Desde que tengo memoria, he querido escribir. Jugaba a escribir. De niño. Al poco de aprender. Las máquinas de escribir eran animales mitológicos. Algo mágico y ruidoso. Armas de expresión como aviones de combate. Violines de combate... Érase una vez... Canelita está roncando. Le da igual todo. Ojalá aprender de él. Es mi gato. Me habla a su manera. Sus ronquidos son poesia. Escribir a máquina. Como de hace un siglo. El repiqueteo. Era un juego. Guardo alguna de adorno. Tanques de palabras forjadas en hierro. Algo físico. Percusivo. Metralletas de letras en teclas. Un motor que hace ruido. Un ronquido que rima. Un gatito maravilloso. Un viaje de ideas. Un cuento. Un lugar al que ir. Una aventura. Un trayecto. Y un juego. Jugar a ordenar palabras, lo sigo haciendo. Juego a cocinar. Juego a fregar platos o pasar la fregona. Juego a no hacer cosas también. Lo contrario. Jugar a leer, menos pero también. Con cómics o tebeos. Una diversión diferente. Mejor que la televisión. Mucho mejor que el teléfono móvil. Es una forma de poder jugar sólo. Otro tipo de juguete. Las máquinas eran caso aparte. Echo de menos leer más. Como antes. Me aficioné a los libros de Elige tu propia aventura. Los publicaba la editorial Timun Más. Aún conservo media docena. Hace poco los encontré, vaciando un estante. Jugando a vaciar estanterías. Leo ahora pero no como un juego. Leo como si ordenase estanterias. No como antes. Pasando páginas como el que da patadas a un balón. Menos horas. Menos libros. Menos tiempo. Mucho menos. O es que pasa más rápido . Leo pero con ojo crítico. Buscando ideas o referencias. No es un pasatiempo. Me empeño y me siento culpable si no me engancho o los dejo a medias. Me obligo a releer. Echo de menos leer como un juego. Echo de menos la ilusión voladora. Los sueños en bandada. Los suelos con alfombra. El cuarto de juegos. Dibujar lo era también. Un juego en solitario. Muy parecido. Una forma de conciliar el sueño. Un buen hábito. Una buena costumbre . Con las ceras de colores se me calmaban los nervios. Rayando el cuaderno como si fueran puñaladas de color verde. O azul. Y amarillo. Y se vuelve verdoso. Recolocar colores. Desparramar en el papel. Como con un rastrillo. Como en cuadernos de arena. Sin reglas. Sin un plan. Esparcimiento. Una forma de aislarse a través de los trazos y colores. Un entretenimiento. Otro juego. Pintar lo fue siempre y sin embargo, nunca confíe en hacerlo en el futuro. O en dedicarme a ello de un modo más serio. He hecho las portadas de los discos. Tampoco es que esté muy orgulloso. Muchos carteles. Muchas veces porque no sé a quién encargarle. No es fácil. Pintar sí lo era. Volví a hacerlo en el confinamiento. Fue una manera de matar el tiempo. Nunca fui constante en la escritura y sólo en épocas muy concretas, me lancé a terminar algo con resultados desiguales. Apremiado por terminar. Con trazo gordo. Con metáforas brutas. Sin mucho pulso ni tono. Una mierda, vaya. Alguna frase buena se escapaba o alguna imagen con fuerza. Las trazas de poeta malo. De texto poco hecho que llora la gota de sangre al meterle el hierro. Un intento fallido. Llevo intentándolo desde siempre. Desde que recuerdo. A saltos . A golpes. Con poco foco. Sin perspectivas. A pulmón libre. Sin un plan o un mapa. A la buena de Dios. Jugando. Ahí si. Mantengo la actitud o lo intento. Por el mero placer de hacerlo. Como debería ser todo. Cuando escribía a diario y me pagaban por ello, estaba más ejercitado en lo de juntar palabras pero no es que lo hiciera mejor. Lo hacía más. A veces no es lo mismo. Otras, sí. La puntuación me daba menos quebraderos de cabeza. Era más robot con todo respeto a los androides. Más mecánico. Más automático . Y tanto ir por el camino marcado de la redacción para todos los públicos pues produce el efecto contrario. El síndrome campo a través. Camino de enmedio. Sigo pensando en marcar una ruta. Escribir sobre un hecho real. Una crónica. Algo que no desborde la fina línea de la imaginación. Hechos reales. Fue mi último intento. Lo tengo casi acabado y quería retomarlo en estos meses. Lo veo lejos. Le falta el remate. Una novelita muy tonta. Un cuento de hadas en una modesta primera persona. Un hada barbuda. Jugar a escribir. Si son hechos reales, no juegas a inventar pero sigue siendo divertido escoger el camino. La forma de decirlo. Lo más importante es la forma de no decir. Los silencios. Como en la música. Canciones tengo pendientes unas pocas. El último disco se está haciendo bola. Un álbum grabado a distancia y en varios tramos termina por ser un camino de piedras. Hemos ido disimulando cagadas y maquillando tomas. Justo lo que no hay que hacer. Y no suena. Por ahora. Jugar a grabar está bien también. Se ha convertido en lo contrario de un juego pero aún no nos hemos dado por rendidos. Aún no. Hoy, no. Mañana ya veremos. Todos los días son sospechosamente parecidos. Un bicho de varias cabezas. A veces me relajo. Muy poco. Todo es poco. Una sensación antigua. El aburrimiento mueve el mundo. Mi mundo lleva quieto meses. Llámalo mundo, llámame mucho. No es tan grave. Va a mejorar. Empeorar es difícil. Nunca sabes lo que va a pasar. Un margen para lo imprevisto. Un change unexpected. Un chance a lo desconocido. Pasa poco pero nunca sabes cuánto de poco. Ni cuándo el cuanto de poco. No debe faltar mucho. Por una vez no saldrá igual de mal. Quizá peor pero empeorar es difícil. Nadie dijo que fuera fácil. Nadie dijo nada. Nadie tiene por qué hacerlo. A mi los veranos me dan una pereza extrema. Es cíclico. Es crónico. Va a peor incluso. Los mosquitos no ayudan. Estoy sembrado de picaduras. Un jardín de heridas. No me faltan ganas de quejarme por todo. Le gusto a los bichos. Lo asumo. Soy su postre. Me rasco hasta hacerme sangre. Siempre he querido meter eso en una canción. Lo de hacerse herida. Nunca he encontrado el modo. Toco poco. A veces las canciones se caen de los bolsillos y otras, se seca la fuente de inventiva como un pantano sin lluvia. Un repertorio de agua estancada. Viene la sequía. Se la teme. Nos estamos secando. Seremos un desierto. O dos. O algo peor. Un desierto detrás de otro. Un desierto que no para. Que no termina. Que es peor cada verano y no hay premio. Un premio desierto. Lo contrario de un juego. Nada divertido. Estoy incómodo en esta posición. Voy a intentar dormir un poco.
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