En cuestión de un mes y poco he sido capaz de reducir un trozo de tierra lleno de mala hierba en un trozo de tierra casi desbrozado de mala manera.
Y un pequeño huerto.
Exactamente son cuatro caballones. Con ajos y una docena de cebollas.
El trabajo sigue en marcha. Hay espacio para un par de hileras más en las que habrá lechugas, cuando mejore el tiempo. Y no sé qué más.
Y otra zona con otro huerto, en la que en primavera sembraré más cosas. Es un trozo de campo en el que ando reuniendo la mala hierba segada, en una pequeña montaña en la que también voy acumulando restos biodegradables.
La ola de frío se ha cargado una planta que estaba en tiesto a la que le tenía un cariño especial. Espero que sobreviva, aunque ahora mismo está hecha una pena, como si la hubieran pisoteado.
He plantado también en pleno invierno rosales y algún que otro tallo leñoso, desafiando a la helada matutina y sobreviven de mala manera. Veremos si enraizan.
Parte de una jazmín podado, lo he sembrado también como esquejes en una jardinera. Veremos si tiran para arriba. El agua con el que riego todo esto, al parecer, tiene mucha cal. Y eso es muy malo.
Hay un tallo de baobab, en tiesto.
Son dos tallos, en realidad, en el mismo tiesto. Eran verdes, han cambiado de color. Confío en que no estén muertos. Y hay unos cuantos esquejes más de otras plantas que me gustaría trasplantar cuando tiren para arriba y que en el futuro sean árboles. Un tallo de una higuera, por ejemplo. Y más.
Mi huerto, al que casi que no se le puede llamar huerto todavía, va. Más que huerto es y ha sido una guerra personal contra la mala hierba.
Veremos quien gana.
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