Es importante tener claro lo que se puede cambiar y lo que no. Se puede cambiar todo, ojo. Y nada ni nadie cambia nunca, atiende. Los dos son tan verdad como mentira. Nada tiene naturaleza inmutable y solo el tiempo puede hacer que las cosas se vean de otro modo, o es el tiempo el que ve lo que ahora se nos escapa y nos lo enseña. Al final lo importante es el tiempo. Solo el tiempo nos pertenece. Tenemos que saber en qué emplearlo. Que haya una llamada, una bombilla que se enciende cuando el tiempo se está malgastando. Ojo con lo de gastar, todo se gasta... Pero no en el modo que creemos. No se pierde el tiempo cuando se piensa por ejemplo. O cuando se toca la guitarra y se practica, que parece que sí pero no. Es un tiempo que avanza gateando. El tiempo dedicado a lo que no se sabe. Lo que hemos aprendido es lo único que nos pertenece. Mientras el tiempo quiera, claro. Y nos embolie el cerebro y nos cortocirtuitee por dentro los recuerdos. El tiempo siempre gana. Y no sabemos cómo administrarlo, es decir, hay estadísticas... Promedio de vida y tal. Pero tiene poco que ver con las medias aritméticas. El tiempo bien empleado lo solemos medir en los picos. En la desconocida que nos deja oler su edredón. En la fiesta que no acaba y nos dormimos ya de día por puro agotamiento. En los amores que flotan fuera del tiempo. El amor vence al tiempo. Es lo único. No en vano, son archienemigos.
En todo caso, es importante tener claro lo que se puede cambiar y lo que no. No se cambia de familia dicen pero los adoptados tendrán su propio lema. Todo está cambiando a cada momento, a peor, no quepa duda. No es casualidad. Es el tiempo de nuevo el que lo pone a malas. Pensamos que no, en la estabilidad que es un eufemismo que se escucha con frecuencia en las noticias. Una necesidad de la democracia: estabilidad. Lo estable es un cambio medible, es lo único, pero va variando, todo el tiempo porque gira el mundo, gira el sol, gira la tierra, gira la luna y giramos con los astros, es una estabilidad cósmica que hemos llegado a medir mejor que a entender. Se pueden controlar patrones que ni siquiera están del todo explicados. Y no se puede cambiar, no el universo. No el giro. No se pueden parar las galaxias para tomar un respiro. No se puede. Sin embargo, lo hacemos tan a menudo. Con el amor o con su hermano mellizo, el desamor. Que para el cosmos. Que hace muertos en vida. Que anula cabezas. Que vuelve erráticos los pensamientos y te hunde en el lodo. Es amigo del tiempo el desamor. Se llevan bien. Se juntan de higos a brevas pero cuando se ven sigue todo como el último día. Si no coinciden, no cambia nada. Pasa a menudo. Los que se empeñan en cambiar lo que depende de ellos, el giro del universo. Cambiar lo que no es posible. Gente que no cambia nunca. Gente que comete errores y no da marchas atras. Gente que toma otra decisión o que nunca se atreve. Gente que se equivoca con la misma puntualidad que la traslación terráquea. Con la misma banalidad aparente. El desamor no se nota. Gente que desaparece. Otros lugares. Otras suertes. Otras personas. Otros otros. El día a día. El tiempo. Hacen frente común en la guerra del cambio.
