A veces me gustaría no tener que hacerlo todo yo y tener a alguien más. Que hiciera todo lo que yo quiero hacer o algo parecido o una parte al menos y que le saliera, grosso modo, igual que a mí. Que lo hago. Con su margen de error, claro. Más error que márgen. Alguien con quien el márgen se volviera más pequeño. Mínimo a poder ser. He concluido que es un afán inútil. Es imposible que alguien lo haga igual de mal.
Lo he hecho todo mal casi siempre. A esa conclusión llegué hace un año. He hecho todo mal. A lo largo de los años y en general. No mal a conciencia. No con maldad. En ocasiones con inexperiencia y en otras, por puro entusiasmo. A veces por errores de otros, por prisa o por todo lo contrario y casi siempre, por mi culpa, mi culpa, mi gran culpa... Otras veces por no confrontar. Por no tener segunda opinión. Porque nadie nace enseñado. Y por cabezota. Sobre todo por cabezota. Por tozudo. Por cojones. Por coraje. Por rabia. Por un montón de cosas malas que si perduran lo bastante en el tiempo, se vuelven virtud.
Todo mal pero lo he hecho. Es la parte buena. La conclusión. Hacerlo es bueno. Hazlo. Va a salir mal seguro. Si tomamos mal como el rango que establece la imaginación cuando lo proyectas. Y la proyección compartida reduce el optimismo casi siempre. También el empuje. Lo vuelve más mundano. Más debatido obviamente. Un mal de más de uno. Un mal a medias o en, al menos, alguna cuota. Devengar algo del resultado final. Es imposible equivocarse siempre pero es recurrente. Me refiero a la toma de decisiones. A elegir el camino en el que perderse. Todos los caminos del laberinto. Elegir pasillo. La vuelta viene escogida por el destino. Y le llamo destino a que ese día llueva. Al laberinto mojado. Que el suelo resbale.
Todo esto viene a cuento porque el disco nuevo viene con algunos conciertos. Me encargo de todo. El disco. La parte técnica. La promoción. La nota de prensa. Los correos electrónicos. Los conciertos. Y estoy en el trazado de la gira. Llámalo gira, llámalo tocar en bares donde la gente habla. Llámalo hacerlo todo mal. Un manager. Pero claro. Un manager no hace lo que tú quieres . Y más bien al revés. Haces lo que diga. El manager. O el mercado que es peor. El dinero. Que no nos quiera el dinero. Y que no sea negocio. Nada lo es. Pero que te lo diga otro. Oye, que esto no es negocio. Pues ya. Mal. Cero. O tendente. Y que hagas lo que te diga: nada. Lo que diga otro. El mercado, amigo. Ese monstruo sin cara. No hagas nada. No merece la pena. Y que, a fin de cuentas, no lo hagas. Entre hacerlo mal o no hacerlo, la elección es clara. Vamos con todo a mal. Al bar. A cantar bajo el murmullo. A sentir el desprecio y ninguneo. A lo malo. De cabeza a por todo lo malo porque si lo aguantas lo bastante en el tiempo, acaba siendo una virtud. Y ya van dos.
Atesorar virtudes mientras lo vas haciendo todo mal tiene un cierto merito. Y está todo lleno de la poética de lo artesanal. Del contacto directo. Del tú a tu. Y a veces el tu a nadie. O el tú a muy poca gente. Porque encima el día que elegiste llueve. La perspectiva de la lluvia es el toque del destino. El mejor ejemplo de lo que ya nos queda a desmano. Mucho más de lo que creemos. O eso quiero creer. Hacerlo. Que haga sol. O hacerlo y hacerlo con tormenta si hay tormenta. Y todo esto lo escribo porque la teoría es muy bonita. Y la lees y es épica pero luego llega la tormenta y te mojas. Que te secas después, también es verdad pero te llevas el remojón. Te cae la nube negra. Y te sientes como una puta mierda. Y no se comparte, por tozudo y etc etc. Es difícil decidir porque camino te vas a perder. Uno no quiere perderse. Yo no quiero. Me gustaría llegar lo antes posible y vale, lo acepto que es un laberinto. Un laberinto mojado con gente hablando de sus cosas. Hablando alto. Un laberinto de gritos. Lo piensas un poco y dices: Nada. No entres. No te pierdas. No sigas. No lo hagas. No te metas en nada. No busques la salida si todavía estás en la entrada. No te pierdas o no te pierdas a posta al menos. O no te pierdas a posta tú solo, ve con alguien. Un laberinto a medias es menos laberinto. Estar perdido pero con un poco de compañía es como estar en algún sitio. Me ha sonado a matrimonio. Pero todo esto va de meterse en el bosque. De dar el paso. De irse de ruta. De meterse en problemas motu propio. Estoy en ese punto de empezar a perderme.
