lunes, 25 de abril de 2016

Quitarse de la música

Quitarse de la música como el que se cura de una enfermedad. Como el que sufre la varicela y no volverá a pasarla. Como el que se quita de fumar. O de la bebida. O de las malas mujeres. El que deja atrás una etapa, eso en particular me parece lo más triste. Lo de las etapas. Se vive con tanta emoción, te ocupa tantas horas en la mente pensando en lo que va a pasar o asimilando lo que finalmente ocurre. Ese proceso entre la ilusión o la desilusión se convierte en el acicate o en el epitafio. No es fácil ni le pasa a todo el mundo igual pero te quitas como el que se quita del tabaco y le molesta el humo, no vuelves a sintonizar Radio 3 y ya está. No escuchas nuevos grupos. No vas a conciertos. Sales menos y la música, la pasión por la música, se aplaca de una forma muy natural.

Quitarse de la música pero me vale igual para los libros, los cómics o las películas. Dejar de ver cine francés para siempre. Desistir. No leer más tebeos o simplemente, comprarlos. Sé de lo que hablo porque en mi pubertad abandoné de forma totalmente consciente a los superhéroes y no me enganché al manga. Se acabaron los cómics y fue consciente. Pensé que ya era suficiente. Que no me lo podía permitir. Porque era caro. Que ya no iba a seguir buscando. Algo parecido a lo de comprar discos, que era siempre un proceso de búsqueda, de seleccionar ofertas y apostar por un nombre inspirador, o una portada sugerente. Antes se compraba a ciegas, apenas si se había escuchado. Se experimentaba. Se buscaba algo más. Los tiempos han cambiado. Eso es un hecho.

Quitarse de la música es como dar el paso de madurez. Eso me molesta. El rollo adolescente. Dejar de intentarlo. Como si lo que importasen fueran los intentos. La meta, sea la que sea. Y llegar a no sé donde. El camino. El viaje. Las pruebas. La emoción. No más intentos. porque ¿hasta cuando lo vas a seguir intentando? Eso me serviría para una letra. Para un estribillo. ¿Hasta cuándo? Recuerdo las palabras de un ex guitarrista que se preguntaba, hasta cuándo. Seguir. Intentar. Probar suerte. Esperar el gran golpe de suerte. Lo que en el gremio de la música llaman técnicamente el pelotazo. Los festivales. Los grandes aforos. El maná del cielo. La tercera venida. Por fin, a lo grande. Por fin, para todo el mundo. El éxito o lo que a los otros les parece exitoso. Probar y seguir la zanahoria. Avanzar, hacia delante siempre. Poco tramo recorrido. Pero no pararse. No desilusionarse. La zanahoria y si no, pues otra. Que no falten zanahorias. Ilusión por otro pelotazo. Por otro gran golpe. Como los atracadores que nunca se jubilan a la espera del gran botín. Y es por el mismo motivo. No es el dinero, claro. Lo que se roba es adrenalina. Lo que te llevas es esa emoción. Haberlo intentado. Algo mucho más grande. Y que no te pillen. Esperar ese gran golpe eternamente es otra forma de quitarse. Quitarse del crimen. Que no llegue nunca el gran desfalco. Que todo depende de eso, es otro modo de dejarlo, más lento pero inapelable. Uno no está nunca del todo a salvo de la desidia. Es un peligroso enemigo porque espera agazapado su oportunidad y aparece cuando menos lo esperas. Quitarse de la desidia sí que es complicado.

Quitarse de la noche. Quitarse de enmedio de los bares es también algo habitual cuando encuentras pareja estable.  Quitarse de los viernes. Admiro a todas las personas que con pareja en activo mantienen el mismo ritmo de salidas de viernes. Son los mejores. Lo habitual es no pisar la calle en cuanto se comparte cama, lo que me lleva a otro axioma que siempre he defendido, se sale para perpetuar la especie y para reirse con los amigos, pero más por lo primero. Los datos salvo honrosísimas excepciones lo confirman. Se sale para amar. Cuando el amor está en casa, se sale poco. Las parejas que salen juntas me parecen más tristonas, mira tú. Aunque es también admirable. Mantener el ritmo. NO quitarse de la calle. No quitarse de los amigos. Que es otro detalle feo y difícilmente defendible pero los amigos están para cuando hacen falta o cuando más uso se les da. Si no se le da una función pues poco a poco se apagan. Como se me apagaron los superhéroes. Se puede y se debe mantener un sitio, o un bar o una peña, o un día a la semana en el que se juega al fútbol para que se estrechen lazos por lo cotidiano. Porque nos quitamos del día a día, vernos nos seguimos viendo de hihos a brevas. En estas edades, de hijos a brevas.

