Ante la duda existencial, siempre recurro al fregadero. Media hora de estropajo me sirve para aclarar las ideas. La cocina es un empantanado espacio de reflexion al que tengo que meter mano sin mas remedio los fines de semana. De diario voy dejando todo para luego. Limpiar en tu tiempo libre me resulta deprimente por otro lado. Pero no me queda otra. Poner lavadoras no es que me guste pero no me cuesta. El fregadero me atrapa. Si pudiera usar papel de estraza en lugar de platos... En fin. A veces las dilaciones son el monstruo. Es el caso. Eso creo. Hablo a menudo en el blog del fregadero. Tengo que atreverme a hacerle fotos. Lo resumiria. Mi lucha. La grasa perpetua. Es inexplicable. Tanto plato. Viviendo solo. Tanto cacharro. Lo odio. Fregar es odioso. Tendria que hacer un twitcam mientras la doy al estropajo. Estoy en contra del lavavajillas. Igual que con los microondas. No me gustan. No los uso. Insto a la poblacion a que no los utilice. Hace una semana se me inundo la cocina. Eso ai que fue una aventura. Tres dedos de agua. Una cosa muy seria. La cocina inundada. Mi pasada tarde de sabado. No es una queja. Cada uno se lo monta como se lo monta. No hay opcion si se inunda la cocina. Hablamos de tres dedos de agua. Bordeando los tobillos. Saque un cubo. Con la fregona. Antes, con toallas. Muy bruto. Una hora escurriendo la fregona. Una hora. Tres dedos. Un mal rato absoluto. Eso si, la cocina me quedo niquel. Reluciente. ¿Por que se inundo? Estaba regando. Se llenaba una garrafa. Me entretuve viendo los aloes vera. El grifo estaba abierto. En fin, el resto es historia.
Mi guerra con el fregadero que es más bien, en el fregadero porque es en sus dos ojos, donde se libra la contienda, sus dos desagües, sendos campos de batalla donde conviven bacterías de todo pelaje entre los restos de comida descomponiéndose. No, no separo vasos, platos y cubiertos. Que es súper consejo porque, por ejemplo, los vasos no se ponen aceitosos. Pero no hay orden. Ni parece que vaya a haberlo. Es un proceso constante de sedimentación y aplazamientos. Siempre mañana. Siempre más y más cacharros. A veces se ha llenado de agua y se va poniendo oscura. Se va secando. Huele mal. Es difícil de defender este abandono. Debe significar algo. Mi guerra con el fregadero es un constante armísticio para no mover un dedo. Siempre hay algo mejor que hacer. Siempre hay algo mejor que no hacer. No hacer pasa a ser un placer. Ahí es donde tengo yo mal ajustado el tornillo, porque prefiero parapetarlo en la porquería que meterle mano. Elijo inacción. Elijo abandono. Elijo dolor. Elijo descomposición lenta y coñazo. Y que soy un puto vago, ojo. Más vago que puto y que pierdo el punto a poco que empiezo, que me canso y lo dejo. Que así, pues poca visita femenina voy a tener y nula capacidad operativa a la hora de preparar, por ejemplo, cenas o almuerzos. Me limita. Y me pongo a escribir de ello en vez de coger el bote de lavavajillas y meter la cabeza en mi lucha, volver a la guerra, ir al frente, despedirme de todos... Poner el dedo en el gatillo y el ojo en el restillo, de queso gratinado que es bien cabrón y se agarra al plato, o el tomate reseco de macarrones de hace tres meses que ya se ha hecho fuerte en el borde de la olla o en el borde de una bandeja. Se complica la cosa. El tiempo pone las cosas en su sitio. Un sitio de mierda, eso sí.
Os seguiremos mandando cartas desde la guerra.
Besos.
No os olvido.
Os quiero.
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