Tengo cosas pendientes y cosas que hacer, así que ... Pierdo el tiempo aquí. Venga. A escribir. Tengo tarea... Pues nada. A enumerar despropósitos. Vamos a ver qué pasa. Pierdo las ganas a poco que empiezo. Poca chicha. Escribir me encanta, es cierto. Se me pasan las horas. Es como lo otro. Que a veces se hace de noche o se hacía y seguíamos en la siesta. Se va como arena. Como arenas movedizas, a veces. Te atrapa. Es como eso, un lapsus. Una cabezada, que decía mi abuela cuando el ronquido aparecía delator. Se puede perder el tiempo de muchas maneras. Dormir. Escribir. Y trato de eso.... Como si hablara en sueños pero escribiendo. Por darle salida a lo obstruido de la psique. Y pensar. A veces me gusta solo pensar. Miro las plantas y pienso. Solo pienso. Las veo crecer. Crecen lento y pienso lento. No sé en qué. Se me van los días. Se me van las horas. Qué hice. No hice nada. Solo pensar lento en nada. O no recordarlo. Mirar cómo crece la hierba. Fijarme en las briznas. Distinguir cambios en el tallo y hojas nuevas. Hay multitud de detalles en los que reparar o no tanto, pero a mí me vale con algo que me abstraiga, de cualquier tema, de cualquier suceso, pienso en ello y me evado, y le doy vueltas, y es como perderse en el monte, pero sin tener que saltar barrancos y solo con la imaginación, que es lo que me pasa, que me encuentro con mucho páramo en el que perder la tarde. Hay mucho por no hacer... Siempre pasa. Le pasa a todo el mundo. Eso espero. El otro día eché el cálculo de los libros sin leer. He centralizado la biblioteca en el salón. Todos los libros. Los de mi padre, los míos. Los de la casa. Las novelas del oeste. Las enciclopedias. Los libros infantiles. Todo. Cinco estanterias. Seis baldas cada una. Calculo que no llegan a dos mil pero superan holgadamente los mil quinientos. Es mucho. Me he leído unos cuantos pero que sean cientos, un par. O más. No lo sé. Pero hay mucho que leer. Es complicado decidir por dónde empezar. Tengo mis favoritos. Por el lomo. Por las letras. Por el título que impacta o el diseño. Hay lomos que llevo viendo toda mi vida. Que siempre me observaron callados. Es curioso eso. El título que he leído mil veces y me ha mirado mudo mil veces. No sé cómo estaban ordenados. Yo no conservé el orden. Más o menos intento poner un poco de organización pero es que hace nada que lo conseguí, llevar todos los libros al mismo punto. Y con la mudanza y tal. Lo de ordenar pues aún no. Pero llegará.
Me hizo sentir gran alivio cuando pensé en atacar las estanterias de forma líneal. Uno a uno. Parece una tonteria. Quizá lo sea. Pero me alivió. Es cierto. Las tonterias alivian. Por eso me entretengo tanto con esto. Era un plan. Parecía un buen plan. Empezar por el primero de la primera estanteria del primer mueble. Y probar. Da igual el que sea. Mantener ese orden y mantener la atención lo que se mantenga. Si me aburre y me parece una pesadez pues no obligarme a pasar del primer capítulo pero desecharlo con fundamento, con conocimiento de causa, sabiendo de lo que va la cosa. Para ubicarlo mejor. Se pueden ordenar por año, por autor, por editorial, por estado. Por tema. Por.... Por cojones es por lo que los acabaré ordenando. Hay un orden natural que más o menos se ha mantenido. Los de gramática están en una esquina, cerca de enciclopedias y diccionarios, y los del boom latinoamericano pues van juntos, en comandilla. Asi con todo. Los clásicos. Los de poesía. Los de teatro. Es una colección chula. Luego están las novelas de Círculo de Lectores y las colecciones. Hay varias. La de Radio television española que era amarilla y aún ha amarilleado más con el tiempo. Y tengo de Orbis. Y una de Salvat. Coleccionables. Los grandes autores de todos los tiempos y esa mierda. Tengo otra esquina en la estanteria que es amarilla pero es amarillo Anagrama. Estoy orgulloso. Esos son míos. Patricia Hihgsmith. Paul Auster. Nick Horby. Irvine Welsch. Algo de Amelie Nothomb, creo. Escribo de memoria los nombres de los que me acuerdo, tendré una docena de Anagramas amarillos. De colección de bolsillo hay otro tanto. Martin Amis. Bukowski. Siempre pensé que la parte americana o inglesa de la colección de mis padres dejaba mucho que desear. Hay cosas. Pocas. Hay pero nada atractivo de los sesenta o setenta. Supongo que tiene mucho que ver con que estudiasen literatura. Mis padres. Hay mucha poesía. Toda la generación del 98 y toda la generación del 27. Muchas antologías.