Quitarse de muchas cosas por obligación, por la paternidad por ejemplo, Cambiar pañales te cambia más a ti que a nadie, o eso dicen porque yo hasta ahora no puedo hablar por experiencia propia. Es lógico pensar que con crias a tu cargo, se reduce el margen de libertades de forma drástica pero también es verdad, que traen panes bajo el brazo. Quitarse de la noche está bien claro que es obligado si tienes que mecer cunas, y pasas de ser de codo en barra a ojo en vela pendiente de si hay lágrimas. A mí me cuesta entender a mi gato cuando trasnocha y le da el nervio. No quiero imaginarme lo que debe ser lo de educar humanos, la odisea. Me llama la atención, no lo niego. Pero tendrá magia limitada, como todo. Y de eso sí que no te quitas tan fácilmente. También lo hay. Eso sí que debe ser triste. De lo más que me imagino, Quitarte o que te quiten.

Quitarse de la tristeza es una posición vital.
Quitarse de la pereza... Quitarse de la grandilocuencia. Quitarse de los quitamientos, de la energía limitada, del receso, de la parada técnica, ser libre de desánimo o estarlo, porque dura poco y hay que aprovecharlo. Como el amor o el enamoramiento. Como los buenos ratos o las noches divertidas. Como los viajes que no se olvidan o los rodeos que se disfrutan. Quitarse del autocompadecimiento. Eso es muy importante. Dejarlo para siempre. Quitarse de la melancolía y ser siempre un rehabilitado, un peligro, un gran factor de riesgo. No es fácil quitarse de la tristeza, no. Pero es lo más importante. Volveré a ello. No lo tengo nada claro. Casi nada. Quitarse de la certeza.
Le daré´una vuelta.
Cualquier día de estos.
Volveré a lo de quitarse de casi todo....

Ya tenemos el disco completo en Spotify

domingo, 10 de abril de 2016

Single San Judas


Single La vida ha sido un suspiro

El Lester Diamond de otros

Hay días de palabra fácil, en los que la idea se posa en la letra y una lleva a otra, con poco aleteo es una frase y sin darse cuenta, coge aire, sube alto, se divisa a lo lejos y es un párrafo que algo te cuenta o un par de ellos con una despejada vista. Hay días de palabras como gallinas que alborotan mucho pero por más que corran no levantan un palmo del suelo y también días de avestruz para no asomar ni la cabeza. Que aquí pasa poco o nada importa porque es casa, en el blog digo, y se puede estar a ras de la nada sin recomello. Se puede no volar sin que suponga demérito. Dedicarse solo a sonorizar el vacío y experimentar el eco. Escucharse en la nada. El infructuoso aleteo. El ruido que hace cada intento. La nada daba un severo miedo en una película mítica que impactó a toda nuestra generación. La nada.
No venia a hablar de ella. No venía a nada, es cierto. Solo por probar a ver si sale, si se me ocurre algo pero tengo poco ánimo y poca idea. No es problema, sin ellos me defiendo de cotidiano. Uno tiene a veces la sensación de que no cuenta lo mollar y lo que de verdad interesa. centrándose en detallar lo ordinario que además se hace tedioso. No contar ni ovejas. No usar el insomnio. Y está, es cierto, la tentación de dejarse impregnar de palabra andante, de un discurrir de comas y salta a otra línea. Solo saltar y coger aire. Solo aire. La nada. El aire. No es ni mucho menos poético, porque te come la ansiedad, la liberas y ya está. No sé hasta qué punto hay vocación estética. O experiencia. No sé si importa. Intuyo que no.

Hay dias de palabra difícil y vivencia honda. En el que se vadean las crecidas o se achica el pensamiento con un cubo contra el mar. Hay días para ser San Agustín y otros, para no ser santo de la devoción de nadie. Hay días que son espera. Y días que no nos pertenecen. Que regalamos. Que nos compran. Que alquilamos y que nos venden. A precio amigo. A precio descuento de domingo. A dos por uno. A precio especial por pronta caducidad.

