sábado, 28 de julio de 2012

El grillo de mi hogar



El grillo. Son cosas que me pasan. Un grillo en casa. Una cosa exagerada por la noche porque atronaba el vecindario y claro, yo lo escuchaba especialmente cerca. El cri cri cri no era de fondo, sonaba en primer plano, no tenía un rítmo concreto y cambiaba cada poco, lo que hace que no te olvides de su monótono chirridito. Difícil de obviar. No deja que no le hagas caso. No pasa desapercibido como el siseo de un grifo abierto o una rendija que silba. De repente, para. El grillo paraba cuando le parecía. Silencio total. Volvía a los pocos segundos con un pitido más claro, más nítido, más potente... Y, ¿qué hacer? Hablamos de las tres, cuatro o cinco de la mañana, un grillo crujiendo a toda pastilla y obviamente viene de mi casa. Es mi grillo. ¿Qué pensarán los vecinos? ¿Pensarán que debo dejarles dormir y encargarme yo de darle pasaporte al grillo?

Es molesto. Se oye. Hace ruido. Mucho. Es un grillo. Obviamente se escucha pero ¿se oirá en un par de manzanas? No lo sé. Yo lo oigo mucho. El de la casa de al lado lo oye seguro. Se oye descaradamente. Pero ¿es por qué estoy al loro? ¿estoy demasiado pendiente?  Es un grillo con buenos pulmones, con buena capacidad vocal. Es un grillo solista. Es de noche, muy de noche y reina el silencio, mucho silencio. Silencio de campo. Nada que ver con las ciudades dormidas. Los motores por lejos que estén son los ronquidos de la calle. Es otra cosa, el campo tiene un sueño de pleno silencio. Algún chicharra, algún pájaro y algún grillo si acaso. Grillos de campo.  Es el caso.


Es normal que los grillos hagan ruido. ¿Pensarán eso mis vecinos? Sonar, suena. Se oye. Lo oyen. Yo creo que lo oyen. Lo tienen que oír. El grillo es como la alarma de una casa, como la alarma de mi casa que a eso de las doce y media o una arranca y ya no para hasta las seis cuarenta. Es grillo es mi alarma particular. Y un complemento ideal para mi insomnio. El insomnio típico de esta época del año.

Me desvela. El grillo parece que lo sabe. Que duermo mal. No para en toda la noche. Bueno, no es del todo cierto. Para. A veces, para. Pero se le oye con nítidez cuando vuelve. ¿Para treinta segundos? Quizá un minuto, o cinco. Puede estar callado hasta cinco minutos pero después vuelve con más energía, con más molestia para mis vecinos, o eso me supongo. Porque, ¿le molestará a los vecinos el grillo? Tampoco es buena idea pregunta, ¿o sí? Oiga, ¿oye mi grillo de noche? ¿le molesta? ¿Cree usted que debería exterminarlo? ¿Es una molestia? ¿Usted también sufre insomnio en esta época del año? El grillo. Al fin y al cabo es la naturaleza, vivimos cerca de la naturaleza, es la voz o una de las pequeñas vocecillas de la naturaleza en la que estamos y nos rodea. Es lo que hay, amigos vecinos. ¿Qué querrían que hiciera con el grillo?

Luego hay que dar con él. Buscar un grillo tampoco es tarea fácil. A ver por donde empiezo. Y buscarlo de día, pues ya me dirás. Pocas alternativas. Todas las noches. Cri cri cri. No sé qué piensan en el vecindario. ¿Qué puedo hacer yo? No hago nada, esa es la verdad. ¿Podría hacerlo? ¿Está en mi mano? Lo que sí parece claro es que está en mi seto. ¿estará en el seto? ¿en la valla? ¿En la pared? Tengo pocos indicios. Un ruido bien molesto, eso es todo. Poco que hacer al respecto. ¿por dónde empezar? Canta todas las noches. No siempre parece que esté en el mismo sitio. A veces retumba más la cocina, otras veces lo que suena con eco es el baño. Ni siquiera sabría decir la zona de la casa dónde podría vivir.


No siempre está cantando. No siempre, es cierto que a veces al despertarme de madrugada y encender la luz de la cocina en busca de un vaso de agua, el grillo se calla. Se callaba de repente, como si lo hubiese descubierto cantando en la ducha. Te he pillado, grillo. Y silencio. Un inquietante silencio, añadiría. O a veces, al entrar en el baño y tirar de la cadena, también cesaba en sus rutinarios pitidos para volver al poco pero parar, paraba un rato. No podía pasarme la noche en la cocina o en la cisterna, de modo que volvía a la cama sin saber lo que hacer y desvelado. Oyendo al grillo. Se oía fuerte, realmente fuerte. El silencio en esta zona de casas propicia que los grillos retumben pero en cualquier caso, suena muy fuerte mi grillo. Mi grillo.