¿Por qué cuento todo esto? No tengo la menor idea. Es como un logro desbloqueado en mi vida. Hay libros infantiles que me acompañaron siempre. Desde Momo a El pequeño Nicolás. Están los Tintín y los Astérix. Y cómics. Está todo junto. Y me gusta eso. Nunca pensé que me fuera a gustar. Me hace sentir orgulloso y mira que es una estupidez. Pero sí. Es la colección de libros de mi padre, en gran parte porque la compartía con mi madre, pero está claro que el afán de coleccionista venía de su lado. Y por eso es un orgullo también. Pienso que le gustaría si pudiera verla. Quizá no el criterio de orden. O puede que tuviera el suyo propio y no fuera partidario de juntar lo infantil y juvenil con lo de estudio o las novelas de tapa dura. Impresiona. Al verlo, impresiona. Pero le ha dado un toque acogedor al salón. Fue una movida mover todas las tablas. Armarlas. Etc. Fue la ostia. Y una vez acabado, fue una mezcla rara. Algo sentimental. Y un alivio pero también, de pronto, una responsabilidad. Una necesidad de ponerse manos a la obra, o manos a los libros. Empezar. Por una esquina. Por una estanteria. Por donde sea. Seguir un orden. Empezar por los infantiles. Tiene sentido o podría tenerlo. Y conseguirlo. Sería la ostia. Porque siempre pensé que sería imposible. Era como una losa. Pensar en que nunca podría pilotar. No dijo leer todo. Ni mucho menos. Pilotar de lo que hay. O más o menos. Tener una visión general y amplia. Saber de qué va la movida. De qué va la cosa. Tener un punto. Tener una orientación de lo que hay en cada balda. Era un horizonte imposible. Era una movida. Era jodido y siempre pensé que imposible. Ahora me veo capaz. Está a mi alcance. Es humanamente posible y va a ser un proceso guay. Tengo dos lupas. Por más que pierda la vista, tengo entretenimiento hasta el último día. Muchas antologías. Y mucho de todo: bien.
Es bueno. Estoy contento. Hemos hecho buen trabajo con los estantes. Está bien. Me lo repito mucho para que no decaiga. Con nada me vuelvo a hundir. Es sorprendente. Como asfixia el día a día... Es la ostia. Es una mierda. Vuelvo a esa sensación del sin hacer. Qué dañina es la hija de puta y cuánto nos quita. No lo parece porque lo que nos roba o nos sisa es de lo no hecho. Lo que no llega a materializar pero que no es que no exista. Es bueno pensar en eso. Para olvidarlo. Para liberarse. Para quitarse el peso. De lo que se ha hecho. O no se pudo. O no se recordó. Que está ahí y genera una presión invisible. Por el motivo que sea. No afrontar la biblioteca familiar es como aceptar que vas para atrás y que eres más tonto o peor lector, que viene a ser lo mismo, que tus progenitores. Y esto. Que parece una tontada y puede que lo sea. Pues me tenía hecho una mierda. Mira tú. Qué cosas. Son penares íntimos. Que están ahí enterrados. Eternamente aplazados. Que no son precisos o no requieren urgencia de forma aparente pero queman por dentro y no se apagan fácilmente. Es cierto. Para cada uno será de una manera. Y puede que no te guste especialmente leer pero eso no te libra de tener que afrontar tu propia historia. Tus propios libros por leer. Sea lo que sea, en tu caso. Es dificil dar con ellos. Los libros sin leer nos acompañan siempre. Como todo lo no hecho. Hay cosas que se hacen y se olvida. Se pasa la página y fin. Solo eso. El miedo dura porque espera en el estante. Porque está agazapado entre otros miedos, y nos controla con la mirada. Y nos ve por dentro. El miedo a lo que nunca haremos. Como si nos comiese. Como si fuera algo más grande. Que no tiene final. Que es así. Que fuimos tontos de no verlo. De no dar crédito a lo que vimos y no creer. No creer del todo. No creer en el amor. No creer en una canción. No creer en unas palabras. O en un poema. O en un lema. En una máxima. Y regir todas las decisiones conforme a eso. Tomar decisiones pero sobre todo que ellas nos tomen a nosotros. A veces me siento así. Tomado por lo que me rodea. A veces es angustia y otras, gozo. Por estar en el sitio correcto. Por saberlo. Por hacer lo correcto. Por no corregirme en mis defectos. Por disfrutar hasta el final. Por leer hasta el final. Por seguir comprando libros. Por seguir en mis mierdas. Por seguir y ya está.