Me acuerdo mucho de ella.
Me había prometido no escribirlo aquí y dejarlo de una vez porque realmente es bastante vergonzoso. Reconocerlo. Y escribirlo. Incluso sentirlo. Es penoso. Un poco. Tanto tiempo.
El otro día tuve un sueño. Aparecía ella. Nunca me acuerdo de los sueños. Tengo el cerebro en uso en su parte blanda no solo en vigilia y se filtra noche y días las imágenes oníricas. No era nada agradable. Estábamos en una heladería. En un paseo maritimo. Parecía una ciudad conocida. Y estabamos acompañados ambos. Se acercaba y me daba un bofetón que me pillaba desprevenido. Caía al suelo y alguna patada sin mucho acierto que conseguí esquivar haciendo la croqueta. Pero no llego a ser pesadilla, hubo algo gozoso en su rabia. Algo especial. Me gusta que me pegues, que decía la letra de Los Punsetes. Pues eso. Me pegas y al menos me haces caso en los segundos que dura el lanzamiento del golpe. El breve lapsus de bofetada vuelve a unirnos. Me pegó en sueños. No se me ocurren cosas más tristes. Es chungo. Convendremos que sí. Y fue la madrugada del viernes, que para variar, salí a tomar unos combinados y le di algo de rienda suelta al agua de fuego que no suelo hacerlo, me sentó muy bien por cierto. Sin embargo, el sueño más divertido que violento a decir verdad, me levantó como noqueado. Como mal descansado. Como víctima de un invisible zarandeo emocional.
Ya lo puedo vestir como quiera que me acuerdo mucho de ella. Mucho y mal.
Tampoco tanto, pero sí muy mal. Para nada o para casi nada.

Trato de encontrar una explicación más o menos racional cada vez que me viene a la cabeza. La explicación del suceso de pensamientos que me lleva a pensar en ella, un parecido, un recuerdo, una expresión, una palabra, un abrigo, un peinado, puede ser cualquier cosa... Y como me pasa a veces, esa suerte de serendipia que piensas en alguien por la mañana y te lo cruzas por la tarde, pues siento que de algún modo tengo que aparecer en sus pensamientos. Aunque no creo que sea para bien.
Una vez me dijo: Yo también me acuerdo mucho, pero creo que no del mismo modo.
Ese tipo de crueldad es muy sutil y era muy suya. No sé cómo será ahora.
Me intriga menos de lo que puede parecer a la luz de estas líneas.

Y ya pienso en otras y me viene a la cabeza si ellas pensarán como yo pienso.
Como Sharon Stone en Casino, con un chulo de mierda siempre apareciendo como una nube inoportuna que desencadena la tormenta. No me acuerdo como se llamaba el personaje pero el papel lo hacía James Woods y estaba de categoría. Me gustó mucho esa película. La he visto mil veces. Me la debería poner otra vez ahora. Voy a buscar una foto de James Woods en Casino para ilustrar lo que llevo de entrada. Ahora vuelvo, un segundo.



 Lester. Lester Diamond. Gran personaje. Todo tenemos un Lester Diamond a nuestras espaldas como la pobre Ginger. Alguien con el que no hay negociación posible. Que es todo o nada. Que es siempre todo. Que nos gana. Que no podemos resistirnos. Que nos viene a la cabeza con frecuencia. Que siempre es bienvenido o añorado. Que es una basura humana por lo demás y que mil veces si no dos mil ha abusado de la confianza o del amor o del mero cariño para memorables liadas que no pueden ser justificadas fácilmente. Nuestro Mr. Diamond personal que es un fantoche para el resto pero en nuestro corto imaginario es el caballero andante, el chulo que nos conquistó con 20 años... El maldito. El odiado. El querido por siempre. La causa perdida. Me he acordado de la canción de Beck, Lost cause. Muy bonita. Las causas perdidas que nos acompañan para siempre. Y que vuelven, cada cierto tiempo y sin motivo aparente, a nuestras cabezas. El Lester, mi Lester. No sé si era ella mi Lester. No sé si yo habré sido el Lester Diamond de otros. Eso lo pienso a veces. Si no han visto Casino pues no deberían andar por aqui perdiendo el tiempo en mi blog. Scorsese lo merece y los personajes también. No quiero spoliear. Uno da por hecho que todo el mundo ha visto Casino. O así debería ser.

Tiene algo del fatos y tal.
No sé, volveré sobre ello, creo.
Hoy gasté mi lengua ya.

ENRIQUE OCTAVO "La vida ha sido un suspiro" VIDEOCLIP OFICIAL