenta y su poquito de épica. Uno guarda en su interior confiado y feliz, muchos te quiero como si fueran un salvavidas y un día, cuando se acuerda, y mira, pues ya no están, no están donde los dejamos, porqu ya son otra cosa, son unos te quise que cuesta identificar como propios en una rueda de reconocimiento de emociones. Los Te quise no gustan. Un te quise es feo. Es malo de encajar. Es de difícil acomodo, seamos sinceros. Oirlo ya es molesto, pues imagina encontrarlo en un cajón. Guardamos unos te quieros y al tiempo nos encontramos unos te quises. Unos te quises grises. Oxidados y grises. Pensando tú que estaba medio fresco. El cajón, la memoria, el corazón... Es como un condón caducado. Es como lo amarillo de la ensaladilla rusa. Es como el tono burdeos que pilla la primera dermis de la sandía, ese color vino. Es como un cuaderno ya usado y escrito por todas sus caras. Escrito por todas sus caras, como tú estabas, escrita por todas tus caras. Los te quiero son siempre valiosos. Aunque los digan borrachas. Pero los Te quise son amor podrido que se guarda en la nevera pero acaba consumido por el moho. Dura un poco menos que los limones. Pero se parece. Es también un polvo pero en este caso, no es verde. El moho del tiempo. El moho de las voluntades. Tiene un amigo una canción muy buena.... Le letra dice... Los días pasan, la vida sigue, aunque me dejes de querer, ay, tú no me olvíes.... Es importante quitarle la d al olvido y que el ay ese tenga verdad, soltarlo con golpe. Que haya quejío flamenco. Quitarle la d al olvido: olvio. Mi amigo es que es de Cadiz y yo pensaba que esa tonada era de una agrupación, de carnavales, popular... Cuando se lo dije, me agradeció el piropo porque dice que es suya. No termino de creerle. Soy un puto desconfiado. Pero... Es buena. Que no me olvides. No me olvides, aunque no me quieras. Ojo. Que es un tema. Es el olvido, estúpidos. No es una guerra contra el desamor, o contra lo amarillo de la ensaladilla rusa, ni siquiera es, como yo presumía, una guerra contra el tiempo y su cruel paso tortuoso, pues no. Es una guerra contra el olvido. Que nos olviden es lo terrible. Es el fin de la existencia, o el fin del consuelo de la existencia. O es la derrota definitiva de la perdurabilidad. De querer trascender. El fin de la trascendencia. Una victoria de la intrascendencia. Otra más.
Nos pasa todos los veranos.
Que nos helamos un día de agosto, una noche que nos pilla desprevenidos y en manga corta, y pasamos mucho frío... Frío de verdad. El día frio del verano. La noche helada. La noches de los tiritones. A mí el calor me da más igual que el frio aunque sea más molesto pero en mi castillo del terror hace rasca de verdad, así que me molesta menos que me suden los párpados. Cuando me sudan los párpados y parece que tengo dos manantiales de lágrimas diría que hasta me gusta. Pero el calor molesta. El sol es dañino. Lo noto en la piel. Como quema. Al ir a por el pan. En horas de máxima exposición. Quema brutalmente y me veo el antebrazo achicharrao en cerocoma por asomarlo dos minutos por la ventanilla en un trayecto dentro del pueblo. La verdad es que asusta ese sol matador. A mí me asusta, desde luego. Y no sé si es una percepción propia, si es mi piel, vaya, que se vuelve frágil con los años o es más global, más calentamiento global y más rayos asesinos y capa de ozono y todo eso... Hay un par de días de calor extremo que realmente me hacen sufrir. Pero la mala de verdad es la noche helada. Pienso en el invierno y lo llevo mejor. En las chimeneas que respiran hielo y a duras penas calientan, me siento mejor así a decir verdad. Pienso en el invierno y me siento mejor. Pienso en tus defectos y me siento mejor. Esto podría ser una letra de canción. Pienso noseque y me siento mejor. Pienso en mi gatito y me siento mejor. Pienso en los amigos y me siento mejor. Pienso en el Holocausto y me siento mejor. Pienso en Magaluf y me siento mejor. Pienso en tus delirios y me siento mejor. Pienso en el jardín... No sé.... Tampoco me siento nada bien ajajaj ese debería ser el giro de la canción... Pienso tonterias que me hacen sentir mejor pero estar, estoy mal. Eso rima. Estar, estoy mal. Podría ser el título, estar, estoy mal. No suena mal. Bueno... A lo que iba.... Que el calor es una mierda pero el verano mata menos. Las olas siempre se llevan a alguien, ok. Pero es peor la nieve. La carretera. Los accidentes. Ahora se puede dormir al raso... ¿Quién supera eso? Y te comen los mosquitos, pero tú te comes las estrellas. Lo que entra por lo que sale. Al final, lo mismo ni pillas el sueño y solo te rascas. Así es la vida. Las estrellas pican.