Es importante tener claro lo que se puede cambiar y lo que no. En general. Claro en general. Las oscuridades puntuales son menos importantes de lo que creemos. Basta con un poco de buena voluntad. La voluntad es buen socio del amor. Y con todo, se lleva regular con el tiempo. Aunque no suelen entrar en batallas. No hay recetas secretas ni consejos mágicos. Hay que tenerlo claro. Lo que decía de cambiar o no cambiar. El cambio ya es. Ya eres cambio. Que es la palabra mágica que los aspirantes venden en campaña. Vota cambio. Somos cambio. Viene el cambio. Queremos cambio. Como si no lo estuvieran siendo siempre. Hay cosas que se pueden cambiar y cosas que no. Como nosotros somos cambio. Hay cosas que podemos ser y cosas que no. Y ojo, poco tendrán que ver con la noción de nosotros mismos. No es eso, tema de autoestima. O del reflejo que devuelve el espejo. Todo está cambiando todo el tiempo, tenemos que asumir eso. El giro del universo. Hay un patrón de cambio. En función del nivel de análisis veremos que el patrón no encaja del todo, es lo que tiene cambiar pero más o menos es predecible, digamos, hasta el punto en el que la brújula se imanta. Entonces son las estrellas las que señalan el norte. ¿Ves? El giro del universo. No se puede cambiar. Y tampoco las estrellas fugaces y los deseos. Hay que recordar los deseos. Hay que desear con memoria. La magia es nuestra cabeza y la relativa fluidez de los neurotransmisores. Física. Chapa. Y un poco de química. Lo que comes. Eso se cambia, tarde o temprano. El tiempo te pone a dieta. Si no ahora, ya llegará la sopa de hospital. Nadie se libra de la sopa de hospital. Puedes no comerla. or elección propia. Quedarte solo con el segundo. Pero lo peor será que nos apetecerá. Algo calentico. Un caldo. Caldo de cambio. Una cosa es cambiar de opinión y otra, bien distinta, cambiar los criterios o el modo en el que se opina. No está el agua igual de fría en un bote que en la cubierta de un yate. No está igual de lejos el universo según nos funcione la brújula. No se puede cambiar el norte. Se puede perder. Se puede encontrar. Se puede convertir. Cuando un país se separa, por ejemplo. Nuevos nortes. Cuando una pareja se separa. Nuevos países. Es importante tener claro el agente de cambio. Lo que quiere o siente la ciudadanía. La ciudadanía que habita en tu pareja. El amor es un conjunto de muchas pequeñas fuerzas no especialmente fáciles de ver o analizar, dicho de otro modo, es o tiene un alto componente azaroso y precognitivo. Vemos con el cerebro. Sobre esto prometí una entrada en el blog este verano y ya es invierno. Vemos con el cerebro. Me pregunto si amamos con el cerebro. Pienso que sí. Pero no como se suele decir o distinguir entre cerebro y corazón. Creo que sería más preciso diferenciar entre cerebro y cerebelo. El corazón está en todo. Es como el tiempo. El corazón es lo único que nos pertenece. Junto al tiempo y lo que aprendemos, es lo único nuestro. Que nos pertenece. Que nos lo llevamos en el sarcófago. Lo aprendido es el cerebro. El tiempo es el corazón. Lo que late es lo que tenemos para amar. Incluida el periodo sopa de hospital. Si juntamos todas las piezas, queramos con el cerebro y pongamos el corazón en el tiempo que tenemos para emplear lo aprendido. La guerra entonces es solo una: aprender.
Es importante saber a ciencia cierta lo que podemos cambiar y lo que no. Claro que pocas ciencias son ciertas o lo eran hasta que se producen determinados descubrimientos que lo cambian todo. Eso pasa igual en las parejas. De lo que hablábamos de la estabilidad y la naturaleza inmutable, es parecido lo que genera el corpus teórico de cualquier materia, la certeza. Es difícil cambiar certezas. Por más que sean errores científicamente comprobables. Es imortante tener clara la referencia, lo que se toma por rreferencia. Os lo conté aquí; bajando con el coche marcha atrás por la cuesta en curva donde vivía mi ex guitarrista para descargar bártulos. ¿Lo conté o no? La pared no tenía noventa grados, estaba inclinada. Setenta y tantos grados. El coche se me iba acercando a la cal mientras en el retrovisor todo iba aparentemente bien. Y estuve a punto de arañar todo el lateral. Pues eso. Así es todo. Las paredes no son rectas. Descubrimiento. Paredes no rectas. ¿Quién iba a decirlo? Una tapia antigua inclinada como la Torre de Pisa. Nada es del todo recto. La recta es una construcción mental. Vengo un poco a decir esto. Las rectas nunca existen. Descubrimiento. La recta como concepción imaginaria que nos ayuda acotar el mundo, pues no, no existe. En nuestra