Los libros se saben no leídos. Se saben familiares o distantes. Las cosas viven con la conciencia que les damos. Todas las cosas. Los objetos que nos rodean. Se saben queridos o actuan con cierto resquemor, como los parientes lejanos. Se saben amados o ninguneados. Actuan en consecuencia. Tienen su corazoncito de pulpa. Tienen su orgullo que les viene desde la imprenta. Esto nos vale para todos los objetos inanimados. Los libros son para mí pero cada vida tiene sus objetos a cuestas. Sea lo que sea. Es una teoría seria. Ojo con esto. Es verdad. Los espacios captan ondas y rollos, no sé decirlo técnicamente pero están ahí, inanimadamente pero ahí. La vibra, llámalo así. La suerte, o la providencia. O yo qué sé. Y todo eso junto. Su presencia inerte se impregna del panorama quieras o no quieras. Es así y según sea el ambiente, pues así reaccionan los muebles o la estanteria, o lo que sea. Vale para libros o para la colección de sellos del abuelo. O lo que sea. Lo que llevamos a la espalda. Es la tradición. Lo que llevan de vuelta cuando limpian el piso de la abuela. Lo que no acabó en la basura porque fue importante alguna vez. A mí me parece el todo poético esto último. Soy muy sincero. No es como Toy Story que están vivos cuando no hay humanos, es que las emociones de los humanos perduran en ellos aunque los humanos no estén. En los objetos, sea lo que sea. Los libros. Las películas. Las corbatas. Las cartas. Las fotos. Los albumes. Las enciclopedias. Lo que vestía las estanterias. La figura de porcelana. Las estampas de santos. Las vírgenes. De un modo u otro. Recogen cada uno su parte de fé. Aunque sea una cartilla escolar que siempre se guardó o el recordatorio de la primera comunión de una prima. Se guarda por algo.Ocupa espacio en la emoción y en el tiempo. Y tiene un sitio. A ver. No está super elaborada mi teoría pero me vale. Y me parece de lo más lógico. Lo ves en los sitios de segunda mano. Se huele el amor caducado. Que pasó. Que fue importante para alguien algún día y que se deshicieron de todo al por mayor. Es un decir. A ver. Cada uno tiene una historia. Vale. No es para todos igual pero nos duelen y nos alegran las mismas cosas o muy parecidas. Más o menos sentimos por los mismos sitios, no igual pero si por el mismo camino que viene y va, que trae y lleva esa emoción, ese recuerdo, esa melancolía... Y nos vale. Los libros sin leer. Las películas sin ver. Las maletas sin abrir. Y para lo que decíamos que es a lo que iba, es todo lo mismo. Siempre hay cosas por no hacer.... Siempre. Los libros se saben no leídos en la medida que tiene conciencia un ser inerte. Que es parecida a la de muchos seres vivos que tienen una ética o moral bastante inerte, y conviven con esas decisiones de su cerebro y sus consecuencias. Pasa. Pasa mucho. De todo hay, por resumir. Y de lo malo, más. O se ve más. En general. Lo de feo, o malo, es también en general. Lo malo abulta. Es así. Pero bueno, no nos vale para todo la teoría, claro, pero se entiende. Es a vuelapluma pero que se entienda. Un poco aunque sea. Un aire. Es un ladrillo. Ok. Pero que tampoco sea una ladrillo ininteligible. Joder. A lo que iba. Ya ni sé... Que inerte puedes ser y tener sentimientos que no sean tuyos pero te los hayan puesto ahí. El sentimiento heredado que es a lo que vamos. El sentimiento pre nacimiento. Ejemplo: el reloj del padre de Bruce Willis en Pulp Fiction, Se entiende, ¿no? Ya me he cansado de ejemplos. Seguro que lo pillaste hace media hora. Tengo que hacerme una foto con los libros para que veáis que no exagero en nada pero eso será otro día.
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