Contado así es todo muy dramático. Hay que añadir alguna matización. No es una ruina. A veces ganas. Casi siempre se cubre gastos si no gastas. Lo imprescindible. Bocadillos. Todo lo que puedas llevar de casa, es mejor llevarlo. Luego a veces sale bien. Y a veces, excelente. De dinero. De mercado. De respuesta comercial a la propuesta. Y puede que ese día lloviera por dar una medida de lo aleatorio que es el asunto, en mi caso por lo menos. Que son diez años de bandazos. Bandazos nunca mejor dicho. Todo esto lo he hecho con más personas. Un grupo de personas. Con sus cosas. Con sus temas de conversación. Con sus neuras. Con sus ganas de comer. De dormir. Y de todo lo demás. Con sus propias ganas de vivir. Y eso es como si les lloviera en su interior. Una furgoneta con cuatro tormentas por desencadenarse. Controlar la nube negra interna de cada uno, olvidalo. Otro imposible. Y no sé ni cuántos van. Un manager se encarga de repartir paraguas. Si da dinero, se actúa de otro modo. Cubriendo gastos, nadie siente que esté trabajando. Es todo emoción. Y siempre te dicen o te dirán: Bueno, es tu proyecto. Y es verdad. Es mi proyecto. Es mi aventura. Es mi decisión. Es mi tozudez. Es mi laberinto. Y lo raro es que no se pierdan. Se cansan y se van . Lo dejan. Gracias por acompañarme un rato y a buscar a otro. O a otra. Y así. Que es como todo en la vida, que se va cambiando. Que se cansan. Que se aburren. Que se pasa. Lo que quiera que sea que lo motiva, se pasa. No dura siempre. No es amor incondicional.
Una de las nuevas canciones del disco se llama así: Un amor incondicional. Es el único Amor que es de verdad, dice la letra. Viene con colaboración. Cómo todas las del disco. He hecho varios amagos de escribir sobre el grupo y la trayectoria errática. Igual no lo era, era el laberinto. No era culpa de nadie. Si lo escribo, no va a ser prosa poética. Algo más tipo reportaje. Recordando los días que hicimos comidas memorables. Que serán un par. Tengo un par de títulos pensandos. He hecho amagos porque lo que escribo me parece una mierda. Y cuando no me parece una mierda, se vuelve muy deprimente recordar la cantidad de miseria. Y la pena. La pena en general. Del paso del tiempo. De perder.fuerza para perderse. De perderse pero con achaques. Con lumbago. Con canas. No tienes edad de fracasar. La palabra fracaso siempre sobrevuela todo. La palabra éxito también. Hay una bandada de palabras que te acompañan, como buitres que se alimentan del entusiasmo cuando muere. Carroñeros del ímpetu. Te sobrevuelan a ver cuando te da la bajona gorda. Y te clavan el pico. Cuando me he puesto a escribir y rememorar, me dolía el entusiasmo como un miembro fantasma. Echaba de menos la ilusión como a una abuela fallecida. Y eso que aún me queda algo. Que aún no he perdido del todo. Que voy a seguir haciéndolo mal. En fin.
Hay algo más.
El disfrute. Porque después de tanto tiempo, uno se olvida que lo disfrutaba. Cómo un matrimonio. Que en algún momento, disfrutó. Y pasa con escribir. Y pasa.con cantar. Y pasa con componer. Con todo. En el blog, es todo distinto, es como hablar al espejo, vengo y mira, me voy más tranquilo. Me miro en un par de párrafos y digo, pues si. Era eso. Era esto a lo que venia. Era lo que me andaba buscando. Supongo que últimamente escribiré de más seguido. O eso espero. A ver cómo se va dando el asunto.