Pienso y me pregunto, ¿cuántos animales tengo en casa? Dos gatitos. Comen de un plato y les pongo regularmente leche. Son hermanos. Y blancos. Mis dos gatitos blancas. Mis dos golondrinas amarillas. Daúricas se llaman. Vientre amarillo canario. Viven en un alerón, a la entrada de la casa, en una esquina del techo del porche. En un nido del tamaño de una bota de vino, una buena casa. Vivimos por temporada, se pasan medio año conmigo. Luego se van. En verano hay más animales en casa. Tres salamanquesas. Quizá más.

Cuatro salamanquesas. Se comen a las mariposillas, polillas y mosquitos. Viven en el exterior de los cristales de la cocina. Les veo perfectamente la barriga y los dedos como ventosas. Tienen cuatro dedos en cada pata. Cuatro patas, claro. Y tengo una tórtola que creo que frecuenta una parte del tejado, pero no podría asegurar que tuviera allí establecida su residencia. Por supuesto, hormigas y arañas de todos los tipos más o menos inofensivas. Confío en que no haya en ningún rincón de la casa ratas ni ratones. Confío en mis dos gatitos blancos. Y en sus habilidades como cazadores de alimañas. Y un grillo. Vivo con un grillo. Recuento: dos gatos, dos golondrinas, una tórtola, tres salamanquesas, varias colonias de hormigas, varias familias de arañas y un grillo.

Entonces un día, o más bien una noche, pienso. Pienso y me pregunto: Y, ¿si tengo el grillo dentro de la casa? Y es por eso que lo oigo tan fuerte. Un grillo en casa. El grillo del hogar, pero de verdad. Y lo pienso mucho, claro, es de noche, son las cinco de la mañana y pensar en que tienes un grillo cantando dentro de tu casa es el típico pensamiento que hace que cunda el insomnio. Grillo. Casa. ¿Qué hacer? Esto no puedo dejarlo en manos de los gatitos blancos. Si acaso las salamanquesas pero tampoco... De repente, lo vuelvo a pensar. Un grillo en casa, no creo. Estará fuera. Estará en el seto. Estará donde suelen estar todos los grillos y sonará más porque estamos en el campo y los grillos de campo tienen otra potencia. ¿Qué estoy pensando? ¿Un grillo en casa? Vaya flipadera. No, no hay un grillo en casa. Un tiempo después me duermo y ya no hay grillo que valga.


El caso es que un día después me encuentro una salamanquesa en la bañera. pequeña, muy bonita, con un verde intenso. No ha cambiado la piel, he visto como cambiaban la piel las de los cristales de la cocina. Es curioso. mientras hago la cena, aparecen. Al estar encendida la luz muchas palomilla van directas al cristal y los pequeños lagartitos se posicionan para hacerse ellos también con su cena. He visto más o menos a tiempo real como se les caía la cola y les aparecía una nueva. Un proceso que ciertamente da un poco de repeluco. Un grillo, el caso, Apareció la salamanquesa en la bañera. Sorpresa. Con la toalla. Yo desnudo ya dispuesto a meterme. Sorpresa, salamanquesa. ¿Qué hacer?


Recordé otro reciente episodio de animal atrapado en mi casa. Una cría de gato, no de los gatitos blancos, otros. Hay mil por aquí. El vecindario está lleno de gatos que se buscan la vida. Una madre gata tuvo un buen montón de gatitos y se colaban por mi casa, por el jardíin aunque yo los espantaba dando zapatazos. Los pequeños salían escopetados, a la madre le da igual. una noche se escuchaba lloarar a un gatito sin parar. No sabía que era. A la mañana siguiente, descubrí que el pequeño se había caído a la piscina vacía. ¿Cómo sacarlo? Por cierto, una piscina vacía. ¿Hay una imagen más triste que la de una piscina vacía? Probablemente sí, la de un gatito bebé atrapado en una piscina vacía. Es el caso. Por supuesto no se dejaba tocar. Y la madre estaba al acecho bufando como una loca. No podíamos tocarlo. El gatito no tenía fuerza obviamente para salir de un salto y además estaba muy nervioso y asustado. Lo que hice fue poner una escalera apoyada en el bordillo. Quizá la madre gata podría bajar a rescatarlo, pero no. El gato bebé subió por la escalera, después de que me alejara un poco. Y salió él solo de la piscina. La madre gata lo trincó del pescuezo y se lo llevó a un rincón. Fin de la historia.


La salamanquesa en la bañera era el mismo poner pero con otras dimensiones y componendas. Por supuesto norma número uno, no matar ningún animal. A no ser que ataque. Paz con todo animal. La incité a salir del baño por voluntad propia. Con el agua la ayudé a que ganara la ventana, la deje abierta y mojándola con el mango de la ducha, cayó por todos lados claro, charcos en el baño luego a tener en cuenta, pues conseguí que fuera poco a poco subiendo por la pared huyendo del agua y que finalmente saliera fuera. Todo esto lo hice desnudo. Le añade emoción aunque no lo parezca. No pensé entonces en el significado de la presencia en la bañera de la salamanquesa verde brillante. ¿qué buscaba allí? La respuesta no tardó en llegar.

