viernes, 19 de diciembre de 2014
yo en plural
Llevo tiempo sin contaros cosillas y me gustaría decir que es porque he estado muy ocupado pero no sería cierto, más bien el peligroso nivel de ociosidad me ha empujado a este cómodo mutismo que me dispongo a quebrantar sin nada que querer comentaros en realidad, es decir, que mejor no seguir leyendo esto porque no os voy a contar nada nuevo. No me acuerdo de su olor y eso es bueno, aunque recuerde todo lo demás de una forma claramente sesgada. Mi casa está más limpia que nunca, y lo que siempre os decía que el fregadero me esperaba como pertinaz piedra de Sísifo pues ya menos, que sigue pero menos, y todo lo demás está anormalmente limpio, no es que sea esto muy interesante pero si hablo de ello en negativo, pues es justo que comente las evoluciones. El jardín está de un guapo invernal subido que me hace muy feliz, es la época en la que aparecen treboles por todos sitios y me he dedicado estos días a sanear los lirios, la lavanda y el romero y a quitar mala hierba, mucho he hablado de la mala hierba en este blog. Es increible como lucha por vivir la mala hierba, me gustaría tener esa convicción con la que se agarra a la vida, los cardos sobre todo, que, a pesar de mis esfuerzos por sacarlos para siempre de mi jardín, se traspasan de generación en generación la tarea de afearme los arriates. El otro día quité, por fin, un tallo pinchudo de casi dos metros al que le hice un par de fotos. Me pareció tan extraordinario que decidí quemarlo en la chimenea para darle un final más digno. El invierno una vez más me ha cogido de pleno, hace poco vi un anuncio, no recuerdo de qué marca, creo que era Skoda, de todo un pueblo que se preparaba para el invierno y me sentí identificado. A mediodía el sol da tregua pero a eso de las seis de la tarde, cuando el cielo empieza a ponerse oscuro, es terrible el aliento helado de la sierra que se cuela por mis rendijas. He hablado de las rendijas casi tanto como de la mala hierba. Son mis enemigos: ella y su recuerdo, el fregadero, los cardos, y muchos más que no nombró... El fin de semana pasado fue un desastre. Ojalá contaros todo con pelos y señales. Sobre todo, con pelos. Pero no puedo porque no sería plan y tampoco es el sitio este blog, creo yo, que tiene un público tan poco.... Cómo decirlo... Que tiene unos tiempos tan poco lineales, por no hablar de vosotros, amigos lectores, a los que no puedo imaginaros frente a estas líneas tan poco precisas buscando no sé exactamente el qué. No es nada bonito de lo que escribo aquí, ni sirve más que para matar el tiempo y darme algo de desahogo vital, que es para lo que sirven desde siempre los diarios, para reconcentrar las vitalidad y sacarle dos dedos de zumo. Llevo tiempo sin contaros cosillas porque tengo pocas cosillas contables, que esto es como dárselas de que vive uno a tope y nein de reneiin, nada de nadísima, pero sea como fuere, no es esto ni un diario ni tiene una utilidad. Los locos se vuelven locos por querer buscarle un sentido a todo, esta frase me la dijo una amiga hace unas semanas. Estoy muy de acuerdo con ella, y para no volverme tarumba pues ya hace tiempo que no quise buscarle ningún sentido a lo que escribo aquí, lo hago y punto. Es la mochila que nos ha tocado llevar, oh, cómo odio esa expresión... La mochila... Me la dijo ella... Que ella era mi mochila... Qué cosa más fea para ser, o para definirse, una mochila... Como el equipaje, como el... No sé cómo llamarlo... ¿El lastre? No es eso, o no quiero que lo sea, o desde luego, no estoy yo dispuesto a cargar con nada, bastante nos pone en las manos el día a día, como para hacer frente a más peso, el peso del pasado. Nada de mochila, ni de equipaje, ni de cargas de ningún tipo. Me hace pensar que ella está más en el pasado, en donde por cierto, debería yo estar más para quitarme los pájaros de la cabeza y que volvieran los malos recuerdos que eran los que de verdad, importaba. A veces unas palabras bien elegidas con una determinada caída de ojos o un tono en concreto, te pueden destrozar como un tsunami. El fin de semana pasado tuve dos o tres tsunamis de ese tipo, destrucciones sutiles de comentarios afilados con los que te pinchas pero no te das cuenta, y a los días, te fijas y los tienes todavía bien clavados en punta. El tiempo de digestión de lo que me pasa es un poco excesivo últimamente. Todo lo es últimamente. Y me da ardores. Me pasan demasiadas cosas a veces y en el tracto intestinal de mi idiosincracia se produce atascos frecuentes. A veces tardo en entender por qué hice algo o dejé de hacerlo, y es como si me comiese a mi mismo y me atragantase. Por suerte lo entendí todo hace unos días y fue un gran alivio. Eso me pasa con frecuencia Cada cierto tiempo, lo entiendo todo. O casi. Vale de poco o vale de nada, por la cosa de uno más que nada pero lo que no pillas in da moment, se va. Y luego puedes decir... Ah, ok. Pero ya no vale en verdad, no es... No es... A secas, no es. Es una recreación, no es en el sentido del ser como algo que existe, en un tiempo y un lugar concretos. Planteamiento filosófico, ok pero las cosas no son cuando nosotros queramos que sean ni son porque a nosotros nos parezca oportuno seguir pensando en ellas, Pero alivia. Entenderlo todo de pronto es un bálsamo o lo es para mí al menos, y es muy posible que tenga que ver con hacerse las preguntas equivocadas o tomar mal las referencias. No soy de matemáticas, ni de problemas ni de ecuaciones pero la experiencia me ha enseñado que cuando algo está mal y todo el proceso ha sido el correcto y se revisa y el error se esconde o no hay error aparentemente es porque se tomaron mal las referencias, porque hemos trabajado a partir de un patrón mal tomado, que es más, mucho más habitual de lo que parece, y nos deja bastante a cuadros, porque claro, lo has hecho todo bien, has seguido los pasos, ahí estás tú, cumpliendo con la movida, como se supone que hay que hacerlo, como se supone que es, como te han dicho que es... Pero, no. No y no, y no hay explicación, a primera vista. Me pasó con una pared del barrio del Realejo, es complicado. Una calle sin salida, quién no ha tenido que verselas en calles sin salida, en este caso, en cuesta y entrabas, en cuesta y en curva cabe añadir, bien cerrada la curva y bien empinada la rampa, salir marcha atrás era la única opción.... ¿Lo he contado ya? Soy de esos pesados que repiten una y mil veces la misma anécdota, Total, marcha atrás. Y ni siquiera. Con dejarse caer, tenías que llevar el pie en el freno. Y movía el volante. Pero cada vez me iba más y más contra la pared. Me había bebido unas cervezas, lo que lo complicaba y le daba cierta épica. El caso es que la pared estaba curvada. Pero no un poco. Casi cuarenta y cinco grados. Una verdadera pasada y me iba contra ella como un imán, porque era simplimente imposible de ver desde mi retrovisor. ¿Conclusión? Tomar mal las referencias. Quizá para alguien que bregue con matemáticas y tal, esto le parece una nadería pero para mí, en la vida cotidiana que a lo que lo aplique es la explicación de muchos desastres. No es que se tome mal la información y vaya ya coja la componenda, sino que vemos lo que queremos ver. No tomamos la anotación real sino que nos sirve la corazonada y no sé porque hablo en plural porque me refiero simplemente a mí.
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