Hace unas semanas me enfrenté a mi tradicional concepto de celebrity mártir que vive forever and ever de su desgracia personal. ¿El mejor ejemplo? Raquel Bollo. Amamantada en el discurso de victima más pro y con un plus: pionera en maltrato y violencia doméstica. Con el reverso tenebroso del melódico Chiquetete y la conexión sobrexplotada a mansalva de ser de la parentela no consanguínea de la artista que responde a las iniciales I. P.
Viendo a Raquel Bollo rememorar su periplo vital en televisión pensé, pues no. He estado siempre en un error. Está bien. En fin, no sé qué click saltó en mi cabeza para pensar exactamente lo contrario de siempre. Raquel Bollo, pues sí. Adelante con ello. Si es verdad que ha recibido palos, o si no lo es, sea como sea. Es una historia que merece, no sé cómo decirlo, reparación. Una recompensa después de todos los moratones, si es que los hubo, o los malos ratos, que eso seguro que sí. A Bollo se le nota ese mal rato, vale, pues bueno, adelante. Cuéntalo, Bollo. Reparación, una lectura justa del destino.
No lo tengo nada claro. Lo siento.
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