martes, 17 de julio de 2012

Vendedores malos

El asunto es que la televisión llevaba una semana rota. No exactamente una semana, quizá diez días y no realmente rota, simplemente era el mando lo que no funcionaba. No se podía cambiar de canal. El receptor de la TDT estaba parado en un canal: Telecinco. Cansa siempre ver lo mismo, y no poder cambiar y directamente, como si estuviera rota. No he puesto la televisión en diez días y de eso quiero hablar en esta entrada del blog.

Ocurre que ya he vivido otras temporadas sin televisor. Efectivamente estas veces estaba roto o no existía ni siquiera. No echas de menos la pantalla, sino el sofá. Es como vivir sin salón. Vas directamente de la cocina a la habitación. No tienes la ventana de colores puesta en la repisa. En esos momentos, siempre recurría a la radio, ya estuviera en la cocina o en la habitación, es otra cosa la radio. Te acompaña, lleva su charla, su discurrir y el tuyo puede ser otro: preparar la cena, acomodarte en la cama... La televisión tiene una relación de uña y carne con el sofá.


La cuestión es esta: Deja de ver la televisión, a modo de prueba. Por unos días, una semana. Diez días. Haz la prueba, experimentalo. Pero sin un minuto de sofá, nada. Sin sentarte en ningún momento en el salón y sin excepciones, nada del telediario, nada de que esté encendida mientras almorzáis. Cero. Cero tele en diez días. Puede que ya hayas tenido esa experiencia y no lo sepas. Con un viaje. Al extranjero. Con una acampada. Con un festival de música. Una desconexión total durante más de una semana de la pantalla, de la caja tonta. Y mira a ver qué pasa, o qué sientes al volver a verla. Al volver al sofá.

Esto es lo que me ha pasado a mí. Me parece falsa. Me da rollo cartón piedra. Vendedores malos. Forzados, muecas forzados, presentadores forzados haciendo encartes comerciales.... Anuncios estúpidos con la coartada de querer ser simpàticos. Muy falso. Muy mal hecho. Muy poco creible. Muy infantilizado. Veía anuncios de seguros en los que salen cantando y bailando. No me lo creo. Un vendedor de seguros con una escolta de mayorettes convenciendote de su tema. No me lo creo. Y los presentadores, y los contenidos, y el tratamiento.... Pero sobre todo, ¡los anuncios!

Que también tiene anuncios la radio dirá el otro, pues sí. Pero es otra cosa. No hay ojos. Ojos que miran fijamente y mienten. Mienten. Hoy, por ejemplo, después de la desintoxicación de diez días veo un anuncio de jamón cocido que se llama Bienestar. Y dice, más o menos, el slogan: Hay muchos jamones cocidos, ¿pero cuantos te dan bienestar? Y lo flipo. No estaba acostumbrado a ese tipo de mensajes. El bienestar del jamón cocido. ¿En serio? ¿En serio me lo dices? ¿En serio se vende así el fiambre, porque la línea con el dichoso nombrecito va en color morado y tiene su logo y va como que muy a tope, así se vende? ¿Con el bienestar del jamón cocido?


En resumen, la tele miente. Es fácil detectarlo. Un leve tiempo de barbecho y te rechina. Lo barata que se vende la emoción, lo prefabricado del tema, los falsos debates... En informativos es otra cosa. Hay un código. Un lenguaje informativo. Una noticia. Luego, otra. Una sección. Nacional, titulares, breves. Internacional, en fin. Lleva un orden. En el resto de espacios, no. Los magazines, los debates, los todo lo demás... Es pura fachada. Y lo que subyace, los valores. Las ideas. Las líneas de pensamiento son lo peor. Lo antiguo, lo heredado. Lo típico. Podría ser bueno, en el sentido de heredar unos modos de pensar, una forma de hacer, pero no tiene nada que ver con eso, está pervertido.

