Me cuesta contar el tiempo y me pasa por ejemplo con los recuerdos con el grupo o en algunas fotos que me confundo y las ubico años atrás o adelante, es un poco como Jesucristo, como iniciar el conteo y ponerle las iniciales pero con amores; antes de ella, después de ella, y hoy lo leí en algún sitio, que se cuenta el tiempo, los años, por las relaciones, los dos años de nosequién, los seis meses de nosécuál y bueno, es bastante patético pero es cierto, inevitable quizá, y todos lo hacemos, y hay lapsus sin amor en los que parece que no pasa el tiempo o que se para.*
Nunca se para el tiempo y tampoco parece que pare la cabeza o que paren los sentimientos, veo fotos antiguas, trato de acotar el dolor, de prevenirlo, de pensar en los pasos, de definir las fases, de recordar antiguos sufrimientos, y no hay rastro o solo queda un eco lejano, busco los golpes, los morados o el cerco macilento de lo que hizo más daño dentro que fuera, y no están porque las cicatrices las borran células nuevas y mudamos como serpiente el traje que nos rompieron a jirones y ya no identificas el origen de las manchas o ya no sabes si fue el alambre que te clavaste o la picadura de un insecto desconocido o el cuchillo que se escurrió, los golpes duelen y el dolor se pasa con el tiempo, repitelo como un mantra, repíteselo a tu ego, que el ego lo diga en voz alta y puedas escucharlo: los golpes duelen y el dolor pasa con el tiempo.*
Recuerdo los puñetazos en la boca del estómago en el patio del colegio que dejaban sin respiración durante diez segundos si venían a traición, y eso es el dolor, o eso lo fue siempre para mí, los diez segundos inesperados, los diez segundos inesperados después del ya no te quiero, los diez segundos inesperados después del portazo, los diez segundos inesperados después del adiós, me voy o del mensaje que corrobora la mentira, los diez segundos de oh, sí, era verdad lo que negaba, o del oh, sí, era verdad lo que ya no sentía. Los diez primeros segundos de aceptación. La aceptación salvaje e inesperada. Las complicaciones de cada caso. Cada ella. Con cada yo suyo. Con cada día que no fue nuestros y con todos los que lo fueron de una forma única. Quitarse ese corazón. Que te lo saquen duele más pero a veces, es mejor. Que no te dejen sin cuerpo. Que no se lleven la mente. Que no te cambie. Pensar en el tiempo, en sus ciclos, en los momentos que no van a repetirse. Pensar en los viajes y confundir a las acompañantes. Con quién fue. Quién era yo entonces.*
Nunca se para el amor, a nuestro pesar o en nuestro pasar, en nuestro pisar y en el pulsar de cada uno en las cuerdas del multiverso, me sorprende no volver a vernos, que sea tan poco juguetón el destino, que no nos busquemos, casi peor. piensa uno en enterrar el cadaver y en esos emails largos con dedicatoria que terminan por ser cartas desesperadas con dudas, que terminan por ser listas de reproches, que son peleas en formol, que son disculpas para sordos, que se vuelven guiones para no ser nunca leídos, historias descartadas, vías muertas sin vagones, sin energía, sin movimiento. Un árbol cortado. De raíz. Es lo que somos y es lo que mil veces nos ha pasado. Y si tenemos una visión amplia o si ya tenemos unos años, hemos estado en los dos sitios, a las dos bandas. El que deja. El que es dejado. El que no aguanta. El que es aguantado. El que cae. El que se deja caer. Es complicado en cada caso. En cada casa. Se olvida la ternura. Se olvida que te llamaba bichito. O que te llamaba bebé. O que te decía amor. Y se olvida el olor. El olor es la última magnitud del tiempo. El jabón de los hoteles me recuerda a su cuerpo y las duchas juntos. Eso está tardando en pasar. Volver a tener corazón. Volver a viajar con alguien con ilusión. Volver a entrar por primera vez en una habitación de hotel de mala muerte. Volver a ser yo. Volver a descubrir un nuevo olor. Volver a tener nariz.*
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