Ayer estuvimos grabando baterías. Para las canciones nuevas de Enrique Octavo. Me encargo de poner los micros y los cascos y todo. Hicimos cuatro. Tenemos diez o doce más o menos preparadas. Hoy me levanto con el cerebro seco. Antes de volver a escuchar lo de ayer, he pensado en escribir esto. Creo que va a quedar bonito. Lo nuevo. Sea lo que sea. Y sobre todo, cuando sea.
Ayer me puse con las maderas. Quité un montón gordo. Les saco los clavos y las pongo en fila. Son para forrar el sótano. Aún tengo dos o tres montones. Mi bisabuelo era carpintero. Tengo muebles que hizo el en casa. Cuando pillo el martillo, noto un júbilo en mis genes. Se me da bien y no lo había hecho en mi vida. Voy lento, eso sí. Creo que va a quedar bonito.
Bonito tengo el fregadero. La cocina, en general. Anteayer puse dos lavadoras. Llevar para delante las cosas del hogar es lo que más me cuesta. Para el ensayo semanal, suelo pegar cuatro fregonazos antes de que vengan y más o menos lo llevo bien. Más o menos. La ropa no me sale limpia. No sé por qué. Me gustaría quejarme como las amas de casa en los anuncios: la ropa no me sale limpia. Pero bueno luego tiendo y suele caer una tormenta, el otro día volvió a pasar y las manchas pasan a ser menos molestas que la lluvia. Puse el tendedero bajo techo porque si pongo lavadora, llueve. No hay fallo. Luego me pongo cualquier trapo y me queda bonico. No es por presumir pero hasta el olor a lluvia lo neutraliza con mi fina estampa, nena. La que es guapa, aunque le llueva. Pues eso. La que es bonica, lo mismo. Perdura lo bonito más que la belleza, tomen buena nota. La bonicura es el fin último
Tenía en mente comentar algo más interesante que estás menudencias domésticas pero no me viene a la cabeza. Estoy descalzo. De repente, entra un frío afilado invernal que corta. Salgo fuera descalzo y me clavo las piedras. Voy a bajar al sótano. Seguiré con maderas. Y pico pala sacando arena. Tengo herramientas de hace un siglo. Mazo, martillo, pala. Tengo dos palas. Dos rastrillos. Son de hierro. No se si de mi abuelo o de mi padre. Una azada que compré en el bazar chino por 17 euros y que se está desintegrando lentamente. Una escardilla antigua que aguanta y es de hierro también. Son mis armas. Con eso voy haciendo. Fantaseo con un mínimo de maquinaria. Es mi coartada para ir tan lento. Hago lo que puedo, chiquis. Creo que va a quedar bonito.
A todo le busco la vuelta karmica pero a veces es solo que tienes que quitar el polvo. No hay metáfora o no es muy buena. Veo el dar cera, pulir cera y pienso, esto de sacar los clavos debe significar algo. Y me tiene que enseñar algo. Tiene más detrás. Una enseñanza. Lo único que he aprendido es a ir con cuidado para no clavarme una puntilla oxidada. Hay mil. Un colega me decía, dale martillazo y aplastas el clavo. Si alguno se resiste a salir, hago eso. Como último recurso. Y no se si es por perfeccionista o por tonto, o es mania. O solo que es una cagada que esté todo lleno de clavos oxidados. O que no hay una opción mejor que otra. Que lo que importa es lo que uno cree y lo que le hace sentir bien. O mal. En mi caso, los clavos oxidados me joden la vida y si los aplasto, siguen ahí. Y me jode. Es una tontería, pues puede ser pero es lo que hay y no se si era esto de lo que quería escribir. Grabar batería me deja tonto. Más de lo habitual. Nunca he querido ser técnico de sonido. Es una movida súper ingrata pero me ha tocado. Eso y la carpintería.
La bonicura es el fin último. Da igual por donde llegues y da igual cuando. La bonicura que cura. Hala, sigo con mi odisea. Pasadlo bien, zangolotinos.
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