Iba en escribirlo en twitter pero me he cortado. Todo el mundo habla mal de la televisión. No tiene mérito hablar mal de la televisión y yo diría que no es para tanto. Que no es mala porque sí. Es que es difícil hacerla bien, lleva tiempo, dedicación, cariño... Nada que ver con el trato que se le da al ganado, al público. ¿Se ve a los que están al fondo sentados en la grada, se les ve disfrutar? ¿Disfrutan del programa? Esos mismos somos nosotros, pero sentados en el sofá, más cómodos, más recostados. igual de aburridos. Aplaudimos cuando toca aplaudir, desconectamos cuando toca desconectar, y todo va bien. Participamos de ese lenguaje inconexo, de mensajes publicitarios, de testimonios denuncia, de historias de emoción fácil y otro bloque de anuncios: seguros, fragancia, tiendas de muebles, etc. No todo es malo: hay anuncios bien hechos, músicas bien elegidas, imágenes que impactan, señoritas o caballeros bien iluminados....


Me pierdo de lo que quería decir. El discurso televisivo, no el de los informativos sino el del resto de programas, se interioriza y en bloque, con la publicidad, con los mensajes fugaces de menos de veinte segundos. Una cosa, otra cosa, otra cosa... Por supuesto con la capacidad de cambiar eso, de esquivar los bloques publicitarrios y crear tu propio mensaje, con un poco de un canal, un poco de otro... No hace mucho, en un canal un documental del Movimiento sin Tierra de Brasil y en otro, el concurso Gran Hermano. Unos, sin un lugar en el que vivir y los otros, sin un lugar del que salir. Me pareció curioso ese discurso involutario al que me enfrento, por esquivar a los que me quieren vender cosas, a los vendedores malos. Los chistes de los anuncios. Los juegos de palabras de los anuncios. Los mensajes descabellados de los anuncios. El jamón cocido del bienestar. Huyo del Movimiento sin tierra, huyo de Gran Hermano, me encuentro una ironía simpática. Todo sería risueño y locuelo si no fuera porque yo creo que afecta más hondamente. A todo, a la concepción de la sociedad, del espacio mental que compartimos entre todos. No, claro que no, el bienestar no reside en ningún jamón de york, pero ni en el salchichón así sea ibérico. Y tampoco, por más que represente sólidos valores familiares en la granja, no me gusta que me vendan pizzas precocinadas como si fuera una milenaria tradición, cuando es una salida rápida que cruje el estómago y de la que tampoco conviene abusar. Es un decir. Se construye un discurso peligroso cuando se cruzan conceptos. Pero aún peor, aún peor, es que ni siquiera haya conceptos. Que sea solo un vendedor malo.


Lo peor de la televisión son los vendedores malos. Pongámonos a salvo de los vendedores malos porque nos harán mal aunque no les compremos. Sólo por contagio. Malas formas de vender. Inventos para vender lo que si todo fuera bien, no haría falta inventarse algo que da tan mal en pantalla. Para darte cuenta solo tienes que sufrir la deshabituación a la tele, un tiempo prudencial. Y ya. Todo será después una pantomima, como un teatrillo... Es eso, un teatrillo de una compañía amateur... Con lo caro que vale el minuto televisivo y a mí me recuerda a cómicos aficionados... Por supuesto hay vendedores buenos. A eso, conviene temerles. Igual nos convencen de una crema para nuestra piel, o una fragancia o no se qué otro milagro que venga en un bote pequeño. Lo raro es que nos venden esas dosis de eternidad, y después, anuncian leche, o un


Todo se basa en la redifusión, sean buenos o malos vendedores, sobre todo el discurso de la televisión es cansino. Se basa en la repetición. El mismo mensaje una  otra vez. El jamón cocido es bienestar. El jamón cocido es bienestar, el jamón cocido es bienestar. Al final, lo mismo, hasta nos lo creemos. Ese es el asunto. Ese es el peligro. Y la publicidad monótona, que nos desconecta... Los anuncios de las compañías de teléfonos, tan cansinos, tan repetidos.... O los de coches, tan sobrios, tan bien editados, coreográficos, con música potente... Desconectas. El sofá cobra más importancia. Los anuncios en la radio son parte del ruido. Están ahí y por supuesto se repiten, son pesados y a veces, también graciosos de más y sin venir a cuento, pero son otra cosa, tienen menos puesta en escena, menos color, menos trampas... Es otra cosa. Pongo los puntos suspensivos porque soy consciente de que todo es muy obvio y lo que le da la vuelta al asunto, es simplemente mantenerse libre, limpio de televisión. Darse un tiempo sin tele. Probar y comprobar a posteriori cómo te sientes, cómo lo ves, si te merece... Y puntos suspensivos.

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