Prepararte para que no pase nada. Peor que ocurra algo malo, moderadamente malo, no trágico pero sí inoportuno y tedioso, es que no pase nada, absolutamente nada.
Las cosas pasan por algo, dicen y debe haber otro algo que justifique que no pasen. Las cosas no pasan por algo. Ese algo es complicado tenerlo en cuenta.
Prepararse para la soledad.
Prepararse para el desamor.
Una zona de frenado de emergencia para los malos momentos que vendrán.
Con esos pensamientos puede uno quizá atraer lo malo, puede pensar alguien pero es más como tener salida de emergencia, un plan de incendios.
Ya que sigo por ese camino, creo que estas líneas quieren mirar más en esa dirección, la evacuación de algo que no sé bien qué es. El algo por el que las cosas no pasan.
Preparar la rendición. Aprender a parlamentar. Y tener cierta habilidad al ceder. Ceder por tu bien. No ceder nunca y tener un mal inamovible. Mala idea.
A veces son paréntesis. A veces es solo una estación malherida. Una primavera en carne viva o un otoño sangrante que se va arrastrando sin morir del todo. El último disparo del invierno.
Es una suerte que aquí esten permitidas las frases sin verbo.
Qué perro soy. Por ahorrarme predicado. Rienda suelta a los sujetos. No sujetar los sujetos.
Puede que tenga que ver con eso: no sujetar los sujetos.
Aceptar que lo vas a hacer mal muchas veces y que lo primero o lo único con lo que se arregla, con lo que se hace bien, es asumiendo eso. Con el plan de evacuación bien trazado. Con salidas. Con escaleras. Con respiraderos. Abrir respiraderos. Como este blog que es un respiradero.
Prepararse y ya que te preparas, pues todo a la línea, para la muerte. La gran preparación.
Para eso vivimos, para eso aprendemos. Parar morir con sabiduria. Para saber hacerlo y saber seguir viviendo con ello. Es complicado. No me imagino cómo. Y está luego el azar. Las decisiones.
Son como piedras en un río, ese ejemplo lo aplico mucho y a mil cosas, porque no nos movemos de motu propio, porque somos seres inertes en lo que se refiere a las leyes que mueven el universo, sean las que sean, y es esa corriente, el agua, la que hace que avancemos en el cauce o que nos sepulte el fango. Algo así. Es una teoría que se basa en un fuerte componente de irresponsabilidad. Prepararse para ser sepultado por el cauce del río no es irresponsable. Es una metáfora, claro. La corriente. El cauce. Las piedras. El agua. Todo lo es. El frío. Sujetos. No sujetarlos. Libres. Así se chocan. Así se relacionan y se complica todo. La coctelera es nuestro ánimo, lo que lo termina de agitar. Es una comparación de mierda, de acuerdo, pero bueno, quiero sacarme de encima esta pereza o este hastio. Es complicado acostumbrarse al desanimo. A las contrariedades. Es dificil no esperar que la cosa mejore. No demasiado. Estamos lo bastante mal como para que un pequeño cambio a mejor nos parezca un oasis y un motivo de celebración. Que nos exigimos demasiado es verdad. La exigencia. El rio. Las piedras, a ver cúal es más dura. Abrir respiraderos en el río. Uno a veces tiene la sensación de haber escrito mil veces lo mismo. Mil veces recordado. Es solo que soy un pesado. Me repito como la morcilla. Como el ajo.
No te preparas el estomágo para una barbacoa por más polvos de farmacia que tomes. No se olvidan las resacas, no se van tan rápido conforme te haces viejo. Aprendemos porque nos pesan las rodillas. Tenemos que pensar más porque nos cuesta correr. Las barbacoas sientan peor. Contamos las mismas historias. Nos hacemos viejos de forma parecida. Se nos afea el cuerpo y se va aberenjenando pero los ojos se vuelven más bellos a fuerza de haber visto, solo por eso, por ver y ver y ver.... Esa forma de mirar es la del que ha visto mucho. Eso es lo que nos ayuda a prepararnos, Los parpadeos. Aprender a parpadear un par de veces antes de entonar, antes de sacar la primera silaba de la primera palabra. Parpadear lento. Que no se nos note la sorpresa ni las pupilas secas. Unos ojos viajados. Unos ojos amplios. Unos ojos lentos. Unos ojos que nos sean familiares al primer vistazos. Unos ojos grandes y abiertos. Unos ojos sin llaves.
Los feos tenemos que abrir más los ojos. Quizá nos vean más sinceros. Quizá así nos miran menos. Por intimidación. O puede que sea otra cosa. Esto son solo monigotes. No es un esbozo. No es un retrato. Ni es para nada. Lo que decía al principio. La nada. Para lo que hay que prepararse. Cualquiera diría que estas divagaciones servían para eso. Para alimentar al loco que se subirá a una caja en la plaza para lanzar plegarias, suplicas y maldiciones. Para el profeta, aseguraros que coma el profeta. No se os olvide su plato.
No te preparas para que se te escape el tren. No te escapas para ser una cifra más, un número. Una escueta verdad. Un puntito negro. Un punzón. Un trozo de hielo. Nos derretimos. Es un hecho. Va rápido para imaginarnos como un cubito pero estamos muy lejos de ser un polo. Es mucho más rápido. Es mucho más absurdo. Es una forma de mirar. La realidad pasa a la misma velocidad para todos. El mirar lento es lo que se aprende. El ojo sabio es el que sabe detenerse y pensar cada paso. Y el ojo vago igual. La vagueza como un mecanismo de defensa.
Prepararte para que, al final, no te quieran. Eso es también una papeleta.
Prepararte como te preparaban en el colegio para el examen final del amor, la gran pregunta: ¿Eres feliz, cariño?
Prepararte para el no.
No, cariño.
Perder del todo es perder el cariño y que no sea ni un recuerdo bonito. Ni un recuerdo. La memoria es una tierra con un sano barbecho. Una turba que no admite borrones. Y se olvida.
Prepararse para el olvido.
Es otra.
El tren no nos espera pero las metáforas trilladas mejor que se vayan. Las ninfas de repuesto mejor que no estén, Tengo los pies fríos como la eternidad. Tengo un cierto picor en el pecho. Espero no enfermar. Cuando enfermo escribo así. Lo mismo es un virus. En los dedos. Lo mismo es una enfermedad, pienso a veces. Puede que sea un desánimo patológico. En serio que lo pienso. Sería un descargo. Para los picos y los malos momentos. Los dedos de los pies se van a poner de punta como estalactitas. Es un invierno raro. Es un año raro. Uno debe entender sus bioritmos. A veces debe intuirlos. Los valles, los sombríos valles. Mirar al sol y prever las sombras. También las de uno. No esperar lluvia en el desierto, de eso hablo en el fondo, de saber qué esperar. No bailar a los dioses. Es eso. Un tema más de tener mapas que paciencia. De saber mirar las nubes y no imaginar formas. De escuchar el viento y no invocar espíritus. Esta morralla tenía un sentido claro, que es el de ubicarse porque eso no está nada claro. Nada. Y es el principio. Aquí hay que volver al principio, una y otra vez. Pienso que eso es lo que nos enseña a morirnos. Los principios.
Prepararse para el desierto.
Prepararse para el monzón.