cabeza hay rectas pero ninguna lo es del todo. Y es importante a la hora de tomar referencias. No es lo mío la matemática porque en general no me gustan, ni me han gustado nunca los problemas. Analizar y diseccionar los elementos de una frase me parece mucho más exacto. Descubrimientos. Las palabras son permanentes descubrimientos. Cuando creemos haber leído bastante, llega alguien con un tono que nos vuelve a dejar lelos. Ojo a las referencias. También al leer. Lo que te crees, de quien te lo crees... Lo que crees es el primer estrato de cambio en lo que se puede cambiar y lo que no. Ciencia cierta. Es importante. No creer. En general no creer demasiado. Los descreídos llevan mucho hecho. Lo malo es que es imposible amar sin creer. Hay que desear con memoria. Y amar con fé. No hay otra ecuación posible. Si no es creyente y dice ser amante, es otra cosa: la mentira. La mentira es enemiga de todas las cosas, en especial, archienemiga del amor pero también del tiempo, que se unirían para luchar contra ella. La mentira no tiene aliados. Actúa sola. Es sibilina. Sabe hacerse querer, eso es lo peor. Que en el fondo la mentira no gustaría que fuera verdad y se le coge cariño. Aún a sabiendas y como sin querer. En el documental The Imposter se explica bien esto. Y es una historia real. Si no hubiera ocurrido, el guión seria del todo inverosimil. Un niño perdido en USA que supuestamente aparece en Linares. Sin tener el menor parecido físico, la familia acepta tácitamente que es quien creen que es. La mentira no tiene aliados pero a veces la fé se une a su bando. Os recomiendo el documental de Bart Layton, AQUÍ más información. Queremos creer. Queremos querer. Queremos encontrar. No queremos mentiras y sin embargo.... Mentirse a uno mismo es el peor escenario posible para una batalla. Es el Stalingrado del amor. Un asedio invisible a la fe. Un simulacro de lo que debería ser y no está siendo y creemos que es. Y queremos creer que es. Queremos cambiar lo que es. La mentira que es. Porque amamos con el cerebro. Con el corazon amamos, desamamos, luchamos, nos arreglamos y lo hacemos todo. Es el cerebro el que ama y no porque se piense sino porque las neuronas son las que sienten los abrazos y los bareman. Calculan su verdad. No está en las palabras. O no únicamente. Es un buen baremo. El treinta por ciento es el mensaje textual. Las palabras no llegan ni a ser un tercio de lo que realmente decimos. Sonreir es buena cosa siempre por eso mismo. Que el setenta por ciento vaya un poco amable, se diga lo que se diga. Es la forma en la que se dice. Hay cosas que se pueden cambiar y cosas que no, y dentro de unas y otras, hay un setenta por ciento que solo se cambia de forma involuntario, con espamos maxilofaciales, con sonrisas, con subidas o bajadas de cejas y brazos cruzados o palmas hacia arriba... La mentira no existe en la kinésica. No sé cómo de cierta o cómo de ciencia se la puede considerar, pero me la enseñaron en clase. No falla. Parpadea antes de acabar la frase, miente. La mentira tiene a su archienemiga a la kinésica. Y al tiempo, que es, como decíamos al principio, belicoso contra casi todo el resto de parámetros vitales. Un tiempo sea el que sea, pero el tiempo que nos pertenece suele dejar ko en el suelo a cualquier mentira tarde o temprano, es el giro del universo. Que tiene a la recta imaginaria de la que hablábamos. Que tiende al ideal. Que tiene esa naturaleza de cambio, pero a bien. Que quiere mejorar. Que quiere crecer. Que quiere amar. Que pide verdad. El tiempo mata las mentiras que no actúan como kamikazes. Y que se comen cualquier migaja de amor que pudiera quedar. En sus vuelos en picado. En sus ataques de sinceridad. En sus una colorada, que ciento amarilla. Ojo con los parámetros, también os lo digo. Revisar. Chequear. Autocrítica. Revisar otra vez. Crear formas de echar atrás la mirada. Un blog, por ejemplo. Y la practica, claro. Uno se equivoca cada vez mejor con el tiempo. El tiempo y el error son de irse de cañas. Y echar unas risas. Revisión siempre. Parámetros. Referencias. Revisar la fe. Chequear el amor. Aunque no debería ser necesario. Cuidar las palabras. Cuidar la kinésica. Yo mismo me acabo de columpiar hace un rato en lo que dije, porque si es migaja, no es amor. Revisar incluso lo que no decimos.
Hay que tener claro lo que se puede cambiar y lo que no. Y lo que no se puede tener claro y no se puede cambiar es mejor tatuarselo en la piel. En las muñecas por ejemplo. Para verlo cada vez que se nos vaya para atrás la manga.
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