Me pasa todos los veranos.
Que los pierdo. Que me planteo toda mi existencia en lugar de hacer actividades de ocio propias de verano, como bajar a la piscina. Baja a la piscina y no pienses. Juega a las palas y date un respiro. Baja a la piscina y no mires atrás. Súbete en un hidropedal y limitate a pedalear. Pedalea en el mar y no pienses. Comete un helado y no pienses. A ella le gustaban de chocolate. Baja a la piscina y no pienses en ella. Pidete una granizada y no pienses en nada. Baja a la piscina con el bajón a cuestas. Baja sea como sea. Bajón a la piscina, vaya. Remojale. Intenta ahogarlo. Hazle un par de largos a ese bajón. Eso que te llevas. Hazlo. Da un paseo. Toma el sol y no pienses. Baja a la piscina y déjate la cabeza en casa. Porque si bajo, lo hago con las llaves, la toalla, el tabaco, el movil y las gafas y tirando de todo lo del planteamiento global de mi existencia, que es como el amor, no hay forma de quitárselo de encima... Y con el mar, menos. La soledad es como la sal que se nos queda en la piel. No es igual. No se va con darnos una ducha. Pero es parecido. La añoranza es la piel mudada. Los mini girones de lo que nos dolío y ya no es ni nuestro. La sal somos siempre nosotros. En el dolor y en la sazón. En el sabor. En los días buenos. En los que ves con confianza el horizonte. Baja a la piscina los días en los que te sientas bien por lo menos. Baja y te bañas. Si no te bañas, no vale para nada. No nos sirve sentarse en el bordillo. Da pereza a veces. Lo entiendo. A mí me pasa. Me quedo ahí, en la orilla de mi vida.... Mirando. Mojándome los tobillos. Con la zambullida progresiva. No siempre fue así. En el verano de 2012 o quizá 2013 tardaba como media hora en meterme en el año y en otoño pensé; Joder, he perdido mucho tiempo este verano en la orilla. ¿Sabes? Un verano cobarde. UN verano sin mojarme. Un verano tirado por el bordillo, ¿entienes? O no tirado. Aún peor. Pero era así como quería hacerlo en ese momento pero no pude evitar pensar que fue una grave torpeza en octubre. Lo tiraste, tío. Tiraste el puto verano pensando en cómo no mojarte... Eres tonto, tío. Pensar en cómo no vivir. O vivirlo menos... Qué coño es eso, eh. Y desde entonces pues me tiro de cabeza y listo. El tedio. Hablo del tedio. Al tedio también hay que tirarse de cabeza, entregarse a el. Sin ambages. Es donde quiero llegar. El tedio de mirar desde la orilla y no me cierro solo al verano. La orilla de todas las cosas... Las orillas de todos los días. Y a lo largo de todo el año. Mirarlo todo desde alguna de sus orillas y limitarse a cavilar: temperatura, profundidades... Limitarse a temer. A valorar opciones. A ser prudente. A no mojarse. A no pasar frio y echar de menos una toalla. Es muy de ahora lo de contemplar un gran número de orillas y no tener ni puta idea de nada en realidad.
Ni puta idea de lo que va a pasar.
Todos los veranos, igual.
me cago en la ostia, aes
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