Quitarse de la música como el que se cura de una enfermedad. Como el que sufre la varicela y no volverá a pasarla. Como el que se quita de fumar. O de la bebida. O de las malas mujeres. El que deja atrás una etapa, eso en particular me parece lo más triste. Lo de las etapas. Se vive con tanta emoción, te ocupa tantas horas en la mente pensando en lo que va a pasar o asimilando lo que finalmente ocurre. Ese proceso entre la ilusión o la desilusión se convierte en el acicate o en el epitafio. No es fácil ni le pasa a todo el mundo igual pero te quitas como el que se quita del tabaco y le molesta el humo, no vuelves a sintonizar Radio 3 y ya está. No escuchas nuevos grupos. No vas a conciertos. Sales menos y la música, la pasión por la música, se aplaca de una forma muy natural.
Quitarse de la música pero me vale igual para los libros, los cómics o las películas. Dejar de ver cine francés para siempre. Desistir. No leer más tebeos o simplemente, comprarlos. Sé de lo que hablo porque en mi pubertad abandoné de forma totalmente consciente a los superhéroes y no me enganché al manga. Se acabaron los cómics y fue consciente. Pensé que ya era suficiente. Que no me lo podía permitir. Porque era caro. Que ya no iba a seguir buscando. Algo parecido a lo de comprar discos, que era siempre un proceso de búsqueda, de seleccionar ofertas y apostar por un nombre inspirador, o una portada sugerente. Antes se compraba a ciegas, apenas si se había escuchado. Se experimentaba. Se buscaba algo más. Los tiempos han cambiado. Eso es un hecho.
Quitarse de la música es como dar el paso de madurez. Eso me molesta. El rollo adolescente. Dejar de intentarlo. Como si lo que importasen fueran los intentos. La meta, sea la que sea. Y llegar a no sé donde. El camino. El viaje. Las pruebas. La emoción. No más intentos. porque ¿hasta cuando lo vas a seguir intentando? Eso me serviría para una letra. Para un estribillo. ¿Hasta cuándo? Recuerdo las palabras de un ex guitarrista que se preguntaba, hasta cuándo. Seguir. Intentar. Probar suerte. Esperar el gran golpe de suerte. Lo que en el gremio de la música llaman técnicamente el pelotazo. Los festivales. Los grandes aforos. El maná del cielo. La tercera venida. Por fin, a lo grande. Por fin, para todo el mundo. El éxito o lo que a los otros les parece exitoso. Probar y seguir la zanahoria. Avanzar, hacia delante siempre. Poco tramo recorrido. Pero no pararse. No desilusionarse. La zanahoria y si no, pues otra. Que no falten zanahorias. Ilusión por otro pelotazo. Por otro gran golpe. Como los atracadores que nunca se jubilan a la espera del gran botín. Y es por el mismo motivo. No es el dinero, claro. Lo que se roba es adrenalina. Lo que te llevas es esa emoción. Haberlo intentado. Algo mucho más grande. Y que no te pillen. Esperar ese gran golpe eternamente es otra forma de quitarse. Quitarse del crimen. Que no llegue nunca el gran desfalco. Que todo depende de eso, es otro modo de dejarlo, más lento pero inapelable. Uno no está nunca del todo a salvo de la desidia. Es un peligroso enemigo porque espera agazapado su oportunidad y aparece cuando menos lo esperas. Quitarse de la desidia sí que es complicado.
Quitarse de la noche. Quitarse de enmedio de los bares es también algo habitual cuando encuentras pareja estable. Quitarse de los viernes. Admiro a todas las personas que con pareja en activo mantienen el mismo ritmo de salidas de viernes. Son los mejores. Lo habitual es no pisar la calle en cuanto se comparte cama, lo que me lleva a otro axioma que siempre he defendido, se sale para perpetuar la especie y para reirse con los amigos, pero más por lo primero. Los datos salvo honrosísimas excepciones lo confirman. Se sale para amar. Cuando el amor está en casa, se sale poco. Las parejas que salen juntas me parecen más tristonas, mira tú. Aunque es también admirable. Mantener el ritmo. NO quitarse de la calle. No quitarse de los amigos. Que es otro detalle feo y difícilmente defendible pero los amigos están para cuando hacen falta o cuando más uso se les da. Si no se le da una función pues poco a poco se apagan. Como se me apagaron los superhéroes. Se puede y se debe mantener un sitio, o un bar o una peña, o un día a la semana en el que se juega al fútbol para que se estrechen lazos por lo cotidiano. Porque nos quitamos del día a día, vernos nos seguimos viendo de hihos a brevas. En estas edades, de hijos a brevas.
Quitarse de muchas cosas por obligación, por la paternidad por ejemplo, Cambiar pañales te cambia más a ti que a nadie, o eso dicen porque yo hasta ahora no puedo hablar por experiencia propia. Es lógico pensar que con crias a tu cargo, se reduce el margen de libertades de forma drástica pero también es verdad, que traen panes bajo el brazo. Quitarse de la noche está bien claro que es obligado si tienes que mecer cunas, y pasas de ser de codo en barra a ojo en vela pendiente de si hay lágrimas. A mí me cuesta entender a mi gato cuando trasnocha y le da el nervio. No quiero imaginarme lo que debe ser lo de educar humanos, la odisea. Me llama la atención, no lo niego. Pero tendrá magia limitada, como todo. Y de eso sí que no te quitas tan fácilmente. También lo hay. Eso sí que debe ser triste. De lo más que me imagino, Quitarte o que te quiten.
Quitarse de la tristeza es una posición vital.
Quitarse de la pereza... Quitarse de la grandilocuencia. Quitarse de los quitamientos, de la energía limitada, del receso, de la parada técnica, ser libre de desánimo o estarlo, porque dura poco y hay que aprovecharlo. Como el amor o el enamoramiento. Como los buenos ratos o las noches divertidas. Como los viajes que no se olvidan o los rodeos que se disfrutan. Quitarse del autocompadecimiento. Eso es muy importante. Dejarlo para siempre. Quitarse de la melancolía y ser siempre un rehabilitado, un peligro, un gran factor de riesgo. No es fácil quitarse de la tristeza, no. Pero es lo más importante. Volveré a ello. No lo tengo nada claro. Casi nada. Quitarse de la certeza.
Le daré´una vuelta.
Cualquier día de estos.
Volveré a lo de quitarse de casi todo....
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