Al día siguiente apareció el grillo entre los botes de champú. Hay una esquina que es la sección botes gastados de champú. Allí estaba. ¿Qué te parece? Callada como un condenado porque era de día. El grillo estaba en la bañera. Vaya buena caja de resonancia. Esto explica muchos ecos nocturnos. Vaya, un grillo en casa. No podía repetir la operación ventana como con la salamanquesa. Ni la operación escalera como con el gato bebé. Única opción: operación desagüe. No me gusta matar ni a las hormigas. Tampoco a las arañas, aunque a veces no quede otra opción. O tu telaraña o yo. Efectivamente en esta segunda aventura contra la naturaleza doméstica y salvaje volvía estar desnudo y en esa situación de concentración previa a entrar en la ducha. Sorpresa. Nueva sorpresa. Operación grillo.

A todo esto, el recién descubierto cantarín de mis insomnios subía por las paredes de la bañera que se las pelaba, buscando salir de su escondrijo. Yo lo mojaba, confiando en el poder de la corriente de agua y la atracción centrípeta del desagüe, pero no. El grillo luchaba. Se iba al fondo y en tres segundos volvía a subir. Una de las veces empezó a subir por el mango de ducha. Un grillo hábil. Otra vez repetí la operación. Lo mojaba. Bajaba. Se escapaba un poco. Le volvía a caer un chorreón. Se hundía en el dedo de agua acumulada en el sumidero, se zafaba, resistía agarrado a los bordes del agujero, más cascada, más chorro de agua, y después de un rato ya no sabía si se había colado o no. Parecía que sí. Estaba claro que estaba en el desagüe. Entonces puse el tapón de la bañera. estaba dentro. Ya no podría escapar.

Fueron tres segundos pero pensé en adoptarlo como mascota. Mi grillo. Mientras llevaba a cabo la operación mango de ducha asesino, pensé en coger el grillo y meterlo en un bote. En mi infancia no tuve esa fase experimentadora de meter insectos en botes de cristal. Tener un grillo en un bote. En cuestión de tres segundos, ya digo, tres pasajeros segundos se libró un duro e intenso debate en mi cerebro sobre el destino de mi ruidoso amigo. Grillo bote sí. Grillo bote no. Durante las largas noches de insomnio pensé en usar al grillo en alguna canción. En grabar al grillo. Incluso tarareé siguiéndole el ritmo. Tarareos mínimos pero tarareos. No siempre cantaba igual el grillo, eso es cierto. No era fácil seguirle tampoco. A veces no tenía ritmo. O era un ritmo difícil de precisar. A lo mejor me oía y no quería dejarse seguir. Difícil de seguir de verdad. Un grillo muy solista, ya dije.

No quería perderle, en el fondo. Grabarle era una excusa. Supongo que fue eso. Tres segundos de melancolía. Grabar al grillo me parecía una locura genial que podía acabar vaya usted a saber dónde. Dale delay al grillo. Dale reverb al grillo. Ponle eco al grillo y no eso, ponle un micro. Grillo en el micro. Lo veo. Como fondo, aunque solo fuera como fondo sonoro y quién sabe. Lo mismo se improvisa sus extraños patrones rítmicos y creamos algo. Pero no. No lo hice. En esos tres segundos pensé también en si sobreviviría en un bote de cristal y en cómo de grande debía ser el bote. si era conveniente hacer agujeritos en la tapadera o si era mejor sin tapadera a riesgo que de un salto se fuera a darse sus garbeos. Y, ¿qué comería? ¿Lechuga? Pensé en que le hubiera dado lechuga de comer y luego, no sé por qué, pensé en el grillo muerto de un empacho de comer lechuga. Y mientras pensaba esto lo veía luchar en el desagüe de la bañera contra la inercia atracción de los agujeros y la corriente del agua. Y puse el tapón y no pensé más en él hasta escribir esto. Es cierto. Me gustaría tenerlo en un bote. Espero que haya más grillos en mi vida. Y tener alguno en el bote que cante a disposición y no moleste de noche. Grillos amaestrados. Siguiente nivel. No llegaremos a eso, supongo. No descartemos ninguna opción.

Aparte del recuerdo y la semblanza del grillo de mi hogar, la razón de estas líneas se fundamenta en la asunción del hecho contrastado de que los más extraños supuestos descabellados que nos hacen no dormir o dar vueltas en la cama finalmente resultan siendo ciertos. Increiblemente ciertos. Aquello tanto raro que se nos pasó por la cabeza y sí, era eso. En este caso que hubiera un grillo escondido en mi bañera. Botes de champú gastados, de acuerdo. Da igual el hecho concreto. El silencio en el vecindario. El pertinaz silencio. Un grillo en el baño. Lo que sea. Significa algo. No es solo algo raro que se te paso por la cabeza. Vale para todo, en el fondo.  Fin.



  

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