a veces uno escribe para ordenar los pensamientos, para leerlos, y que estén columnas, en filas, en frases, presentados y listos para pasar revista, y al escribirlos, al responderte a las preguntas de qué viene despues y ponerlos en cola, al traerlos aquí o ante quien sea, pues se aclara y es casi diría para entender lo que realmente significan, y se escribe como el que hace preguntas, no al viento sino al eco, pero otras veces, es justo al contrario, habla la brisa y cada silbidito lleva una subconsciente consigna, sale de un modo natural, como el que oye llover, sin darte cuenta pero escribes má rápido y es como para desentenderte de lo que piensas, no para descifrarlo ni catalogarlo sino para sacartelo de encima, como el que se está quemando y le pegan con una manta, y prende porque no siempre uno se quema y prende, y es como fuego, pero el proceso es a la inversa, es tan difícil encender una chimenea y luego, una hebra de tabaco, un hilillo enano es capaz de abrirnos un buen agujero en el jersey, escribimos buscando chispas, soplandole al puntito naranja quese extingue y casi nunca prende lo que escribes, es dificil que caliente lo que escribes, es dificil que respire como respira el fuego y tenga su propio aire, para liberarlo y que no esté dentro de tu cabeza, pidiendo salir, dándole a la puerta con los nudillos, llamándote a voces desde fuera y lleva una inercia como de torrente, es como abrir la valla ante un cauce desbordado y que salga en tromba, pues para lo contrario, para desordenar los pensamientos presentándolos en un párrafo, con su azar y con sus saltos, con los brotes que nacen donde no esperas, me valen todos los ejemplos de bosque, ese desorden que tiene la naturaleza y que se haga palabras, palabras que crecen torcidas buscando sol y hacen escorzos, entre otras ramas, entre otros árboles, con todas las complicaciones de las cosas pequeñas, y los ruidos amenazantes cuando cae la noche, cuando se vuelve todo oscuro y tétrico, y triste, me cambia el ánimo a velocidad de vértigo y eso se impregna de esas palabras rápidas que van de la tripa a las yemas de los dedos y salen como si fuera un telegrafo, apurando pulsaciones, dandole fuerte pues es importante la fuerza, con lo que hacemos casi cualquier cosa, a lo que le ponemos y a lo que no, casi sin querer, sin darnos cuenta, es como una carrera de estarse quieto, una competición de estatuas pero al revés, y que se quede ahi, en lo que escribes, los instantes capturados, lo que piensas, lo que sientes, cómo te sientes, cómo te sienten los demás, es complicado encontrar el complemento o el punto en el que las cosas tienen sentido, o el que le dan los demás, que tenga su propio aire, que las cosas respiren, es algo de lo que no nos damos cuenta, pues la misma despreocupación hacia la respiración de las cosas, que me gusta para título, me parece que encaja: La respiración de las cosas. Queda bien, queda rotundo. No es que sea magia, la música me parecía magia antes de aprenderme el orden de las notas y sus relaciones de las que apenas sé nada. Pues es lo mismo en lo de escribir pero una cosa son los trucos y otra, la respiración. No se puede fingir. Es el aire. El aire que rodea a lo que nos rodea. La calidad del aire de lo que nos rodea y los rodeos que damos para realmente llegar hasta donde queremos, escribiendo sobre todo pero en nuestra vida diaria, y en nuestro verdaderos anhelos. El aire de cada cosa. Las lentas digestiones de aire que tienen las grandes empresas o las potentes bocanadas antes de emprender una arriesgada aventura o decir que sí, que hacia adelante, que allá vamos. Un allá vamos espontáneo y cotidiano a la hora de escoger palabras para sacarnoslas de encima, para hacer una hoguera con ellas. Para calentarnos en invierno o hacer un asado en verano, para que sean ceniza todos los pensamientos y hayan servido para algo o para tener un punto en común al que acercarnos. El fuego es siempre buena metáfora. Pero es el aire el que alimenta el fuego. Cierra la puerta y nos asfixiaremos. Por el humo o por las pocas miras. Necesitamos puertas nuevas. Y ventanas nuevas. Y aire nuevo todos los días. Que tiene sus propios caminos, sus razones, sus sistoles y diastoles, porque sin aire un corazon pues ya me diras. La respiracion de los corazones. La respiracion de mi chusma que agoniza. La respiracion de mi repisa. La respiracion de mi domingo en casa. La respiracion de mi coche sin la itv pasada. La respiracion entrecortada de mi fregadero. La respiración a rachas de mi motor diesel recién arrancado. La respiración de mi Stratocaster en limpio. La respiración de la cafetera en modo reposo. La respiración llena de pelusa de mi ordenador cuando lo arranco que suena como un avión despegando. La respiración de la nevera en la noche dormida. La respiración de la lavadora cuando centrifuga. La respiración del tenderete cuando le llueve dos veces. La respiracion poco clara de mi lista de tareas pendiente. La respiracion artificial de este blog cuando me paso de frenada en la prosa poética.
Tiene su propia aire, me dijo. Algo. Un airecillo a algo. Sopla una brisilla. Me llega corriente. Pero vaya que no. Que ni hay aire y si hay algo, está mas bien viciado. No termino de terminar, para qué te voy a decir. Se me ha quedado el móvil sin batería. Ya no respira. Me gustaría escribir una entrada sobre la muerte y los móviles. No termino de dar con la tecla. No creo ni que tenga teclas. Y no termino de encontrarle el momento a nada y me lo saco de encima, como si tuviera un saltamontes dentro de la ropa. Como si apagase el incendio en lugar de encender la chimenea. Esa es la sensación siempre. Que el fuego no llega. Es más bien un hormigueo continuo, pero mental. Hormigueo en la cabeza. Que se queda dormida de no pensar o de hacerlo en exceso. Ahora es cuando pongo un punto final y cambio de párrafo.
Sin aire no hay vida. Las cosas que nos rodean respiran. Tienen otro número de bocanadas y otro aliento, otro orden pero es el mismo proceso o muy parecido. Respiran los proyectos. Respiran las relaciones. Que se ahogan muchas veces por no encontrar aire nuevo o por viciarlo o por no buscar un poco de aire puro o fresco fuera de las rutinas asfixiantes. Respiran los días, respiran las tardes. Es un proceso que no apreciamos. Pasa lo mismo en todos los ámbitos. Que las cosas tengan su aire, sus tiempos. Que no hiperventilemos con movidas que al final, ni ocurren. Le temes a lo que no te pasa, y por alguna absurda asociación de pensamiento mítico, te dices, no ha pasado porque lo temí. Y crece la red de temores que crees, míticamente, que te protegen. Quizá sea una gilipolllez, no lo descarto en absoluto pero creemos que el miedo nos da balones de oxígeno. Que de algún modo nos salva. Que nos protege de la aventura, de las cosas locas, de nuestros propios impulsos. Y es todo lo contrario. Porque no pasa. No ocurre. No se da.
Que tenga su propio ser.
Me voy a dar una ducha. Y a ver qué pasa.
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